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Tú eres tu peor enemigo (y no te estás dando cuenta) Tú eres tu peor enemigo (y no te estás dando cuenta)

Tú eres tu peor enemigo (y no te estás dando cuenta)

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Grupo Psicara

Por Berta Maté Calvo y Francisco Abajo Pinillos

 

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Esta semana recibimos con los brazos abiertos la colaboración de Francisco Abajo Pinillos, fisioterapeuta, jugador de balonmano y coautor de este artículo que gira sobre un “temazo” que a muchos os resultará familiar: la autoexigencia.

Nos gustaría comenzar preguntando al lector cuántas veces ha escuchado la siguiente frase: “La autoexigencia es una virtud que te permitirá ser la mejor versión de ti mismo”. ¿Te suena? En el mejor de los casos, la oración termina ahí y no culmina con un “adelante, hoy vas a comerte el mundo”. No obstante, hoy no abordaremos la positividad tóxica y la tiranía de las frases Mr. Wonderful, sino que nos centraremos en el papel que juega la autoexigencia en nuestras vidas.

Es muy posible que hayas oído hablar de la retirada temprana de Marta Xargay, uno de los estandartes de la selección femenina de basket, o de las continuas “lesiones” que impidieron triunfar a Bojan Krkić, el niño prodigio del mejor Barça de la historia. Lo que no es tan probable es que conozcas el porqué de estos desenlaces que se gestan allá donde no llegan los focos. Pero no hace falta viajar al planeta de la élite deportiva; la autoexigencia convive con nosotros, nos mira a la cara y, aunque a veces resulta una gran virtud, también se puede convertir en nuestro enemigo más temido.

Para asegurarnos de que todos compartimos una definición similar de lo que es la autoexigencia y, puesto que la RAE no recoge este término, diremos que se trata de la capacidad de un individuo de exigirse a sí mismo. A menudo, nos damos órdenes que suelen tener forma de pensamiento y que comúnmente comienzan con un “tengo que…” o “debería…”. Cualquiera podría preguntarse qué hay de malo en esto pues, a simple vista, parece una definición bastante neutra, exenta de connotaciones negativas.

Si entendemos la autoexigencia como un continuo, todos, en mayor o menor medida, somos autoexigentes, fruto de la combinación de diferentes variables: rasgos de personalidad que tienden al perfeccionismo, una débil autoestima, una historia de aprendizaje marcada por la recompensa de los logros y el castigo del fracaso, y una sociedad que nos envuelve en dinámicas de presión, competición y sed de éxito.

Jenny Moix, psicóloga y profesora titular de Psicología en la Universidad Autónoma de Barcelona, asegura en una entrevista que las complicaciones aparecen cuando actuamos de forma rígida ante la autoexigencia. Ser rígidos -o lo que es lo mismo, inflexibles- nos conducirá al extremo insano de la autoexigencia, pues, para desgracia de muchos, raramente los ideales de perfección que elaboramos en nuestros esquemas mentales coinciden con la realidad.

¿Se parece este extremo de la autoexigencia al autosabotaje? ¿Nos estamos haciendo un favor o lo único que ocurre es que añadimos más obstáculos a nuestra propia carrera de fondo?

La respuesta a estas preguntas carece de sentido si no aclaramos a qué nos referimos con autosabotaje. Veamos algunos ejemplos: recibes menos de lo que mereces porque no te sientes digno de más, dejas que el 10% que percibes como erróneo inunde tu mente y menosprecias el otro 90% de cosas que van bien, no tratas aquello que te molesta porque no consideras que sea importante, te alejas de lo que te hace sentir cómodo o te responsabilizas de cosas que no tienen que ver contigo, entre otros.

A pesar de que parezca contraintuitivo, el autosabotaje es una forma de cubrir el dolor y los miedos. De lo que no nos advierten, es de que esta aparente forma de estar a salvo, es desadaptativa y perjudicial. Desde el punto de vista del ahora, a corto plazo, esta actitud nos brinda el alivio, la calma y la tranquilidad del que no se enfrenta a sí mismo, del que no combate sus monstruos. No obstante, está bien comprobado que eso no nos otorgará bienestar a medio/largo plazo, más bien, nos introducirá en una espiral de evitación constante que solo aumentará, como todos hemos comprobado alguna vez, el tamaño de nuestros monstruos.

La escritora Lauren Bowman capta, con una maravillosa delicadeza, la esencia del autosabotaje: “Me envolví en espinas y luego odié a todos los que no quisieron tocarme”.

Nos pasamos la vida persiguiendo un horizonte inalcanzable. Suena a tópico hablar del disfrute del camino, pero es una obviedad la relación entre un enfoque hacia el éxito, hacia la lejana meta, y emociones como la ansiedad. Y, sin embargo, si en aquello a lo que nos dediquemos, nuestro comportamiento se encuentra centrado en la tarea, nace mayor diversión, esfuerzo, motivación… y, por consecuencia, mayor autoconfianza, autoeficacia y bienestar.

Juancho Marqués, uno de los referentes del rap español del siglo XXI, sentencia en una de sus letras: “El miedo a fallar a veces no te deja avanzar”.

Aquí es cuando aparece la autocompasión, la que nos protege de los juicios negativos que nos hacemos. La autocompasión implica tres componentes principales: a) la amabilidad con uno mismo -ser alentador y afable en casos de dolor en lugar de ser duramente autocrítico-, b) la humanidad compartida -percibir las experiencias de sufrimiento como parte de las experiencias de la vida-, y c) la toma de atención consciente y equilibrada de los pensamientos y emociones dolorosas -en lugar de evitarlos o de sobreidentificarse demasiado con ellos-.

En otras palabras, la autocompasión es la mejor aliada para que el hambre de triunfo y la esclavitud de lo perfecto no se conviertan en problemas. No siempre sacas tu mejor versión, lo importante es que en el “vestuario de tus yos” se discuta y se aprenda con el cariño incondicional a uno mismo, el cambio de perspectiva para ver con más claridad y el aceptar lo ocurrido sin martirizarse. Un diálogo interior objetivo y nutritivo nos protegerá y nos hará resilientes.

Estas palabras alentadoras se despiden ya recordando que la diferencia real entre un día en el que te sientes capaz y otro día en que crees que no puedes más, está en cómo te sientes, no en tu capacidad, la cual se mantiene exactamente igual.