

Es cierto que la vida tiene momentos en los que parece que se ha perdido el único tren después de habernos apeado en la estación equivocada por los designios de un destino ingrato. Mientras se vive en esa sensación de infortunio parece que la vida (buena) ya pasó y que lo que queda no será más que un arrastrarse entre la nostalgia y la desesperación en un amargo trasiego por la calle de la supervivencia. Pero a veces (con tiempo y paciencia, suele suceder) se abre otra puerta. Una segunda oportunidad que nos permite volver a empezar justo cuando ya creíamos que el resto de la película de nuestra vida iba a ser vacía, insulsa, amarga, triste, difícil… Dura. La oportunidad vuelve a surgir y recuperamos la conciencia de que el único tren al menos no era el último.
Si la dureza del trayecto anterior no ha conseguido acabar con lo que éramos, esta segunda oportunidad nos hará rebrotar, acudiendo al interior de lo que teníamos tan olvidado como perdido. Pero no extinto.
El trabajo no lo es todo en la vida, pero cuando parece que la vida te ha expulsado de la rueda del mercado laboral, esa oportunidad se convierte en un auténtico renacer. Y volvemos a sonreír, a ser eficientes, a sentirnos valorados, a dormir sin pensar en el recibo que llega el día 10 o si podremos pagar la matrícula de este curso, a conjugar verbos en futuro y a tener las dos energías renovables que mueven el mundo: la ilusión y la alegría.
Uno ve las cifras del paro ahora y siente cierto alivio al ver que bajan los desempleados. Pero detrás de cada número hay historias en las que no todo es drama (no todos los parados atraviesan un vía crucis, cada circunstancia es única), pero sí penurias que exceden lo económico y muchas veces no se solventan con un infraempleo que apenas garantiza la supervivencia. Recuperar la autoestima, reconocerse como válido para trabajos que requieren más de nuestra parte y mirar al frente con optimismo es algo casi mágico para quienes cruzaron duras travesías.
Rompamos una lanza por quienes son capaces de creer, ver más allá y conceder segundas oportunidades. Se convierten en cómplices del futuro ilusionante de otros. Gracias.
Si la dureza del trayecto anterior no ha conseguido acabar con lo que éramos, esta segunda oportunidad nos hará rebrotar, acudiendo al interior de lo que teníamos tan olvidado como perdido. Pero no extinto.
El trabajo no lo es todo en la vida, pero cuando parece que la vida te ha expulsado de la rueda del mercado laboral, esa oportunidad se convierte en un auténtico renacer. Y volvemos a sonreír, a ser eficientes, a sentirnos valorados, a dormir sin pensar en el recibo que llega el día 10 o si podremos pagar la matrícula de este curso, a conjugar verbos en futuro y a tener las dos energías renovables que mueven el mundo: la ilusión y la alegría.
Uno ve las cifras del paro ahora y siente cierto alivio al ver que bajan los desempleados. Pero detrás de cada número hay historias en las que no todo es drama (no todos los parados atraviesan un vía crucis, cada circunstancia es única), pero sí penurias que exceden lo económico y muchas veces no se solventan con un infraempleo que apenas garantiza la supervivencia. Recuperar la autoestima, reconocerse como válido para trabajos que requieren más de nuestra parte y mirar al frente con optimismo es algo casi mágico para quienes cruzaron duras travesías.
Rompamos una lanza por quienes son capaces de creer, ver más allá y conceder segundas oportunidades. Se convierten en cómplices del futuro ilusionante de otros. Gracias.