

Me imagino que les habrá ocurrirá como a mí; sí, ya estamos un poco hartos de tantas noticias sobre el apagón que tuvimos la semana pasada. Los especialistas y los tertulianos ya tienen tema para pedalear durante meses. Las historias y anécdotas relacionadas con ese día deben ser miles. A mí por un par de minutos casi me pilla en el montacargas de automóviles del garaje o en el ascensor de mi casa. ¡Uf, qué poco faltó! Como a ustedes este incidente ha servido para reflexionar sobre la importancia de tener fluido eléctrico de modo constante, sin interrupciones. Pensar esto y venirme a la cabeza lo que he vivido en África.
Cuando visité por primera vez el Hospital Monkole de Kinshasa (República Democrática del Congo), uno de los responsables me fue presentando a los jefes de los distintos departamentos. Al entrar en las oficinas del Departamento de Personas la directora echó un juramento en lingala, que por supuesto no entendí. La razón fue que en ese preciso momento se produjo un corte en el fluido eléctrico y todo el trabajo que había realizado en el ordenador hasta ese momento se perdió, como los quince gigavatios del apagón.
Los quirófanos estaban a pleno rendimiento, con personas sobre las mesas de operaciones y los médicos practicando algún tipo de intervención. La suerte de este hospital financiado con la colaboración de España principalmente, es que dispone de unos grupos electrógenos que se activan automáticamente ante una bajada de tensión en la red eléctrica, algo que ocurre prácticamente todos los días.
Fue también en el Congo donde pude comprobar que las escuelas de formación profesional tienen que asimilar que se queden sin electricidad de vez en cuando, por lo que las prácticas con determinadas máquinas se hace inviable. Esta es la razón por la que recurren a aparatos de uso manual o a pedal, como las máquinas de coser. En la foto que ilustra este artículo se pueden ver a las alumnas de un proyecto en R. D. Congo, concretamente en Moluka, muy cerca de Kinshasa. Forman a niñas y jovencitas de todas las aldeas de alrededor para darles formación que les sirva para constituir sus talleres.
En Kenia, en el Slum de Viwadani, estamos trabajando un proyecto muy bonito cuyas beneficiarias son las madres abandonadas, maltratadas o sin trabajo, las más pobres de todas. Ya hemos conseguido los donativos para comprar máquinas de coser de pedal, como las de nuestras abuelas, además de telas. Ahora sólo falta darles formación, constituir una cooperativa para que ellas mismas la gestionen, y dar salida a todo lo que produzcan. Y todo sin electricidad.