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Qué hacer con las ruinas del Seminario (I) Qué hacer con las ruinas del Seminario (I)
Iglesia jesuítica del Seminario y una parte de este

Qué hacer con las ruinas del Seminario (I)

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Serafín Aldecoa

Todo el mundo que haya visto imágenes de la capital después del final de la Batalla de Teruel (22 de febrero de 1938), habrá observado cómo gran parte de la ciudad era pura ruina con muchas calles anegadas por los escombros, especialmente las del centro que llegaron a alcanzar dos y tres metros de cascotes en algunos sitios. El aspecto del casco urbano de la Teruel nos recuerda a aquellas ciudades que sufrieron intensos bombardeos durante la II Guerra Mundial y de las que solamente quedaron los muros de las viviendas y el resto totalmente hundido.

Estudios realizados por Regiones Devastadas (RRDD), organismo y programa creados por el régimen franquista para reconstruir aquellos lugares seriamente dañados por la guerra, realizaron una estimación groso modo sobre la situación de la ciudad de Teruel y llegaron a las conclusiones siguientes: una tercera parte de los inmuebles de la población quedaron reducidos a escombros, otra tercera parte sufrió daños graves, y se puede decir que ninguna casa se salvó sin un rasguño. Todo estos datos fueron publicados en la revista Reconstrucción, órgano portavoz de RRDD, que vio la luz en 1940 y de la que uno de sus números monográficos fue dedicado exclusivamente a Teruel.

Podemos citar algunos de los inmuebles muy afectados por la destrucción como el Gobierno civil, la iglesia de Santiago, el cine Parisiana, Obras Públicas, el convento de las Claras, el Casino Turolense..., de los cuales solamente los dos últimos pervivieron hasta hoy, pero entre los edificios con mayor derrumbe destacaba el del Seminario conciliar que había sido el último en resistir el embate del ejército gubernamental.

Hay que decir que el Seminario, en un principio, fue un colegio de la Compañía de Jesús, que se había construido en 1742 y cuya iglesia reunía las características de las iglesias que esta orden tiene por el mundo. Ahora bien, tras la expulsión de los Jesuitas, el inmueble transformó su función para convertirse en un Seminario donde educar a los futuros curas. El inmueble que vemos ahora corresponde a su reconstrucción tras la Guerra Civil. 

Tras el desenlace de la Batalla de Teruel, finales de febrero de 1938, una de las primeras faenas que hubo que llevar a cabo por parte de los vencedores fue la retirada de cadáveres de entre las ruinas del Seminario lo antes posible por razones sanitarias, claro. Según fuentes fiables, entre el 3 de marzo y el 28 de septiembre de 1938, 100 cadáveres fueron extraídos de los escombros, muertos por el hundimiento de paredes y tejados principalmente, mientras que 30 fueron desenterradas porque estaban inhumados con poca profundidad en el recinto del Seminario, seguramente en el patio.

Dos de los clérigos con más poder en la provincia de Teruel y que habían sufrido las consecuencias de la guerra, Emilio Rabanaque y Ventura Pamplona, hermano este último de los mandamases falangistas Clemente y Manuel, dirigían una carta al Ayuntamiento a finales de julio de 1939, “glorificando las sagradas ruinas del Seminario y protestando del servicio que se hace de ellas” en la que solicitaban que se estableciera vigilancia sobre ellas castigando en un sentido o en otro a aquellos que “profanaran” dicho lugar, lo que nos confirma que los escombros y los restos del inmueble del Seminario eran considerados por la Iglesia y por el régimen franquista “sagrados” y aunque no se decía en el escrito, las personas que actuasen “contra” las ruinas cometerían el pecado mortal de sacrilegio, uno de los más graves establecidos por la Iglesia .

No les faltaba razón a los dos en cuanto a la situación de las ruinas, pues hay que pensar que ya había pasado alrededor de año y medio desde que el conflicto armado había terminado en la ciudad de Teruel y los restos del Seminario (tejados, paredes, puertas…) continuaban al aire libre sin ningún tipo de protección que evitase el saqueo y la apropiación privada de materiales constructivos.

José Manuel López Gómez (La arquitectura oficial en Teruel durante la era franquista (1940-1960) editado por el Instituto de Estudios Turolenses en 1988 y autor  de una tesis sobre este tema, apuntaba que “en el Seminario se recrearán los mitos del sitio y del martirio, del monje y del soldado, de la cruzada contra el infiel (...) La ruina será utilizada como elemento propagandístico por el franquismo en el que se ponga de manifiesto la “acción bárbara y destructora del enemigo” y una justificación del Alzamiento bélico contra la República...” 

Las ruinas eran mostradas y exhibidas ante los visitantes, algunos de los cuales fueron “ilustres” como  el caso de Carmen Polo “de Franco” y su hija que pasaron tempranamente por Teruel, a mediados de 1940, mientras que su marido el “generalísimo” (las comillas son por su estatura en relación con el nombre tan largo) se hizo de rogar porque aún tardaría 13 años (1953) en visitar la ciudad que había adoptado y declarado “ abnegada y mártir”. Se construyó una cruz de los caídos de piedra de gran tamaño en la deteriorada fachada oeste, la que da al río Turia, y  en el interior de las ruinas se celebraron todo tipo de actos de carácter patriótico y religioso, acompañados de la clara parafernalia fascista, tal como se puede vislumbrar en las fotografías que solía publicar estos años el periódico “Lucha”.     

Pero para desarrollar esta labor propagandística y que fuera efectiva había que empezar la formación desde niños tal como proponían los dos clérigos citados anteriormente “y otros” que firmaban la carta dirigida al Consistorio franquista recién escullado pues la primera acta consistorial firmada por el republicano converso José Maícas Lorente, corresponde al 2 de enero de 1939. 

En la citada carta exponían que “por los Maestros y Maestras de las Escuelas de la Ciudad se inculque a los alumnos el respeto y el amor que a estas ruinas deben, iniciándoles en la idea de rendir tributo a los héroes llevando con frecuencia flores al altar de los Caídos”, con lo cual ambos clérigos querían condicionar e influir en la formación ideológica de los niños a través de la acción educadora de los docentes de los colegios. De alguna manera se iniciaba el nacional-catolicismo con ese culto a los “caídos” pero, claro, solo a los del régimen vencedor en la guerra.