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Un episodio apenas conocido: los prisioneros republicanos en trabajos forzados en la provincia Un episodio apenas conocido: los prisioneros republicanos en trabajos forzados en la provincia
Antiguo hospital de MFU, hoy Museo de la Ciencia y de la Arqueología Minera

Un episodio apenas conocido: los prisioneros republicanos en trabajos forzados en la provincia

Hubo destacamentos penales en Utrillas, Teruel capital, Híjar, Rudilla, Valmuel y Torrevelilla
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Serafín Aldecoa

Un episodio apenas conocido, porque no ha sido investigado ni divulgado, es el empleo por el Franquismo de prisioneros republicanos en trabajos forzados en la provincia de Teruel y más concretamente, la traída de obreros de campos de concentración de otras partes de España para trabajar en las minas de Utrillas tras ser ocupadas por el ejército franquista. Hubo otros  destacamentos penales en la provincia como el de Teruel capital, Híjar, Rudilla, Valmuel y Torrevelilla.

Carol Haussman, un ingeniero industrial vinculado a la minería, escribía hace unos años: “Al ordenar unas cajas, encontré una carpeta en la que se podía leer: Destacamento Penitenciario de Utrillas. Me quedé helado. Había oído hablar de que, después de la contienda, habían trabajado prisioneros de guerra en las explotaciones de carbón y que todavía quedaban en el pueblo descendientes de aquellos trabajadores, pero encontrarse delante de una documentación que con nombre y apellidos, nos habla  del tremendo drama de las personas que fueron a las minas como penados, que nos recuerda la dura prueba por la que pasaron los combatientes que redimieron mediante trabajo las penas que les habían impuesto, me produjo el lógico respeto que se merece un asunto tan serio”.

Y así fue.  El cuerpo del Ejército marroquí en una ofensiva directa contra las Cuencas Mineras tomó Montalbán el  día 12 de marzo de 1938  y el de Galicia, al mando del general Aranda,  al día siguiente hizo lo mismo con Escucha y Utrillas, centro y clave de todo el distrito minero que hasta entonces, pese a los intentos del comandante Aguado y compañía, nunca había podido ser ocupado por las tropas rebeldes.

 La ocupación de estas tierras fue complicada para el ejército franquista por la firmeza que opusieron los mineros -la mayoría afiliados a las centrales sindicales CNT y de UGT- y que consiguieron huir antes de que las tropas tomaran los dos municipios produciendo en la retirada destrozos en las instalaciones de los que daba cuenta la empresa, MFU, en la memoria de 1940.

Tomadas las minas por el ejército, el nuevo Estado franquista tenía un enorme interés en ponerlas en marcha lo antes posible para producir una cantidad de carbón necesaria para mantener  la industria de guerra que, no lo olvidemos, todavía continuaba y para el consumo doméstico, especialmente para abastecer a Zaragoza el próximo invierno. Por ello, el ministerio de Industria se apropió de las minas sin devolverlas a sus propietarios legítimos de MFU (Minas y Ferrocarriles de Utrillas) y  una semana después de tomar el control, designó al ingeniero de minas Roberto de Guezala “para que se desplace a las minas recientemente liberadas de la cuenca minera de Utrillas e informe rápidamente del estado en que se encuentran las minas y acerca de las medidas que considere oportuno deben adoptarse para obtener la máxima producción en las mencionadas minas”. 

Ahora bien, proseguía en el decreto: “lo que más ha dificultado la recuperación ha sido la falta de brazos  y de personal especializado” y luego daba unas cifras: “A finales de 1938 solo disponíamos del 40 por ciento del personal que la empresa tenía en julio de 1936, por lo que en el año 1938 solamente se extrajeron 17.046 toneladas [de carbón]” cuando la producción en condiciones normales podía alcanzar las cien mil toneladas anuales.

Esta carencia hizo que, se buscaran mineros en los pueblos próximos y especialmente en la localidad de Ariño pero los resultados fueron poco fructíferos porque unos meses más tarde de la ocupación, solamente se había conseguido que trabajaran 170 mineros en las explotaciones cuando, según fuentes de MFU, lo habitual era que hubiera una plantilla de 550 trabajadores.

 Por ello en el mes de noviembre, MFU enviaba un escrito a Burgos dirigido al “coronel inspector de los campos de concentración de prisioneros de guerra” en el que le solicitaba doscientos presos políticos (“prisioneros de guerra”) para emplearlos en el trabajo de las minas con lo cual intentaba paliar la escasez de obreros que pusieran en marcha las minas y a la vez conseguía una mano de obra baratísima lo que le serviría para reiniciar la explotación de los yacimientos sin apenas coste económico. 

La respuesta no se hizo esperar, y unas semanas más tarde se aceptaba el envío de dicha cantidad de prisioneros de guerra (políticos) que empezaron sus trabajos en plena guerra civil durante el invierno de 1938 en unas condiciones realmente duras y con unos trabajadores cuyas condiciones de fortaleza, alimentación y salud eran lamentables.

De los 200 mineros solicitados al campo de concentración de Miranda de Ebro que llegaron a finales de enero de 1939, según MFU, solamente uno había trabajado anteriormente en la mina. Como era de esperar, esta medida no satisfizo a la empresa porque los obreros enviados no eran “aptos” para trabajar en las mina  pues su profesión antes de ser encarcelados no era la de minero. Así que de nuevo se volvió a solicitar el envío de presos en el mes de febrero, en este caso “un mínimo de 50” pero, claro, con experiencia y especializados: mineros, picadores y entibadores, sobre todo. En este caso llegaron mineros procedentes de diferentes lugares de España como  Figols, Palencia, León, Teruel y de otras cuencas mineras pero especializados.

Otra cosa era el hambre. La empresa intentaba suplir las necesidades básicas de una alimentación muy escasa pues en el mes de febrero de 1940 desde la Dirección se advertía de que el economato carecía en absoluto de “otros géneros que son la base de la alimentación del obrero como son el aceite, azúcar, garbanzos, arroz, bacalao…” A este falta o escasez de alimentos que seguramente produjo hambre entre los trabajadores,  habría que añadir el frío del invierno que debía de ser la principal tortura que tenían que soportar.  Haussman Tarrida afirma que la situación económica  y social de los años siguientes del final de la guerra fue muy dura para todos los españoles pero mucho más para los prisioneros empleados en los cotos mineros.

Con todos los mineros locales y los presos traídos del enorme campo de concentración de Miranda de Ebro, que eran la mayoría, se constituyó el Destacamento Penitenciario de Utrillas que estuvo operativo hasta finales de 1944.