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José Luis Rubio

Uno tiene ya una edad en la que no es raro que la gente del alrededor empiece a apuntarse al club de los jubilados. Alcanzar ese status es, para muchos, un faro en el horizonte que ilumina su rutina diaria. La expectativa de ponerse al timón de la propia existencia, decidiendo qué hacer y cuándo hacerlo es una propuesta sugerente que, sin embargo, tiene doble filo.

Y es que hacerse dueño de su propio destino es algo para lo que no todo el mundo está preparado. Hace algunos años escuché a un compañero de mi esposa preguntarse que qué iba a hacer después de su inminente (entonces) jubilación. En mi interior se agolpaban la envidia y la rabia, casi a partes iguales. No podía dejar de pensar en la cantidad de cosas que haría yo si tuviera la vida a mi disposición, y casi me faltaban horas en la agenda.

Hay personas que se han volcado tanto en su profesión o en sus obligaciones familiares (o en las dos) que cuando llega el momento de parar se encuentran con un vacío imposible de llenar. Supongo que muchos de ellos terminan mirando obras o tratando de llenar sus horas cuidando a los nietos.

Sin embargo hay otro perfil de jubilado, entre los que me gustaría incluirme algún día, que intenta sacarle a la vida todo el jugo que el trabajo y los compromisos no le han permitido sorber. Son los serios candidatos a sufrir el síndrome conocido como estrés del jubilado por el que a los recién ingresados en ese selecto club de la jubilación se les amontonan los planes. Senderismo, leer, hacer kayac, viajar o cultivar un huerto son actividades que pueden llenar una agenda que solo podría mejorar con una autocaravana para recorrer el mundo marcando el rumbo cada mañana.

Desde mi optimismo, alcanzar la jubilación y, a ser posible, hacerlo con un razonable estado de buena salud, te hace millonario en algo tan valioso como el tiempo.

Y voy a parar, porque solo de pensarlo he empezado a salibar pensando en todas las cosas que haré el día en el que me cuelgue el cartel de “jubileta” en la parte  de atrás de mi futura casa con ruedas para viajar hacia donde se pone el sol.