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Como si fuera Como si fuera

Como si fuera

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Raquel Fuertes

En medio de una primavera sombría e impredecible (como quizá debieran ser todas las primaveras) el primer fin de semana con libertad para movernos fue un café para todos: los turolenses bajaron a las playas buscando sol, mar y plenitud mientras que los valencianos volvimos a Teruel para reencontrarnos con silencio, paisaje y perspectiva.  El tiempo acompañó en ambas direcciones (poniente y calor en la costa, tibieza y calefacción en el interior) y, como si fuera un anticipo del verano que todos soñamos con más intensidad que nunca, cada uno a nuestra manera, pudimos experimentar algo cercano a la auténtica sensación de libertad (y no esa que se ha prostituido en mítines durante semanas).
Como siempre, al domingo le sigue el lunes y la realidad de una primavera llena de vaivenes y con todas las obligaciones a flor de piel regresó con el despertador que no se olvidó de sonar. Y así fue como el sueño de verano nos duró un fin de semana. Y volvimos a nuestra mascarilla, a consultar los calendarios de vacunación, a hacer cuentas de cuándo y con qué me tocará y discutiendo si estamos en el grupo de “ancianos de 50 a 59” años que publicaba aquel periódico o entre “els joves de 40” de Ximo Puig.
¿Y saben lo peor de esto? Pues que, hasta esto, la mayor disrupción de nuestras vidas, no dejan de ser problemas del primer mundo. Y, con todo lo que estamos padeciendo, no es nada con las tragedias que viven un poco más al este, un poco más al sur. Aún nos peleábamos por saber si los muertos de Gaza pesaban más o menos que los de Israel cuando a 14 km de Cádiz nos encontramos que las guerras diplomáticas (guerras de poder, a fin de cuentas) se saldan lanzando contra las vallas o al mar a los más débiles.
Las imágenes de niños, algún bebé incluso, rescatados en medio del mar por guardias civiles y miembros de ONGs después de ser usados como armas por los marroquíes no tienen desperdicio. Perdón, sí lo tienen: nosotros, como especie. Como si fuéramos, efectivamente, un lobo para con nuestros semejantes, no tenemos disculpa. Discusiones de salón que deberían resolverse en despachos se acaban dirimiendo jugando con vidas humanas. El peor chantaje. En el peor de los tiempos. Como si fuera el fin de lo que debimos ser.