Hace unos días fue noticia un hecho que me causó una gran alegría por varios motivos. Parece ser que han encontrado la forma de detectar, e incluso predecir, el cáncer de mama a través de un simple análisis de sangre.
Es una gran noticia para la sociedad, ya que esta simple prueba salvará muchas vidas. No hay nada mejor que la prevención y la detección precoz para esta enfermedad. Ojalá la ciencia y la medicina vayan avanzando en este camino que, por desgracia, es algo que nos concierne a todos.
Pero más allá del interés general, que es el fin mismo de la raza humana, también será un gran avance para las mujeres con movilidad reducida. Cuando se habla de accesibilidad universal, todos pensamos en lo mal que están las aceras, pero las barreras las encontramos en multitud de sitios. Y uno de ellos son las pruebas de diagnóstico.
Jamás me he hecho una mamografía, a pesar de que mis 44 años así lo aconsejan. Es imposible para una persona con mi físico poder acceder a esta herramienta tan útil. Tampoco voy al ginecólogo, una vez me tuvieron que hacer una prueba de este tipo y fue un verdadero infierno. Las camillas son aparatosas, están demasiado altas y es habitual no encontrar los apoyos técnicos y humanos necesarios para las transferencias desde la silla de ruedas.
Esto no solo ocurre en temas "femeninos". En general, quienes diseñan y fabrican estas maravillas de la tecnología moderna piensan en una ergonomía única y universal, y no en la diversidad que nos caracteriza. No me resulta fácil ir a un dentista o a un oculista. Y cuando no me queda más remedio, los especialistas tienen que recurrir a los métodos de antaño.
Esto no quiere decir que los profesionales de la salud no se esfuercen. Sin embargo, por cuestiones técnicas u organizativas, no están preparados para situaciones complejas como la mía. Al final, cuando la cosa urge, las personas con este tipo de dificultades somos atendidas con la máxima calidad posible. Pero casi siempre cuando hay que echar a correr.