Los hogares rurales privilegiados que disponemos de suscripción a plataformas de vídeo en línea ya estamos disfrutando de la nueva ficción producida por los sobrinos de José Luis Moreno y la casa madre de Telecinco, Mediaset. Voy avanzando que “El Pueblo” se va a convertir en el más delicioso placer culpable del mundo ultrarruralista. La cosa va de un grupo de urbanitas que deciden vivir en una supuesta localidad soriana desierta porque no tienen nada que perder y de los últimos habitantes del municipio repoblado. La comedia tiene un planteamiento simple y personajes que, de primeras, intuyo están escritos por guionistas especialistas en la hipérbole. Vamos, que yo mismo podría estar en el equipo.
Una de las claves de cualquier relato es la identificación con alguna de las partes. Primero he intentado ponerme del lado de la cuadrilla neorrural, pues en su día yo vine de Valencia a un sitio casi abandonado. Solo he conseguido reflejarme de refilón en la pareja jipi. Podría, sin embargo, reconocer en nuevos pobladores de la zona a la desahuciada, al arruinado o a la adolescente malcriada. No diré nombres, que quiero evitar mi lapidación pública. Luego, como miembro del concejo abierto aguatonero, me he buscado entre los rústicos de la serie. Y tampoco me he visto plasmado en ellos. No obstante, he visto al alcalde con voluntad que pretende repoblar a toda costa, si es con niños mejor que mejor. También he visto al vecino cerril que nunca integrará a alguien que venga de fuera en la cotidianidad del lugar. Y, cómo no, he visto a la esposa complaciente.
Lo curioso de esa aldea soriana imaginaria es que durante los dos primeros capítulos nadie trabaja. Y aquí quejándonos porque lo importante para ser un territorio atractivo es la existencia de oportunidades laborales. En cuanto a la falta vivienda, el ayuntamiento favorece la ocupación de viviendas vacías seleccionando a moradores ideales para cada una de las casas. Mi única ventaja respecto a la serie es que yo veo los capítulos desde el sofá y en la invención se tienen que subir a las piedras de un castillo semiderruido.