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No hay olvido No hay olvido
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Raquel Fuertes
Siempre llueve en los días tristes. Y quizás uno de los peores fue cuando la lluvia trajo la tristeza. El dolor, la desolación, la impotencia, la rabia, la destrucción, el miedo, la desesperación… La muerte.

Escuchar los nombres de los 237 fallecidos por esa combinación de la fuerza de la naturaleza y la inoperancia de tantos fue este miércoles un ejercicio en el que, como durante ha ocurrido a diario este año, las lágrimas y la ira han convivido en una mezcla venenosa que nos ha hecho aún más frágiles.

Del funeral de Estado no quiero quedarme con un el discurso tendencioso de alguna de las cadenas (algunas han elegido a su culpable favorito y con eso depuran todas las responsabilidades) ni con los gritos de “¡Hijo de puta! ¡Asesino!” con los que fueron recibidos algunos políticos (no era el momento ni el lugar, pero el dolor no conoce de protocolos).

Me quedo con la mano temblorosa de una periodista pasando las páginas. La emoción pudo a la experiencia. Con una reina mirando al techo tragando saliva para evitar las lágrimas y abrazando. La empatía pudo a las formas. Con las ausencias representadas por 237 rosas blancas. El recuerdo pudo al vacío. Con los discursos de los familiares hablando de sueños truncados. El amor pudo a la frialdad de un escenario tan poco apropiado.

Amor, memoria, recuerdo… Qué pocas ocasiones hay en la vida en las que resulte imposible encontrar al menos un atisbo de luz, de esperanza. El año transcurrido y cómo ha transcurrido todo ha llenado de oscuridad demasiadas vidas y demasiados pueblos.

Ya sé que he repetido dolor, rabia o tristeza muchas más veces de las recomendadas en un escrito tan corto, pero es que son las palabras que define el trasfondo que dejó el paso del agua y del barro. “Hoy hace un año que nos cambió la vida a todos”, dice la hija de una de las víctimas. Y, como ella decía, no fue sólo para las víctimas, sino para los que quedaron y para quienes hemos escuchado y compartido las penas de tanta gente querida. Demasiado duro, demasiado cerca. Demasiadas “almas rotas”.

“Valencia pudo salir del barro”, gracias a la solidaridad de muchos. Y a pesar de otros. Siempre en el recuerdo. No hay olvido.