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Padres Padres
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Raquel Fuertes
Hay un momento especialmente cruel en la vida. Un momento de edad indeterminada y sin retorno en el que uno pierde cualquier vestigio de inocencia e inconsciencia de la niñez y que se convierte en el punto de no retorno hacia la conciencia plena de lo que supone hacerse mayor.

Un día descubres que tú no eres el único que tiene una vida distinta a la familiar cuando sales de casa. Sabes que lo que pasa en el colegio, con tus amigos, en las extraescolares o en tus momentos de ocio es algo que te pertenece a ti y en el que los padres no tienen ningún papel (o, si acaso, el de “traedores”), pero todo lo que conoces de los padres es la faceta de la vida en la que están volcados en ti, en tu cuidado (sí, incluye también los noes y las regañinas). Y llega el día de un descubrimiento que por sí es traumático (no hace falta que la forma o el contenido sean en sí dolorosos): los padres también son personas. Personas que, como tales, tienen una vida profesional, conflictos, filias, miedos, frustraciones, errores, éxitos y tristezas. Lo que viene siendo una vida, vaya.

Y ese descubrimiento cambia la perspectiva de todo lo que conoces. Sea a la edad que sea. Ese manto de seguridad absoluta que te proporciona la familia pasa a tener fisuras cuando descubres que los progenitores también tienen problemas y dudas cuando salen de ese entorno común al que llamamos hogar. Que su vida tiene una continuidad fuera y que en sus otros entornos la vida puede ser más hostil. O ni siquiera hostil, totalmente distinta. Entiendes entonces que el profesor que te hace la vida imposible, que la dependienta de la boutique, que el camarero que te pone el batido, el bombero que viste en su camión o la doctora que te atiende en el ambulatorio también son padres y que tú quizás conozcas facetas de su vida que sus propios hijos desconozcan. Y esa conciencia de que el padre, la madre, son también individuos quizás nos haga sentir menos seguros porque ya sabemos que, aunque nos lo haya parecido hasta ahora, no somos lo único en su existencia. Nos queda el enorme consuelo de saber que, los hijos, la familia, somos lo más importante.