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Raquel Fuertes

Llegar a la playa cuando en la arena está dibujado nada más que el paso del viento. Cuando el sol aún no ha acabado de despegarse del mar y marca el horizonte llenando de colores agua y cielo.

Pedir un café, esperar a que llegue leyendo el periódico, en silencio, sin prisas. Tomar el primer sorbo y saborearlo en toda su intensidad. Continuar con la lectura y, de repente, sentir que el estímulo de ese trago amargo y reconfortante te ha reactivado. Ya puedes con todo lo que el día te depare.

Estar tan enfrascado en una conversación como para no darte cuenta de que han pasado las horas hablando de nada en particular y de todo en general, olvidando reloj y obligaciones. 

Encontrarse a un viejo amigo y, de forma inesperada, convertir el reencuentro en un momento de compartir confidencias, recuerdos y proyectos. Inesperadamente, una tarde de futuro insulso se convierte en un revivir y compartir.

Acabar de comer un domingo, buscar la película más previsible de entre la infinita oferta de canales, sintonizarla y dejarse abrazar por el sofá durante un periodo indefinido en el que desaparece cualquier atisbo de preocupación y, por qué no, de consciencia.

Dormirse con una sonrisa que se traslada a los sueños. Disfrutar del disparate onírico sin plantearse la factibilidad de lo soñado y despertar con la misma sonrisa.

Pasear junto al río, en contracorriente, buscando el lugar del que surge. Encontrarlo y llegar a la conclusión de que aquello es, en realidad, una forma de magia.

Subir a lo más alto, mirar hacia el oeste y ver cómo desaparece el sol buscando el descanso de su nadir y ofreciendo el mejor espectáculo justo antes de despedirse.

Leer un libro, mirar un cuadro, emocionarse con una canción, sentir el aire fresco en la cara…

Hay días en los que nos dejamos envolver por la negatividad de todo lo malo, que es real y no es poco en estos días, hasta el punto de no ser capaces de ver cuántos placeres están en nuestra mano, al margen de que el BOE decrete fase 3 o nueva normalidad. La parte que corre de nuestra cuenta es eso: nuestra. Dejemos de malvivir en el cómodo “todo mal” y dejémonos arrastrar por esos pequeños placeres que, ahora aún más, nos dan la vida.