

Como si estuviera programada, la primera tormenta caía en torno a la Virgen de Agosto. Esa semana en la que había fiestas en Formiche, en Cabra, en Jorcas y en tantos otros pueblos de Teruel a los que ya no llegaba nuestro circuito habitual.
Estos años la cosa anda más desteclada y lo mismo te encuentras con un verano sin una gota de agua que uno como este agosto en el que a los días de dormir con la ventana abierta (creía que no iba a vivir esto jamás en el pueblo) le suceden otros de truenos, agua y posterior refrescada. Incluso antes de la semana de la Virgen.
Ahora ya tocaba. Y esta tarde escribo mientras los truenos se convierten en agua a una hora temprana que hace pensar que aún podremos dar el paseo por el río para ver si, por un día, corre el agua.
Me cuentan que en el río hubo truchas y barbos, cangrejos y patos. Hoy sólo queda el recuerdo de algunas pozas medio resecas, invadidas por las cañas y alguna rana despistada. La tormenta, si es generosa, rellenará el cauce por unas horas para después dejar como barranco lo que un día fue río.
Aguas arriba es igual. Aunque este año ha llovido, la tierra se ha secado por dentro y es incapaz de alimentar el río con continuidad.
Pero, más allá de la hidrología, las tormentas marcaban el inicio de la segunda mitad cuando agosto duraba 31 días. Hoy casi nadie tiene el mes de vacaciones y el concepto de mitad no funciona por quincenas sino por semanas o días sueltos. ¿Habrán perdido las tormentas también el sentido de ecuador?
La segunda mitad siempre se siente más corta que la primera y las primeras son cada vez más efímeras. ¿Llegará un día en el que las tormentas ya no sirvan para separar el verano en partes de puro breve?
La de hoy ha pasado rápido. El tiempo justo para escribir esta columna, mojar la ropa tendida y hacer que los pájaros buscaran refugio durante unos minutos. Sólo valdrá la pena ir a ver si baja el río si dicen que ha llovido en la sierra. Si no, será otra tarde de paseo con la chaqueta en la mano. Por si refresca.
Estos años la cosa anda más desteclada y lo mismo te encuentras con un verano sin una gota de agua que uno como este agosto en el que a los días de dormir con la ventana abierta (creía que no iba a vivir esto jamás en el pueblo) le suceden otros de truenos, agua y posterior refrescada. Incluso antes de la semana de la Virgen.
Ahora ya tocaba. Y esta tarde escribo mientras los truenos se convierten en agua a una hora temprana que hace pensar que aún podremos dar el paseo por el río para ver si, por un día, corre el agua.
Me cuentan que en el río hubo truchas y barbos, cangrejos y patos. Hoy sólo queda el recuerdo de algunas pozas medio resecas, invadidas por las cañas y alguna rana despistada. La tormenta, si es generosa, rellenará el cauce por unas horas para después dejar como barranco lo que un día fue río.
Aguas arriba es igual. Aunque este año ha llovido, la tierra se ha secado por dentro y es incapaz de alimentar el río con continuidad.
Pero, más allá de la hidrología, las tormentas marcaban el inicio de la segunda mitad cuando agosto duraba 31 días. Hoy casi nadie tiene el mes de vacaciones y el concepto de mitad no funciona por quincenas sino por semanas o días sueltos. ¿Habrán perdido las tormentas también el sentido de ecuador?
La segunda mitad siempre se siente más corta que la primera y las primeras son cada vez más efímeras. ¿Llegará un día en el que las tormentas ya no sirvan para separar el verano en partes de puro breve?
La de hoy ha pasado rápido. El tiempo justo para escribir esta columna, mojar la ropa tendida y hacer que los pájaros buscaran refugio durante unos minutos. Sólo valdrá la pena ir a ver si baja el río si dicen que ha llovido en la sierra. Si no, será otra tarde de paseo con la chaqueta en la mano. Por si refresca.