

Nadie sobrevive a la publicación de sus conversaciones privadas. Echen un ojo a los diálogos que mantiene a diario con sus colegas o con su familia y haga un análisis sobre lo que le dicen y lo que usted responde.
La filtración de mensajes que se cruzan líderes políticos siempre ha levantado ampollas entre los afectados y alegría entre los rivales, que se frotan las manos esperando recoger la fruta del árbol caído.
Que se lo digan al expresidente Mariano Rajoy. Todavía hoy nadie ha olvidado el “Luis, sé fuerte” que envió al extesorero de su partido, Luis Bárcenas, y que se convirtió en la primera pieza del dominó que hizo caer al Partido Popular hasta sacarlo del Palacio de la Moncloa tras la exitosa moción de censura que presentó Pedro Sánchez.
Ironías de la vida, ahora es el mismísimo líder socialista el que es víctima de sus propias palabras, de los mensajes que intercambió con el que fuera amigo, José Luis Ábalos, acorralado por casos de corrupción en la época en la que fue ministro de Transportes y preso de la soledad a la que le han sometido todos los miembros del partido del que fue absolutamente todo.
Pedro Sánchez tuvo que haber aprendido algo del fiscal general del Estado, Álvaro Ortiz, que borró todos los mensajes de su móvil el día que el Tribunal Supremo abrió una investigación para descubrir quién filtró datos privados de la pareja de Isabel Díaz Ayuso. En su declaración ante el juez, dijo que era por “motivos de seguridad”, una justificación que no se creen ni los que aplauden la osadía.
Al presidente del Gobierno y a varios ministros les hackearon el móvil algún día entre octubre de 2020 y diciembre de 2021, aunque todavía nadie ha contado quién extrajo los datos más sensibles del presidente del Gobierno y de personas que forman parte de su gabinete.
Ahora es el diario El Mundo el que dosifica por fascículos diarios los whatsapps que se intercambiaron Sánchez y José Luis Ábalos. Los que custodian el material dicen que tienen miles de mensajes, todos los que se cruzaron secretario general y secretario general del PSOE durante años, pero prometen que circunscribirán la publicación única y exclusivamente a los que tengan relevancia informativa. El dilema ahora es qué debe prevalecer, si el derecho a la intimidad o a la información. Yo siempre estoy a favor de que se sepa todo lo que alguien con relevancia pública prefiere ocultar.
Los mensajes muestran a un presidente del Gobierno refiriéndose a sus barones díscolos como lo fue Javier Lambán como “petardos” o “impresentables”.
Las conversaciones revelan un perfil de un Pedro Sánchez que no soporta que le lleven la contraria, que los suyos critiquen sus políticas. Un jefe del Ejecutivo que mandaba a sus colaboradores más cercanos, Ábalos y Santos Cerdán, a “darles un toque” para que cesaran las críticas.
Al airearse las conversaciones, la andaluza Susana Díaz también ha querido compartir sus sentimientos y reconoció ante las cámaras que conocía desde hace tiempo por terceras personas de las maniobras que se hicieron para desbancarla de Andalucía y darle el poder del PSOE andaluz a Juan Espadas. Pero que verlo transcrito “es muy jodido”.
Los miembros del Gobierno han cerrado filas con el presidente y todos mantienen la misma teoría: que es ilegal airear conversaciones privadas y que irán a por todas para acabar con este goteo que nadie sabe cuándo acabará ni cómo lo hará.
Entonces, ¿las conversaciones entre Sánchez y Abalos son privadas y las de Rajoy con Bárcenas no lo eran? Con estas cosas, con el doble rasero que utilizan los políticos según les beneficie o les perjudique una información, uno siempre llega a la misma conclusión: ¿Por qué el común de los mortales ve de lejos la paja en el ojo ajeno y le cuesta tanto descubrir la viga en el propio?
La filtración de mensajes que se cruzan líderes políticos siempre ha levantado ampollas entre los afectados y alegría entre los rivales, que se frotan las manos esperando recoger la fruta del árbol caído.
Que se lo digan al expresidente Mariano Rajoy. Todavía hoy nadie ha olvidado el “Luis, sé fuerte” que envió al extesorero de su partido, Luis Bárcenas, y que se convirtió en la primera pieza del dominó que hizo caer al Partido Popular hasta sacarlo del Palacio de la Moncloa tras la exitosa moción de censura que presentó Pedro Sánchez.
Ironías de la vida, ahora es el mismísimo líder socialista el que es víctima de sus propias palabras, de los mensajes que intercambió con el que fuera amigo, José Luis Ábalos, acorralado por casos de corrupción en la época en la que fue ministro de Transportes y preso de la soledad a la que le han sometido todos los miembros del partido del que fue absolutamente todo.
Pedro Sánchez tuvo que haber aprendido algo del fiscal general del Estado, Álvaro Ortiz, que borró todos los mensajes de su móvil el día que el Tribunal Supremo abrió una investigación para descubrir quién filtró datos privados de la pareja de Isabel Díaz Ayuso. En su declaración ante el juez, dijo que era por “motivos de seguridad”, una justificación que no se creen ni los que aplauden la osadía.
Al presidente del Gobierno y a varios ministros les hackearon el móvil algún día entre octubre de 2020 y diciembre de 2021, aunque todavía nadie ha contado quién extrajo los datos más sensibles del presidente del Gobierno y de personas que forman parte de su gabinete.
Ahora es el diario El Mundo el que dosifica por fascículos diarios los whatsapps que se intercambiaron Sánchez y José Luis Ábalos. Los que custodian el material dicen que tienen miles de mensajes, todos los que se cruzaron secretario general y secretario general del PSOE durante años, pero prometen que circunscribirán la publicación única y exclusivamente a los que tengan relevancia informativa. El dilema ahora es qué debe prevalecer, si el derecho a la intimidad o a la información. Yo siempre estoy a favor de que se sepa todo lo que alguien con relevancia pública prefiere ocultar.
Los mensajes muestran a un presidente del Gobierno refiriéndose a sus barones díscolos como lo fue Javier Lambán como “petardos” o “impresentables”.
Las conversaciones revelan un perfil de un Pedro Sánchez que no soporta que le lleven la contraria, que los suyos critiquen sus políticas. Un jefe del Ejecutivo que mandaba a sus colaboradores más cercanos, Ábalos y Santos Cerdán, a “darles un toque” para que cesaran las críticas.
Al airearse las conversaciones, la andaluza Susana Díaz también ha querido compartir sus sentimientos y reconoció ante las cámaras que conocía desde hace tiempo por terceras personas de las maniobras que se hicieron para desbancarla de Andalucía y darle el poder del PSOE andaluz a Juan Espadas. Pero que verlo transcrito “es muy jodido”.
Los miembros del Gobierno han cerrado filas con el presidente y todos mantienen la misma teoría: que es ilegal airear conversaciones privadas y que irán a por todas para acabar con este goteo que nadie sabe cuándo acabará ni cómo lo hará.
Entonces, ¿las conversaciones entre Sánchez y Abalos son privadas y las de Rajoy con Bárcenas no lo eran? Con estas cosas, con el doble rasero que utilizan los políticos según les beneficie o les perjudique una información, uno siempre llega a la misma conclusión: ¿Por qué el común de los mortales ve de lejos la paja en el ojo ajeno y le cuesta tanto descubrir la viga en el propio?