

A veces llega la hora de enfrentarse al folio en blanco y soy incapaz de recordar la columna que llevaba varios días escribiendo en mi subconsciente, normalmente mezclando vivencias, emociones, deseos y frustraciones. Imagino que el cóctel es tan denso que en modo preventivo hay semanas que acabo por olvidarla. No sea que me puedan la tristeza, la frustración o la rabia.
Cuando eso sucede y el reloj aprieta para salir del paso hablo de la actualidad con mi marido, pongo la tele para ver por dónde se derrama la bilis o abro el periódico para obtener una visión periodísticamente jerarquizada de la que está cayendo.
Hoy me ha tocado periódico. Y aunque he recordado que iba a hablar de los 80 años que cumple mi padre este miércoles, he sido incapaz de ponerme sentimental con una cifra tan redonda y con tantos significados después de sentirme tan ¿decepcionada?, ¿asqueada?, ¿confusa? con el mundo que nos rodea. Imagino que les habrá pasado muchas noches. Llegan a casa con la batería justa para una conversación mínima con la familia (lo mínimo para sentirse aterrizado y querido, humano) y cometen el gran error de cenar o sentarse en el sofá con el informativo de fondo. Da igual si llegan en la sección de internacional, de economía, sucesos o sociedad. Caigan donde caigan, ¿no acaban con la sensación de que esto ya no vale la pena? Ha habido un punto de inflexión, un momento que no soy capaz de detectar en el que todo se nos fue de las manos. Sean los ministros puteros, el pacificador loco, el hombre olvidado durante 12 años o la entrega de rehenes en forma de cadáver, no soy capaz de encontrar consuelo, ni siquiera una risa sarcástica, ni en los silencios de Ábalos ni en las declaraciones sobre el drama de la vivienda en boca de la ministra de ¿Sanidad? Con líderes políticos que no lideran más que a sus palmeros y que no piensan en el ciudadano y en el bien común, ¿qué esperamos?
De verdad, hay días en los que no merece la pena asomarse al exterior, en los que deberíamos quedarnos en ese espacio que creamos nosotros con los seres queridos para poder sobrevivir a tanta mezquindad siendo moderadamente felices.
Cuando eso sucede y el reloj aprieta para salir del paso hablo de la actualidad con mi marido, pongo la tele para ver por dónde se derrama la bilis o abro el periódico para obtener una visión periodísticamente jerarquizada de la que está cayendo.
Hoy me ha tocado periódico. Y aunque he recordado que iba a hablar de los 80 años que cumple mi padre este miércoles, he sido incapaz de ponerme sentimental con una cifra tan redonda y con tantos significados después de sentirme tan ¿decepcionada?, ¿asqueada?, ¿confusa? con el mundo que nos rodea. Imagino que les habrá pasado muchas noches. Llegan a casa con la batería justa para una conversación mínima con la familia (lo mínimo para sentirse aterrizado y querido, humano) y cometen el gran error de cenar o sentarse en el sofá con el informativo de fondo. Da igual si llegan en la sección de internacional, de economía, sucesos o sociedad. Caigan donde caigan, ¿no acaban con la sensación de que esto ya no vale la pena? Ha habido un punto de inflexión, un momento que no soy capaz de detectar en el que todo se nos fue de las manos. Sean los ministros puteros, el pacificador loco, el hombre olvidado durante 12 años o la entrega de rehenes en forma de cadáver, no soy capaz de encontrar consuelo, ni siquiera una risa sarcástica, ni en los silencios de Ábalos ni en las declaraciones sobre el drama de la vivienda en boca de la ministra de ¿Sanidad? Con líderes políticos que no lideran más que a sus palmeros y que no piensan en el ciudadano y en el bien común, ¿qué esperamos?
De verdad, hay días en los que no merece la pena asomarse al exterior, en los que deberíamos quedarnos en ese espacio que creamos nosotros con los seres queridos para poder sobrevivir a tanta mezquindad siendo moderadamente felices.