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Vendetta Vendetta
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Asunción Vicente

Hay palabras que dejan un cierto regusto antiguo, el honor, la honorabilidad o la honra; palabras que definen conceptos como templanza, decencia, dignidad, lealtad, reputación y prestigio, las echamos en falta hoy en día, pero era lo más importante del hombre en otros tiempos y el pilar sobre el que se asentaba la existencia de las familias, algo por lo que merecía la pena luchar y morir.

Confieso que estas historias de defensa del honor, de respuestas a las ofensas que exigen una reparación, me parecían muy lejanas y, sin embargo, no lo son tanto, solo hay que recordar las historias, que tanto la literatura como el cine nos han hecho llegar a través de situaciones en las que las ofensas se han de saldar con una “vendetta” la palabra italiana que entendemos como venganza. Conocía las famosas vendettas sicilianas y de otras zonas del sur de Italia, pero desconocía que en el Mediterráneo existieran otros lugares donde no hace mucho, se lavaban con sangre las ofensas y se seguían unos códigos de conducta anclados en tradiciones antiquísimas, basadas en la reparación del agravio físico e incluso verbal contra una persona, lo que implicaba a toda la familia y abocaba a toda la estirpe a una encarnizada vendetta.

Descubrí hace muy poco en el curso de un hermoso viaje al sur del Peloponeso, que en la región de Mani, el largo dedo de tierra entre los golfos de Mesenia y Laconia, la vendetta era algo que formaba parte de la tradición y cultura de este pueblo hasta casi la segunda guerra mundial. Aún hoy se oyen canciones populares, que hacen alusión a las rencillas entre familias que duraron años o siglos y que dieron un carácter especial a las gentes y a la arquitectura de este lugar. Mani fue la cuna de la revolución de los griegos contra el poder otomano que los había sojuzgado durante cuatrocientos años, allí tuvo lugar el primer levantamiento en 1821 que conduciría a la sangrienta Guerra de Independencia Griega, hasta lograr el nacimiento de Grecia como un nuevo estado. Tierra de valientes, hombres y mujeres, de héroes y heroínas, de guerreros rudos en medio de un paisaje agreste, árido, montañoso, con acantilados que bordean toda la costa bañados por un interminable mar azul. Aquí las vendettas eran habituales, se tenían que saldar necesariamente las ofensas entre familias, bien por herencias, crímenes o simplemente por un reparto de tierras. Si la ofensa era grave el castigo no era otro que el asesinato del culpable, quien no se vengaba era considerado cobarde, indigno y despreciable, por tanto, si quería seguir viviendo en su aldea debía cumplir ese código de conducta, estar siempre dispuesto a entregar su vida por el honor de su familia.

Solo se alcanzaba una tregua que frenaba la vendetta por un tiempo, en épocas de labores agrícolas, en bautizos o bodas para reanudarse después inmediatamente. Pero siempre estas acciones de ajuste de cuentas se anunciaban previamente con declaraciones públicas, de forma que toda la comunidad conociera la afrenta y enemistad. Es curioso observar la arquitectura tan particular de esta región, plagada de pueblos abandonados, debido a la necesidad de muchas familias de exiliarse a otros lugares para huir de la vendetta, sus casas torres hechas de piedra caliza local, son auténticas torres defensivas que le dan al paisaje un aire de país legendario salido de un cuento. Encerrarse en la torre y luchar desde sus posiciones, era una de las formas de defenderse de esta justicia extraña ejercida por un individuo o un grupo que se trasmitía entre generaciones en respuesta a la acción ofensiva perpetrada, algo así como un intento de equilibrar la balanza.

No solo en Mani, en otros países del Mediterráneo, además de Sicilia perduraban estas formas de hacer justicia entre familias rivales. En Albania existía una “venganza de sangre” en el norte del país, donde incluso en nuestro tiempo muchas familias viven encerradas en sus casas durante décadas por miedo a la venganza de familias rivales. Persiste la idea de que la sangre no queda nunca sin venganza, sobre todo en los pueblos escondidos entre los valles boscosos de la región. Prohibida la costumbre durante el régimen comunista, con su caída sorprende que vuelvan a darse casos de esta ancestral forma de administrar justicia. Córcega y Cerdeña son tierras de sangrientas vendettas, ya conocidas desde la Edad Media y sobre todo, en los siglos XVIII y XIX manteniendo todo un ritual en el proceso y cumpliendo una serie de preceptos, reglas no escritas pero grabadas a fuego en la memoria de las estirpes familiares que se imponen por encima de las leyes, a la manera de una inusual justicia reivindicativa, donde la ofensa no se considera un acto individual, es de un grupo y la recibe un grupo, por tanto se hace extensiva a cualquier miembro del grupo familiar ofendido y por consiguiente se extenderá también al grupo ofensor, puede pasar tiempo, incluso años hasta lograr la “paci” que pone fin a la enemistad.

Me parece curioso que nuestro apacible Mediterráneo conserve tantos ecos de usos y costumbres que se saltan toda regla escrita, en una especie de orgia justiciera de muerte por muerte y ofensa por ofensa, conduciendo a una obligación de sangre arcaica con el fin de restaurar el honor, un concepto que pierde valor a diario en nuestro mundo moderno.

Muchas son las cosas que nos unen asomados a nuestro estanque de ranas, pero descubrir que en esta espiral de ofensas y contra ofensas tenemos tanto en común, me resulta curioso y me hace reflexionar sobre cuán difícil pudo ser y es, un control social de la violencia, capaz de restablecer la paz entre los individuos y los pueblos erradicando definitivamente las venganzas de sangre.