

Entra el despropósito en las aulas. La enseñanza, en su funcionamiento y en su concepto, adquiere un tono absurdo que no había tenido en mil años.
La instrucción de niños y adolescentes ha colapsado sobre un centro morboso hecho de complejos o delirios de grandeza. Los grupos desdoblados -esto es, partidos por la mitad para que sean más fáciles de manejar-, que se componen de alumnos distintos y tienen profesores distintos, deben hacer las mismas actividades y los mismos exámenes, y utilizar métodos de aprendizaje idénticos.
Todo programado, tabulado, esquematizado e inamovible; sin espacio alguno para la improvisación; sin una sola rendija que deje paso al carácter del profesor. Es la nueva tendencia, el procedimiento de moda, que predica diversidades y practica rigideces; que intenta la cuadratura del círculo, el más difícil todavía de atender las diferencias entre alumnos aherrojando a los docentes.
Ha fenecido para siempre la probada verdad que asigna un librillo a cada maestrillo; se ha dado un portazo al personalísimo albedrío de cada profesor; se ha esclerotizado el aprendizaje para cargar a todos los profesionales con la misma tarea, con el fardo ímprobo y estéril de la programación, el registro de sesiones y la tutoría mecánica, repetitiva y enervante.
Ya está bien de buena vida; se acabaron las vacaciones opíparas, el horario abreviado y la discrecionalidad. Y no penséis que os librará lo innecesario, estrambótico, entorpecedor o fuera de lugar de los cometidos que os imponemos: habréis de cumplirlos porque sí, a la fuerza y sin rechistar.
Nadie busca, ingenuos, el “éxito académico” de vuestro alumnado; la cosa no va de resultados ni de informes pisa: el objetivo es acabar con los privilegios del oficio, dar curso a la envidia popular, haceros llevar cadena gorda como los demás.
A partir de ahora vais a comer, como todo quisqui, rancho de presentismo; vais a pasar los atardeceres en el centro y los anocheceres en casa, llenando cartapacios que recogerán el polvo del archivo; tendréis la mente ocupada con salvedades, insignificancias y tiquismiquis; contrarrestaréis a fatiga limpia el desinterés de los chavales; perderéis el tiempo libre, digeriréis mal, dormiréis peor y empezaréis a sudar lo que no sudasteis antes.
La enseñanza será un despropósito, sí; pero, ¿a quién le importa eso? Lo señalado, lo significativo, lo trascendental es que vosotros trabajaréis de lo lindo.