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Felices “¿fiestas?” Felices “¿fiestas?”

Felices “¿fiestas?”

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Juan Vicente Yago

Se pasan la Navidad felicitándonos las fiestas. Amigos y conocidos, televisiones y periódicos, tiendas y talleres, catálogos y colegios, instituciones, asociaciones y corporaciones. Nos llueven abrazos y buenos deseos.

El mundo entero nos participa su felicidad, y se vuelca literalmente sobre nosotros para compartir de algún modo el alborozo que lo hinche. El arroyo, los hogares, las mentes y hasta el aire rezuman fraternidad, y los buzones desbordan de misivas al respecto.

Vemos a unos y a otros felicitándose como descosidos en el penoso aturdimiento de quien sigue la corriente; celebrando algo sin celebrar nada o celebrando, sin darse cuenta, la soberbia de hacer los divertidos gestos de una efemérides habiendo eliminado las incómodas cavilaciones que implica darle sentido. Quiere decirse que muchos nos felicitan las “fiestas” pero muy pocos nos dicen cuáles.

La mayoría de las veces hay en el aire una extraña reticencia, una misteriosa tartamudez, un gregarismo absurdo, un apocamiento supremo. Al parecer, han llegado las fiestas: unas fiestas abstractas e inmotivadas, tradicionales aunque arbitrarias, por cuya existencia debemos congratularnos y sobrealimentarnos.

“Felices fiestas”, nos dicen, pero con el fundamento escondido, silenciado y como disimulado. Quizá por miedo al compromiso; quizá por puro rechazo a la coherencia requerida; quizá por un mezquino, atávico, bajo instinto de comodidad. El caso es que nos felicitan unas fiestas en sí mismas, nos recomiendan un gozo sin declarar su causa, nos ponderan la reunión familiar, la hermandad laboral, el acercamiento humano y el acaramelamiento colectivo como si tocase incrementarlos para combatir el frío, y todo es quemar pólvora en salvas y hacer brindis al sol.

Pretende imponerse, desde cierto laicismo empedernido y vindicativo, un despropósito en las costumbres, un menoscabo en la felicitación de Navidad que resalte la fiesta y prescinda en absoluto de su esencia. Se ha llegado al caso extremo de que familias enteras entregadas al pantagruelismo gastronómico y al paroxismo del regalo sean desoladoramente incapaces de justificar su agitación. Son las víctimas paradigmáticas de la tesitura oficial, del neutralismo exagerado, de la vacuidad impuesta por el politburó, de la confusión entre anticlericalismo y aconfesionalidad o entre confesionalidad y reconocimiento del credo mayoritario.

La estupidez de omitir el origen de una fiesta no viene de la población, sino de una política devastada por el vicio electoralista. Examínese cada uno y compruebe si sabe lo que se hace, no descubra un día que lo han atraillado sin que se dé cuenta. Cuando se anula el espíritu llega la esclavitud.