

Parece que por fin llega el calorcito, para unos supone una gran desgracia, mientras que para otros un gran alivio. A los de Teruel más o menos nos da igual, estamos acostumbrados a los extremos, o mucho frío, o mucho calor. Igual podemos estar a gusto en un desierto, que en un glaciar. Bueno, tal vez exagero un poco, pero al menos a mí me ha ocurrido que he estado en mi salsa trabajando en Kenia o subiendo alguna cumbre del Pirineo con raquetas de nieve a no sé cuántos grados bajo cero. Es cierto que para muchos es una excusa para quejarse, siempre nos estamos quejando, que si hace mucho calor, que si hace mucho frío… Cuando estos quejicas son muy pesados, les animo a que tengan paciencia, que el tiempo todo lo arregla; querías un poco más de frío, pues nada, espera a que llegue octubre o noviembre; te quejas de las heladas, espera a julio o agosto…
Pero no quería hablarles del tiempo, más bien de lo que ocurre cuando llega el mes de junio, además del calorcito. Sí, las vacaciones de los estudiantes y sus actividades de voluntariado. He conocido grupos de estudiantes de bachillerato, que una vez realizadas las pruebas para acceder a la universidad, se cogen la mochila y se van a hacer voluntariado a diferentes países de África, América, o Asia. Ojalá hubiera tenido yo la posibilidad de hacer este tipo de trabajo por los demás nada más haber cumplido la mayoría de edad. Cierto que tenía mis sueños, de hecho, nada más cumplir los 18 hice las gestiones para conseguir el carnet de conducir y el pasaporte, además de hacerme donante de sangre y poder votar. Mi cabeza, mis sueños, ya se iban por esas tierras repletas de personas con necesidades, problemas, y esperanzas.
Hacer voluntariado en estos tiempos no tiene nada que ver con el que se podía hacer hace unas décadas. Ahora se puede ir hasta los mismos suburbios en avión, desplazándose por las ciudades en autobuses o furgonetas, y muchos voluntarios ya no duermen en barracones o en tiendas de campaña, lo hacen en residencias u hoteles.
Los voluntarios que conozco lo hacen de maravilla, van a plantar su granito de trigo, dan sus caricias a las gentes más necesitadas, acompañan a los abandonados, y colaboran con la educación y la formación en las aldeas más perdidas del mundo. Otros, sin embargo, acuden a los barrios en busca de sensaciones, de conocimiento de unas realidades en el límite de la supervivencia, contemplan las heridas que causa la pobreza, pero no llevan tiritas, ni cariño, ni harina para hacer chapatis o pan. Son los que están siempre con la cámara de fotos dispuesta a hacerse unas cuantas con los niños enfermos o moribundos, enviándolas rápidamente a sus redes sociales para transmitir la idea de que son solidarios, de que apoyan a los más pobres del mundo… Pero todo es mentira, son ignorantes en busca de sensaciones que creen que les enriquecen, y no es así. Las personas, por pobres que sean, no son instrumentos, no son medio para presumir ante los amigos o familiares, no son el escenario de sus vanidades. Si se hace voluntariado, por favor, pongan el corazón, y lleven la mano dispuesta a plantar las semillas de la solidaridad, del afecto y de la caricia.