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…y cuando regresó de La Mareta, el dinosaurio seguía ahí: era él …y cuando regresó de La Mareta, el dinosaurio seguía ahí: era él
La residencia de La Mareta en Lanzarote

…y cuando regresó de La Mareta, el dinosaurio seguía ahí: era él

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Fernando Jáuregui
Son muchos los casos en los que se cita el micro cuento, siete palabras, de Monterroso para ilustrar situaciones conflictivas que, tras un paréntesis, por ejemplo durante el sueño o el descanso veraniego, siguen ahí, aguardándonos, tan problemáticas como cuando, tratando de olvidar, nos fuimos al mar, a la montaña o a la casa familiar en el pueblo. O a La Mareta, la residencia oficial del presidente del Gobierno en Lanzarote, que es donde, me parece, ha ido a parar Pedro Sánchez tras el curso político más agitado que recuerda la historia de nuestra joven democracia.

Cree él, nos sugieren desde La Moncloa, que ha salvado los muebles tras la aparición del ‘caso Montoro’, al que se quiere equiparar con los casos Koldo, Cerdán, Abalos, etcétera. Montoro era un megalodón, ese tiburón prehistórico que depredaba los océanos, no un dinosaurio. No, no es lo mismo, uno que otro. Pero el ‘affaire’ del que fuera ministro de Hacienda del PP con Rajoy muestra que, en efecto, el dinosaurio, como fiel animal que es, puede esperarte durante siete años, los que ha tardado en estallar el ‘Montorogate’. Y Pedro Sánchez, que ha cumplido el septenio (o septenato, en versión de algún país latinoamericano) en el poder, bien lo sabe.

Ocurre que, en el caso de Sánchez, los dinosaurios que pululan por los campos son múltiples y de variado tamaño. Los hay grandes, como el Tiranosaurius Rex, enorme mole hoy equiparable al fiscal general del Estado, o a Santos Cerdán y compañía, y los algo más menguados, como el Triceratops, o Begoña Gómez o el hermanísimo hoy ya en Japón, que me parece que no llegarán a tener causas penales por mucho que algunos jueces se empeñen, pero cuya actuación ha sido más fea, antiestética y antiética que pegar a un padre.

Unos dinosaurios eran herbívoros, otros carnívoros y otros, como los que lo mismo trincan de un Ministerio que de una empresa pongamos navarra, omnívoros. Incluyendo su dieta carne femenina y todas esas cosas tan sonrojantes que vamos averiguando. Parece que algunos se apareaban a veces en paradores de turismo, otros en pisos oficiales, alguno, quién sabe, en un despacho ministerial. Dinosaurios de salón, en todo caso.

Bueno, pues toda esa fauna seguirá ahí cuando, más moreno (o más maquillado) aún, acaso habiendo engordado algún kilo, el presidente vuelva de su sueño en La Mareta, o en Doñana, o donde quiera que reparta su, hay que reconocerlo, bien merecido descanso. Porque la verdad es que trabajar ha trabajado mucho. No sé si siempre con frutos positivos, como cuando se saltaba la Constitución, alteraba el Código Penal o nos decía que lo primero que haría tras ganar las elecciones sería meter en la cárcel a Puigdemont, el mismo con  el que luego pactó seguir en la alfombra roja y el mismo que ahora le exige (espero que tampoco cumpla Sánchez en este punto) que acuda a Waterloo, a pedirle más árnica.

Existe, palabra de honor, un oficio de ‘dinosauriólogo’, bueno, en realidad, un grupo dentro de los paleontólogos, que estudian el nacimiento, desarrollo y extinción de estos animales, bastante longevos en general: saben que los había desde del tamaño de una gallina hasta casi de la torre Eiffel, exagerando algo. De la misma manera que hay ‘sanchólogos’ que se precian de interpretar detalladamente cada signo del lenguaje corporal del presidente, cada mirada al vacío, cada gramo perdido en su rostro anguloso, cada sonrisa forzada, cada palabra pronunciada en una de esas ruedas de prensa en las que solo habla él, y no, como sería lo lógico, los periodistas.

Porque le voy a decir una cosa, amable lector, y se la diría, si no estuviese muerto desde hace veintidós años, al mismísimo Augusto Monterroso, que fue quien escribió ‘El Dinosaurio’, dentro de sus Obras Completas, en 1959: hay, como antes indicaba, dinosaurios y dinosauritos. Y el rey dinosaurio. Porque el dinosaurio que ahora siempre, pero siempre, está ahí no son ni Koldo el de los audios, ni Abalos el de, ejem, Jessica, ni Santos el pecador: ellos pasan, van y vienen a los juzgados, entran o entrarán en prisión, son dinosaurios como de segunda división que serán olvidados por la historia de la infamia.

El verdadero dinosaurio, que siempre está ahí y lo encontraremos a la vuelta del verano porque no hay quien le eche ni con agua caliente, es el personaje que habita en La Moncloa y que ahora se halla, creo, en La Mareta. El dinosaurio de Monterroso, o sea, el verdadero,  es un resiliente, que aguanta y aguanta  más que las pilas de Duracell. Otros pasan, él permanece. Por eso, cuando llegue septiembre, seguirá ahí, viendo pasar el mundo y el tiempo, como la Puerta de Alcalá, tan pétrea ella, tan pétreo él.