

Cómo enseñar a los niños a regular sus emociones: empieza por ti El termómetro emocional
Por Noelia Ferrer BerBienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. En esta ocasión dedicaremos la sección a hablar del termómetro emocional, ¿te suena?
A menudo pedimos a los más pequeños que nos digan lo que les pasa y que nos expliquen el porqué de sus reacciones. También les pedimos que regulen sus emociones, a veces con un nivel de autocontrol que ni siquiera los adultos logramos tener. Pero ¿cómo enseñamos a nuestros hijos e hijas a identificar y gestionar lo que sienten si nosotros mismos no tenemos claro qué pasa dentro nuestro?
La respuesta pasa por aprender primero a hacerlo nosotros mismos. No se trata de ser perfectos, sino de adquirir conciencia de nuestras emociones y de los factores que las hacen variar. El llamado termómetro emocional es una herramienta sencilla que nos ayuda a visualizar la intensidad de una emoción —como puede ser el enfado— y a reconocer cuándo estamos a punto de “subir de temperatura”.
Os propongo algunas reflexiones sencillas para comenzar este trabajo:
-¿Sabéis reconocer el grado de vuestro enfado?
-¿Podéis distinguir cuándo algo os irrita (una pequeña molestia), cuándo os enfada (os altera más) o cuándo os hace explotar?
-¿Os habéis dado cuenta de que, según el día o el cansancio, una misma situación puede generar reacciones muy diferentes?
A veces una pequeña irritación, si se repite o se acumula con otros estresores, puede transformarse en una reacción mucho más intensa. El termómetro emocional nos invita a detenernos un momento antes de llegar al punto de ebullición, para tomar conciencia de lo que está pasando y elegir una respuesta más ajustada.
Podemos aplicar este ejercicio tanto con los más pequeños como con nosotros mismos. Por ejemplo, una mamá me contaba que notaba cómo su paciencia se agotaba al final del día, especialmente antes de la hora de dormir. Decidió observar su propio termómetro emocional: notaba que empezaba en “templado” cuando sus hijos se resistían a recoger y lavarse los dientes, subía a “caliente” cuando discutían entre ellos y, si no hacía una pausa, acababa en “muy caliente”, gritando. Poco a poco fue incorporando respiraciones, pausas y avisos preventivos (“mamá está subiendo de temperatura”).
La educación emocional comienza por modelar lo que queremos enseñar. No podemos pedir calma si no mostramos calma; no podemos pedir reflexión si reaccionamos de forma impulsiva. Por eso, el primer paso es observarnos y entendernos. Somos el mejor ejemplo que nuestros hijos van a imitar.
Os animo a dedicar unos minutos cada día a pensar en vuestro propio termómetro emocional: qué situaciones os alteran, qué señales corporales notáis y qué estrategias os ayudan a enfriar “la temperatura”. Cuando los adultos aprendemos a hacerlo, ayudamos también a los menores a construir una relación más sana con sus emociones.
Porque educar emocionalmente no es evitar los enfados, sino aprender a reconocerlos, comprenderlos y gestionarlos. Y así podemos acompañar a los más pequeños en su crecimiento emocional.