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La nutrición relacional y el maltrato psicológico La nutrición relacional y el maltrato psicológico

La nutrición relacional y el maltrato psicológico

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Grupo Psicara

Por Jessica Esteban Arenas

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. Hoy abordamos este contenido desde una perspectiva sistémica, la cual entiende que nuestra manera de comportarnos es consecuencia del ambiente en el que nos movemos y, por tanto, nos relacionamos continuamente con él, de manera bidireccional.

La familia de origen es el sistema relacional de mayor relevancia en la construcción de nuestra personalidad. En ella vivimos nuestro primer contacto con el mundo y nuestras primeras interacciones sociales, así como los intercambios más influyentes sobre el desarrollo narrativo (nos permite atribuir un significado a la experiencia relacional que vivimos) e identitario (son las narraciones que elegimos para definirnos). La atmósfera relacional de la pareja parental tiene dos roles principales: conyugalidad y parentalidad.

Por un lado, la conyugalidad se refiere a cómo se relacionan entre sí los miembros de la pareja, cómo resuelven los conflictos relacionados con los hijos. Destacan variables como la comunicación, la negociación y el acuerdo entre los cónyuges. Una de las más vitales tareas del sistema conyugal es la fijación de límites a los hijos que los protejan, procurándoles un ámbito para la satisfacción de sus necesidades psicológicas.

Por otro lado, la parentalidad se relaciona con cómo las figuras parentales desempeñan sus funciones con los hijos. Entre las funciones parentales principales, vamos a centrarnos en una de ellas que, a mi parecer, tiene gran peso en la construcción del desarrollo saludable: la nutrición emocional. ¿A qué me refiero con esto? A la conciencia de ser completamente amados por nuestras figuras parentales. Se manifiesta en tres escenarios: un pensar, un sentir y un hacer amorosos.

Un pensar. Es el componente cognitivo. Su función es la de reconocimiento, es decir, aceptar al otro tal y como es.

Un sentir. Es el componente emocional. Se manifiesta a través del cariño y la ternura, y los sentimientos de entrega y disponibilidad para el otro.

Un hacer amorosos. Es el componente pragmático. Sus funciones son sociabilizadoras, esto es, los padres deciden si sus hijos mantienen contacto con la sociedad, y de qué manera, en un doble sentido. Por una parte, ayudándoles a defenderse de las agresiones del entorno (funciones protectoras); y, por otra, orientándoles sobre cómo tratar a los otros (funciones normativas). Todo esto utilizándose a sí mismos como modelos. Los niños aprenden una manera de ser tratados por los demás, sobre todo por sus figuras parentales, que ese es el primer modelo que adquieren.

Así, la nutrición relacional que recibimos influye en la construcción de nuestra personalidad y en el establecimiento de vínculos futuros. Para que esta función sea efectiva, ha de manifestarse en todos sus componentes, de manera que si una de las partes no se da, la nutrición emocional que ese niño reciba, tendrá carencias. Además, no basta con demostrarlo, sino que el otro tiene que poder percibirlo y tener la conciencia de ser amado. Por ejemplo, el caso de un niño que su madre le dice “te quiero mucho”, sin mantener ningún tipo de contacto cercano, con un gesto seco, serio y ceñudo, y un tono de voz crispado. Claramente son dos mensajes distintos y contradictorios: el contenido y la manera de expresarlo son contradictorios.

Dimensiones

Estas dos dimensiones de la atmósfera relacional familiar, la parentalidad y la conyugalidad, son relativamente independientes entre sí, es decir, son autónomas, pero se pueden influir, de manera que caben todas las combinaciones imaginables de ambas. Antes de abordarlas, es conveniente destacar que este modelo no es estático, en otras palabras, puede (y en ocasiones suele) evolucionar a lo largo de las diferentes etapas del ciclo vital.

El escenario ideal es en el que los hijos se sienten queridos y bien tratados por sus figuras parentales; y notan que ellos resuelven bien los conflictos o discusiones que tienen, sobre todo los relacionados con su crianza. Este espacio, caracterizado por la conyugalidad armoniosa y la parentalidad preservada, se corresponde con la funcionalidad.

Cuando la conyugalidad no es armoniosa, pero la parentalidad está preservada, los padres están implicados en el bienestar y la salud de sus hijos, pero no son capaces de gestionar los conflictos conyugales. Entonces se dan las triangulaciones, ¿qué es esto? pues, que ante una dificultad considerable para resolver sus conflictos, la pareja parental tiende a buscar aliados que inclinen la balanza hacia un lado.

Cuando la conyugalidad es armoniosa, pero hay un deterioro en el desempeño de las funciones parentales estamos ante pautas relacionales deprivadoras. Es decir, el niño no recibe mensajes coherentes por parte de sus padres, o percibe una carencia a nivel emocional. No son padres que buscan las desgracias de sus hijos, cuidado, sino que las dificultades pueden expresarse, por ejemplo, en relación a un nivel de exigencia desmesurada respecto a las posibilidades de los hijos, y no refuerzan el esfuerzo que les supone realizar una determinada tarea. Otro ejemplo puede ser unos padres que utilizan la combinación de rechazo e hiperprotección: el hijo se percibe no querido por sus padres, pero al mismo tiempo recibe de ellos un exceso de mimos con los que intentan neutralizar sus sentimientos de culpa. Las consecuencias en estos hijos pueden traducirse en alta exigencia, baja autoestima, culpabilidad, hostilidad hacia un entorno percibido como injusto, o incluso desconfianza en las relaciones interpersonales.

Por último, el peor escenario, en el que se dan las cotizaciones, es el que se caracteriza por unas condiciones relacionales de base sumamente deficitarias: tanto la relación de pareja como las funciones parentales están deterioradas y se establece una situación gravemente carencial en lo que a nutrición relacional se refiere. Las consecuencias derivadas en un niño que ha crecido carente de experiencias de amor se relacionarán con la aparición de mecanismos compensatorios tanto internos como externos.

Las tres últimas combinaciones son las tres grandes variedades de maltrato psicológico. Estamos de acuerdo en que ver un moretón o una herida hace saltar nuestras alarmas y pensar en el dolor que genera el propio golpe. Pero, también hay muchas otras formas de hacer daño que son más sutiles y están encubiertas o camufladas y que también generan gran sufrimiento y siembran una gran hipoteca para la maduración y el desarrollo psíquico del niño, sus rasgos de personalidad y el establecimiento de vínculos futuros.