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Las críticas me ahogan Las críticas me ahogan

Las críticas me ahogan

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Grupo Psicara

Por Noelia Ferrer

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de Psicara abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología. En el artículo de hoy vamos a hablar de las críticas.

En tan solo estas primeras semanas de 2023, en la columna semanal que publicamos, hemos hablado de cómo las comparaciones me pueden hacer sentir una persona infravalorada; del poder que tiene nuestra voz interior para machacarnos; de todos esos pensamientos desagradables que pasan por nuestra cabeza, que no nos definen, pero nos acompañan; y de cómo la paciencia no es don, sino una habilidad que se puede entrenar. Aspectos que consideramos relevantes y que no solo afectan a las conductas que llevamos a cabo, sino que llegan a hacernos dudar de quiénes somos e, incluso, de quiénes queremos ser.

Como hemos leído en estas semanas (si no lo has hecho, te recomiendo que nos busques), hay veces que nos sentimos más pequeños que el resto, incapaces o débiles, debido a esa marea de pensamientos que nos ahogan. Estas sensaciones tan desagradables no solo vienen producidas de nuestro interior. Como todos y todas bien sabremos, a menudo, recibimos mensajes hirientes desde nuestro entorno, tanto de gente que apreciamos como de personas más alejadas. Las críticas, entendidas como ese conjunto de opiniones o juicios que responden a un análisis, escondidas muchas veces bajo la capa del humor, pueden llegar a hacernos mucho daño.

Peluquería

“María, tanto ir a la peluquería y hacerte las uñas… como te gusta gastar dinero en tus caprichos”; “Jo Laura… te pasas la vida viajando, así no vas a ahorrar nunca”; “Todos los días un café, como te lo montas Jaime”; “Juan, con estas cosas que haces, parece que tengas 20 años”; “Miguel, qué poca sal echas a la comida, es que eres soso hasta para esto”; “Juani, qué mal te explicas, no hay quién te entienda”; “Rosa, qué prieta vas con esa ropa y qué colores más exagerados llevas”; “Ramón, no te da vergüenza ir así o qué” son algunos ejemplos.

Es posible que hayamos leído las frases con ese “tonito” despectivo. Pero ¿qué hay detrás de estos mensajes? ¿estoy diciendo algo realmente útil para la persona? ¿le duele al recibirlo? ¿se siente juzgada? ¿se lo estoy diciendo amablemente?

Tendemos a meternos en la cuenta de ahorros de los demás, en su cuerpo y en cómo va vestido, en sus gustos o aficiones o en cómo hace o deja de hacer cosas cotidianas. Si estos mensajes dan en el centro de la diana, María se va a sentir mal la próxima vez que vaya a la peluquería, pensando que es una caprichosa, del mismo modo que le puede pasar a Laura, Jaime o Juan y entonces dejen de hacer esas actividades que les hacen sentir bien, que les recargan. Miguel podrá pensar que no sirve para nada y Juani que para qué cuenta nada, si es mejor guardárselo todo, mientras que Rosa se verá gorda y meterá esa ropa “exagerada” que le gustaba en el fondo del armario para así, no llamar la atención. Y al final, paramos nuestra vida por comentarios “inofensivos” del resto.

Es cierto que escuchar las opiniones de las personas que nos rodean puede ser útil, es decir, nos hacen de espejo para poder ver lo que uno mismo no ve. Pero si esas opiniones son lanzadas como cuchillos, nos van a hacer dudar de nuestra valía y van a afectar en nuestro autoconcepto, y ello puede que también influya en nuestra autoestima, pudiendo provocar una grave herida.

Por lo que, dejemos de minimizar a los demás. Vamos a intentar potenciar a la gente que nos rodea y dejar las criticas destructivas a un lado. Y si tenemos que hacer de espejo, hagámoslo con cariño, siendo claros y respetuosos. Démosle la importancia que tiene entender que ese rato en la peluquería, ese café con amigos, ese viaje, esa comida baja en sal o llevar esa ropa que me gusta posiblemente sea una forma de cuidarme.