Síguenos
Pero...¡qué pereza!, y otras formas de autoengañarse Pero...¡qué pereza!, y otras formas de autoengañarse

Pero...¡qué pereza!, y otras formas de autoengañarse

banner click 244 banner 244
Grupo Psicara

Por Carla Barros

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.

Hoy me gustaría compartiros una pequeña narración con la que puede que te hayas sentido identificado en algún momento.

El zorro Zacarías caminaba buscando comida, pues aún no había desayunado y ya era mediodía cuando vio una parra repleta de hermosas uvas: “¡Qué uvas más jugosas!”, pensó este relamiéndose. Empezó a dar saltos y a estirar las patas intentando alcanzar el racimo, pero por más y más esfuerzos que hizo, no lo logró, aunque sí se llevó unos cuantos golpes y arañazos. Herido, especialmente en su orgullo, Zacarías se alejó de la fruta diciendo: “bah!, en realidad no las quiero comer, no me apetecen porque no están maduras”.

Si estuviéramos en una sala y os tuviera delante os preguntaría: ¿cuántos Zacarías hay en la sala? No sé cuántas personas se animarían a revelar dicho “secreto”, pero sin duda me incluiría al levantar la mano, pues no es raro encontrarse en algún momento, de forma más impulsiva, irracional e inconsciente, actuando así, desde este tipo de creencias. ¿Esto significa que sea insalvable? Vamos a indagar un poco más sobre ello.

Lo primero que quiero plantearos es, ¿todo en lo que creemos tiene una consistencia evidente de que sea así? Parece existir un punto común en todas las formas de autoengaño: el deseo y las emociones a la hora de formar nuestras creencias, especialmente cuando estas ideas hacen referencia al conocimiento sobre uno mismo.

Nuestros aprendizajes, así como el procesamiento de la información, están marcados de forma genuina por las emociones. Dependiendo de la manifestación emocional que surge en nosotros en cada circunstancia, puede que las evidencias no sean consideradas y, por lo tanto, no se haga una valoración tan neutra como tal vez podría hacer una persona que vive ese momento desde fuera. Por ello, en vez de asumir la evidencia más objetiva y, por tanto, realizar una modificación sobre mi autoconocimiento e, incluso, retractarme de mi respuesta, la tendencia puede ser la de negar(nos) lo que parece ser evidente y persistir en nuestros saberes.

Puede que esto te haga plantearte: ¿Se estaba mintiendo Zacarías al afirmar que finalmente no parecían tan buenas uvas y que no las quería comer? ¡No! El concepto de mentir no va en línea con el de autoengaño, puesto que en la mentira hay una conciencia plena de que lo que decimos no es verdad. Sin embargo, en el caso del autoengaño no se da esta conciencia ya que, a pesar de percibir ciertos indicios en sentido contrario a nuestra creencia, aceptamos como verdad algo que parece ser evidente que no lo es.

Entonces, ¿qué sentido tiene hacer esto? De alguna manera, este fenómeno nos sirve para algo, es decir, es funcional, y en muchas ocasiones esta función suele ser la de autoproteger nuestra identidad. ¿Crees que sería fácil para el zorro, un depredador nato, silencioso y habilidoso, admitir que se le han resistido unas uvas? Desde este punto de vista, tal vez nos sea más fácil ponernos en su piel y reconocer la dificultad que entraña, pero ¿es esto siempre adaptativo?

Tal vez, Zacarías, al vivir con esta creencia, se encuentre en una (dudosa) sintonía con respecto al zorro que quiere ser, pero al no reconocer sus puntos débiles tampoco podrá mejorarlos o pensar acciones alternativas que le permitan comer uvas cuando él quiera.

¿Os viene a la mente algún otro ejemplo de para qué esto nos podría ser útil? Si ligamos el autoengaño al mundo emocional, otra de las funciones que podría tener es la de evitar sufrir, por ejemplo, al creer que nuestro primo, al que conocemos de toda la vida, no ha podido cometer ese robo del que se le acusa y defendemos a capa y espada que la sentencia del tribunal es errónea. 

También nos puede ahorrar el ponernos a hacer una actividad o tarea que requiere cierto esfuerzo, y a veces este no solo es físico, sino que nos llevaría a enfrentarnos a situaciones incómodas, que puede que temamos, o en las que tendemos a compararnos con otras personas y por lo tanto nunca nos van a llegar a satisfacer, entre otras cosas. Y lo hacemos bajo el título de “qué perezaaaaa…”.

De hecho, si Zacarías se vuelve a encontrar en esta situación en el futuro, ¿creéis que volvería a intentarlo?, ¿o tal vez le escucharíamos decir algo así como: “uf, qué pereza ponerme ahora a atrapar unas cuantas uvas...”?

Cultivar nuestra conciencia emocional, abrir nuestra mente y predisponernos a aceptar que no siempre estaremos en lo cierto, puede ser un buen escenario para mejorar en este aspecto y conseguir, por ende, ser la persona que queremos ser, no solo en pensamiento sino también en acción.

En el caso de que Zacarías parase a reflexionar sobre lo que está pasando, se daría la oportunidad de sentir la frustración que está experimentando y detectaría los pensamientos que le surgen en torno a sus habilidades, pues parecen no estar tan potenciadas como a él le gustaría. Llegados a este punto, el zorro podría aceptar la situación y hacer algo por ella, como acercarse a algún amigo que contase con esas habilidades y pedirle ayuda para así superarse a sí mismo. 

Por supuesto, las personas que presencian estos momentos de forma indirecta tienen cierta ventaja para ayudar a tomar perspectiva y acompañar a la persona en cuestión, sin olvidar la dificultad que entraña este proceso. Te invito a que, si se da el caso, intentes sumergirte también en su piel y respetar los ritmos que necesite para procesar todo esto, así como la decisión, en última instancia, de seguir con su autoengaño.

“El autoengaño es primero un cálido refugio, y luego una fría cárcel” - Mª Jesús Torres