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Cuando el ideal es inalcanzable: La insatisfacción corporal “normativa” Cuando el ideal es inalcanzable: La insatisfacción corporal “normativa”

Cuando el ideal es inalcanzable: La insatisfacción corporal “normativa”

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RINCÓN DE LA PSICOLOGÍA, por Berta Maté Calvo

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la Psicología.

En este artículo vamos a abordar un tema que está presente en nuestra sociedad y que cala sobre gran parte de la población: la insatisfacción con el propio cuerpo.

Nuestra apariencia se ha convertido en un tema protagonista, sobre todo en las sociedades occidentales actuales, dando lugar a una gran preocupación por la alimentación, el peso y la forma corporal. La importancia que depositamos sobre nuestra imagen se observa constantemente a nuestro alrededor; redes sociales, anuncios publicitarios, escaparates, conversaciones cotidianas, tiempo y energía invertidos en la estética, dietas, rutinas de ejercicio y la creciente demanda de procedimientos de cirugía estética.

Históricamente, ha existido una presión desproporcionada de los estándares de belleza sobre las mujeres. Medios de comunicación y diferentes industrias, como la de la moda, han perpetuado imágenes idealizadas y poco realistas de cuerpos femeninos. De la disonancia entre la percepción del propio cuerpo y el canon de belleza nace la insatisfacción corporal.

Actualmente, hay numerosas evidencias de que la mayoría de las mujeres no se sienten satisfechas con su imagen corporal. Muchas están descontentas con su cuerpo, en particular con su tamaño y peso, y desean estar más delgadas. Tal es el punto que hemos alcanzado, que las investigaciones han hallado un “descontento normativo” en las mujeres, es decir, que la insatisfacción es más la norma que una excepción.

Durante décadas, el físico esbelto y con cintura estrecha ha predominado como ideal cultural occidental. En estudios más recientes, se ha encontrado un ligero cambio de tendencia hacia cuerpos ideales atléticos o con curvas, pero que también imponen expectativas estéticas, ya que supuestamente promueven el ejercicio, la salud y el bienestar, pero siguen defendiendo ideales de apariencia, entre ellos el tener una forma concreta o la ausencia de celulitis.

También hay cada vez más pruebas de que los hombres experimentan insatisfacción con su cuerpo, en el sentido de desear ser más musculosos, aunque, por el momento, en menor medida que las mujeres.

El mensaje que lanza la industria de la estética es que únicamente podremos sentirnos bien con nuestro cuerpo al alcanzar un estándar diseñado por ellos que, además, es cambiante. Por ejemplo, durante los 90 eran populares los labios delgados, pero en torno al año 2010, la tendencia de los labios gruesos motivó a muchas mujeres a realizarse procesos estéticos. En definitiva, lo que acaba pasando es que nunca se es suficiente, porque siempre aparece o cambia algo. Tengamos presentes los intereses económicos que el mercado global de la belleza persigue, porque cuanta más insatisfacción, más consumo realizamos para alcanzar eso que nos venden, y nuestro malestar se acaba convirtiendo en su dinero.

Naomi Wolf, en su libro “El mito de la belleza”, expone que toda esta presión estética afecta a la autoestima y limita la libertad de las mujeres. Ella sostiene que es fundamental que se reconozcan estos patrones y se desafíen las normas de belleza impuestas para liberarse del control y la opresión.

¿Qué podemos hacer?

Es difícil escapar por completo de algo tan arraigado en el sistema actual. Sin embargo, sí se pueden adoptar medidas para que el malestar que aparezca ante la insatisfacción corporal no sea desbordante.

Quizá la clave no esté en sentirse siempre y totalmente satisfecha con el propio cuerpo, pues esto parece añadir aún más presión, sino en aceptarlo, incluidas esas partes que no gustan.

Algunas ideas sobre lo que podemos hacer son:

Desarrollar un mayor pensamiento crítico, a través de información que quizá no había al alcance hasta ahora, que permita comprender las estrategias (económicas, de persuasión, de control, etc.) que existen detrás de la presión que recibimos. Recordemos la idea de que redes sociales y medios de comunicación comparten imágenes muchas veces irreales y que reflejan las motivaciones de quien las publica.

Respetar las necesidades corporales mediante la participación en comportamientos saludables que mejoren el bienestar (alimentación consciente e intuitiva, actividad física, descanso reparador, meditación y focalización en el presente, relaciones sociales de calidad, etc.).

Aprender a valorar el cuerpo por aquello que nos permite hacer, es decir, entender el cuerpo como el vehículo que nos acerca a fines que son importantes en nuestra vida. Por ejemplo, mis piernas me permiten andar y correr, y mis brazos manipular pequeños objetos y coger grandes pesos.

Desarrollar la autocompasión, entendida como una habilidad psicológica en la que nos tratamos con amabilidad, tenemos una actitud consciente y sin juicios hacia todas las emociones y reconocemos que las emociones desagradables están presentes en la experiencia de vivir.

Aprender a cuidar la forma en que nos hablamos. No genera el mismo impacto emocional tener un autodiálogo severo, p.ej: “mis piernas son demasiado grandes, qué horror”, que pensar “mis piernas son fuertes y gracias a ellas tengo la capacidad de hacer una ruta de montaña”.

Preguntarnos qué más somos a parte de nuestra apariencia física. Pregúntate qué eres buena haciendo, qué se te da bien, cuáles son las cualidades que te definen como persona y te darás cuenta del horizonte que se abre más allá de tu imagen.

Cambiar el foco de atención a otras cosas que son importantes: explorar el mundo, pasar tiempo con nuestros seres queridos o buscar lo que nos suma y aporta, permitiendo descansar de la hipervigilancia sobre el cuerpo.

Para cerrar el artículo, me gustaría rescatar una idea que defiende la psicóloga Gema García, especialista en trastornos de alimentación, que consiste en no hablar u opinar sobre el cuerpo de otra persona. Ella explica que no importa si lo que vas a expresar es un comentario positivo o negativo, es mejor no hacerlo, ya que desconocemos qué puede estar atravesando esa persona para que haya habido un cambio en su cuerpo. Aunque nuestra intención sea la mejor, comentar el cuerpo de alguien puede ser tremendamente doloroso o mantenedor de conductas insalubres. Intentemos tener una mirada más amplia con la que ensalzar aspectos que van más allá de la apariencia de quien nos rodea.