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Conseguido el objetivo antitaurino de acabar con el toro de la Vega en Tordesillas, el propósito ahora era aniquilar al toro Jubilo de Medinaceli. Y para allá que se fue toda la troupe extremista del animalismo a echar un día de provocaciones y altercados con los vecinos de la localidad. Y salió el torazo. Los más de estos valientes pusieron los pies en polvorosa y tomaron las de Villadiego, que diría Cervantes, al comprobar la presencia y el trapío del agresivo animal. Solo una desventurada, alma cándida del cielo, quedó allí inerte, paralizada quién sabe si por el miedo o solo ingenuamente entregada a la labor de informar a la fiera sobre sus derechos animales, o humanos, o animales... No sé. El caso es que el toro no es un perrito al que poner un pantaloncito con jersey en las noches de inviernito –Así hablan los animalistas de los animales-. El toro acomete y es un animal violento y agresivo como no hay otro sobre la faz de la tierra. Un animal indomable, admirable y sobrenatural, espejo de dioses y pasmo de hombres. Y porque así es y era, los Iberos lo utilizaron con fuego en sus astas para desarmar y vencer a los Cartagineses en cien batallas. Y los vencieron, ¡vaya si los vencieron! Y eso forma parte del origen de esta fiesta del júbilo de Medinaceli o del Jubillo de la provincia de Teruel. Y si acometió a los cartagineses…, ¿no lo iba a hacer contra esta pobre ilusa? Acometió. Quiso Dios que de camino hacia tan fatal desenlace se cruzara entre toro y mema un labrador de la zona que con un ligero quite, con muchísimo valor y con no poca agilidad desviara la casi certera cornada del burel. Salvó la vida de la desventurada. Sin conocerla de nada, por el simple instinto humano de protección de la especie y por la convicción íntima de que una persona no debe morir en las astas de un toro. Funcionó la ley natural y no esa que tratan de imponernos en nuestra relación con el toro cuando se alegran de las cornadas a los toreros o de la muerte de Víctor Barrio. Desconozco si la buena señora agradeció a su salvador el quite o si lo tendrá en sus plegarias, si es que reza, por lo siglos de lo siglos amén. Lo que sí sé es que después de tan descomunal susto ya no se la volvió a ver en la cercanía del animal y ni siquiera en los aledaños de la plaza. Dicen que le dejó los derechos escritos al toro en un papel con un corazoncito pintado al margen que lo saludaba con mucho amor. Pero colgados en el camión para que, si eso, los lea de camino a la finca en la que pasta. ¡Ay alma cándida!