Con ‘Joaquinazo’, se marcha el último ganadero de una estirpe ya extinta
Joaquín García Nieto falleció en Jaén el pasado martesEstaba próximo el arranque de la temporada taurina. En una mesa del bar Santa Lucía, de Orihuela del Tremedal, se reunían Joaquinazo, Benito Mora, César Chico, Apolinar Soriano, o Alfredo García. Aquellos hombres, que constituían entre sí una feroz competencia en el ganado bravo serrano (aquí se diluyen las fronteras entre Teruel, Guadalajara y Cuenca para pertenecer a esa serranía en la que convivían todos). Allí, al calor de una buena comida, se cerraban los precios de los animales que todos ellos cobrarían a los ayuntamientos. A partir de ese momento, cada uno trataría de vender más vacas, novillos o toros que los demás, pero siempre con un compañerismo y una camaradería que solo era entendible hace casi un siglo. Entonces, las cosas eran de otra manera. Un apretón de manos era un contrato irrompible. Los demás ganaderos, compañeros que te podían solucionar una papeleta en cualquier momento.
De aquellas estirpes, la de los Sorianos, los Moras, los Chicos o los Garcías, pero también de los hermanos Ortega, Isaac y Rodolfo, o la casa de Raúl Lario, que a la larga incluso se mezclaron, por ejemplo en el también recientemente fallecido Apolinar Soriano Mora, ya solo quedan las nuevas generaciones. El último de aquellos ganaderos, todos trashumantes, era Joaquín García Nieto, Joaquinazo, quien falleció el pasado martes en la Carolina a los setenta y nueve años. Su padre, también Joaquín, tuvo la visión de comprar un ganado distinto al que habitaba, por aquel entonces la sierra: se hizo con una punta de vacas de la ganadería de Osborne. Joaquinazo todavía era un joven entonces, pero nunca olvidó el traslado de las reses desde la campiña sevillana hasta La Carolina y, posteriormente, a Checa.
Estuvo Joaquinazo íntimamente relacionado con las fiestas taurinas en Teruel, donde varios años trajo sus reses para sacarlas ensogadas durante la vaquilla. Su hierro lucía marcado a fuego Cartagenero que, en 1992, fue el primer toro ensogado indultado en la historia turolense. Y como parte de esta, su cabeza está expuesta en el Museo de la Vaquilla de la plaza de toros de Teruel. Cuentan las viejas voces que, por las fiestas de El Pilar, Joaquín bajaba las vacas que se corrían en la cárcel de Teruel para celebrar el día de la Hispanidad. Otros tiempos.
Joaquín García Nieto, además, estaba relacionado con el diestro Juan Ortega. Ambos dos enraizan en Checa, y el abuelo del matador de toros era primo del ganadero. La pasión de este último por los animales lo acompañó hasta el último día de su vida. Si bien vendió a los hermanos Chinchilla parte de la ganadería que lucía el hierro de Doña Encarnación Ferrer (lidiaba la parte de Osborne a nombre de su esposa) mantuvo una punta de ganado hasta el pasado septiembre, a penas un par de meses antes de su fallecimiento, cuando vendió lo restante a los propios hermanos Chinchilla. Por la misma época, se deshizo de las últimas reses de carne. Estas se quedaron en el Valle Cabriel de Frías de Albarracín. Y es que no solo fue ganadero de bravo, si no que también trató con el ganado de carne. Con Joaquín García se va el último de una generación de hombres de campo, ganaderos, gentes de palabra hechos a si mismos. El último de una generación de ganaderos que pusieron a la Sierra, da igual en qué provincia, en el mapa taurino. Descanse en paz.
