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Minas de Libros: azufre y ranas (y II) Minas de Libros: azufre y ranas (y II)
Detalle de la célebre rana de las minas de Libros

Minas de Libros: azufre y ranas (y II)

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Serafín Aldecoa

A partir de la explotación del azufre las minas de Libros, se construyó una fábrica de superfosfatos en un campo próximo a Zaragoza (La Almozara) conocida popularmente como "La Química", junto a la estación del tren y todo ello con las sucesivas ampliaciones de capital. En esta factoría empezaron a producirse derivados del azufre como el ácido sulfúrico, obtenido mediante cámaras de plomo que cubría las necesidades de acumuladores Tudor y de las industrias azucareras y alcoholeras.

No poseemos datos numéricos detallados y seriados en cuanto al rendimiento económico de IQZ, pero sabemos que a los pocos años de entrar en funcionamiento la explotación, durante la Primera Guerra Mundial, la producción de mineral de azufre experimentó un considerable incremento llegando a alcanzar las 14 toneladas diarias en 1915, lo que hizo que las minas de Libros fueran unas de las más rentables de la provincia, de tal manera que en el período comprendido entre 1914 y 1918 la producción de azufre se duplicó prácticamente al pasar de 8.000 a 14.000 toneladas anuales. Ello se debía, sobre todo, al incremento del precio del producto tanto por las necesidades bélicas como por los problemas de acceso a las minas de los países en conflicto.

Sin embargo, finalizado el conflicto, casi una década más tarde, en 1927, se afirmaba que los resultados de la empresa “hace años que son poco satisfactorios pues sus accionistas apenas han cobrado dividendos (…) La Sociedad ha pasado por una intensa crisis económica…”. Estas afirmaciones sobre la crisis volvían a reproducirlas ante el general Primo de Rivera que realizó una visita a las instalaciones en el mes de agosto y, entre las razones de esta situación crítica, se señalaba que “la lucha en los mercados del azufre español es muy difícil debido a las condiciones y privilegios, o sea el arancel de 3 pesetas los 100 kilos de que disfruta éste…”. Parece ser que en los años sucesivos hasta la II República, mejoraron las cuentas de la IQZ puesto que, en mes de septiembre de 1929, el Consejo de Administración acordó el reparto de un dividendo del tres por ciento del valor de las acciones y que ascendía a 14´5 pesetas por acción.
 

Trabajando en los hornos de azufre


Dejamos  aparte de la historia económica de las minas aunque podíamos proseguir en su análisis, para centrarnos en otra riqueza paleontológica que apareció entre las capas de pizarras bituminosas que separaban el azufre: Unas ranas que se habían fosilizado y que fueron bautizadas con el nombre de “rana pueyoi” por el jesuita Longino Navas Ferrer (1858-1938), naturalista botánico y entomólogo. El nombre le fue dado en honor de José Pueyo Luesma, ingeniero y empresario aragonés, que fue quien encontró el primer ejemplar y se lo regaló a Navás.

Lo que más llamaba la atención de estos ejemplares petrificados en la roca era el extraordinario estado de conservación en que se encontraban ya que podían visualizar con bastante perfección todo el esqueleto de las extremidades, la cabeza, el tórax…

Este jesuita dedicado a labores científicas, recibió varios ejemplares de la rana y tras una visita a las minas de Libros, ya en 1922, publicó la primera descripción del fósil en el número 56 del Boletín de la Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales explicando sus características. Navas apuntaba que había conseguido “una numerosa colección de ejemplares que se conservan en el Museo del Colegios del Salvador”. Había empezado el expolio de las ranas de Libros.

Décadas más, el paleontólogo Rafael Adrover, hermano de La Salle de Teruel, trabajó en varios yacimientos turolenses próximos a la capital como los de Concud, Teruel (Los Aljezares, Puente Minero, Santa Bárbara...), Villalba Baja, Orrios... pero también en las minas de azufre de Libros donde encontró varios de estos  apreciados  y escasos fósiles que fueron a parar a las vitrinas del Museo de Ciencias de La Salle de Teruel, pero también a otras de las sedes lasalianas como Paterna o de Palma de Mallorca.

Otro hermano de La Salle, Emilio Castro, encargado durante muchos años de la enseñanza de Ciencias Naturales en el citado colegio de Teruel, en el nº 8 del Boletín de la Asociación Mineralógica de Aragón,  explicaba en un artículo cómo le propusieron dos paleontólogos catalanes, José Fernández  y Miquel Crusafont,  preparar unas 45 ranas para regalar una a cada uno de los asistentes al congreso, con motivo del III Curso de Paleontología de Sabadell en 1956.

También contaba cómo existía un comercio ilegal de estos “objetos” paleontológicos de tal manera que era posible  entonces comprar fósiles directamente a los propios mineros del pueblo que, siempre en papel de periódico, las conservaban en casa para sacarlas a la venta. Cuando las ranas empezaron a  escasear, algunas llegaban a venderse por 200 pesetas de la época (años 50)

La dispersión de las ranas por Europa parece que fue una consecuencia de esta falta de control por parte de las autoridades. Castro apuntaba que “italianos, rusos, holandeses han llegado a ofrecer buenos fósiles a cambio de alguna rana”. Hoy en día las ranas prácticamente han desaparecido al no disponer de ningún tipo de protección.