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Polo y Peyrolón en cuarentena en el Lazareto de la Jaquesa Polo y Peyrolón en cuarentena en el Lazareto de la Jaquesa

Polo y Peyrolón en cuarentena en el Lazareto de la Jaquesa

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Serafín Aldecoa

En alguna de nuestras entregas anteriores ya hemos escrito sobre la epidemia del cólera morbo que asoló la provincia de Teruel el verano de 1885, y que seguramente fue la más grave de las que padeció a lo largo del siglo XIX por la morbilidad (número de afectados) y por la mortalidad que ocasionó, pues alcanzó los 1.043 invadidos y 493 los fallecidos, datos numéricos correspondientes solamente a la capital..
Uno de los testigos de excepción y superviviente de la epidemia entre los sanitarios turolenses, fue el médico municipal y de la Beneficencia Miguel Ibáñez Gómez (1846- 1929) que publicó en 1895 su obra más importante, “Topografía médica de Teruel”, a la que remitimos al lector interesado para disponer de mayor información. 
También es interesante la consulta del periódico conservador El Ferro-carril que salió a la calle en los meses que duró esta gran tragedia humana cuyo calendario para la capital lo señalaba Ibáñez: “El 5 de julio de 1885 llega una nueva epidemia de cólera morbo a la ciudad de Teruel y termina el 2 de septiembre, siendo su duración de 58 días”, esto es, aproximadamente unos dos meses aunque las alertas y amenazas de la llegada de la bacteria desde Valencia ya se percibían las semanas anteriores. 
Pues bien, uno de los afectados y atrapado en mitad de la pandemia, fue el escritor y catedrático de Instituto Manuel Polo y Peyrolón (PyP) cuando quiso viajar desde Valencia a Gea de Albarracín de donde procedía su familia y donde disponía de unas cuantas propiedades. Por esas fechas de mediados de junio de 1885, el cólera iba extendiéndose sin pausa por la provincia de Valencia y desde Teruel ya se temía su proximidad.
 Así pues, para poder realizar el viaje nuestro personaje tenía que proveerse de un certificado sanitario que demostrase que no se encontraba invadido por el cólera y a partir de ahí,  tomar un tren que le llevase hasta Sagunto y desde aquí subir en una diligencia tirada por caballos que le trasladase a Teruel donde debía tomar otro “coche-diligencia” (este era el nombre real) a Albarracín  que le dejaría en “su” querido Gea. Vamos, un suplicio de viaje.
El testimonio personal del trayecto tras llegar a Sagunto es digno de reseñar: “Salimos, por fin, al caer la tarde y cruzamos la zona verdaderamente infectada. En Torres-Torres no dejaban entrar dentro del pueblo antes de mudar el tiro. Como estaban apestados, el mayoral se detuvo en la plaza lo que tuvo por conveniente y salimos pitando (...) El alcalde y vecinos de Viver nos hicieron cortésmente pasar de largo sin dejarnos cambiar el tiro más que a distancia del pueblo...”. Vamos que el miedo al cólera impregnaba a los vecinos de estos pueblos de la geografía valenciana que no permitían a los viajeros descender de la diligencia.
“Al romper el día”, llegaron los viajeros a la Venta de la Jaquesa donde habitualmente se realizaba el intercambio de viajeros, berlinas y caballos que venían de Teruel y donde fueron obligados a bajar y fueron conducidos a una habitación donde “se nos fumigó y desinfectó con ácidos hiponítrico y fénico. Nuestro baúles y maletas también tuvieron idéntica honra”.
Ahora bien, la Venta se había transformado en un lazareto, esto es, ahora era un recinto sanitario que se dedicaba a la observación y tratamiento de desinfección de personas que podían ser portadoras de una enfermedad contagiosa. La Venta era habitualmente un lugar para descanso y relajamiento de los viajeros en el camino, pero había añadido una funcionalidad nueva: servir de recinto donde retener durante un tiempo a los viajeros entre Valencia y Teruel para observar y comprobar si presentaban síntomas como portadores  de la bacteria colérica.
Esta transformación había sido reciente y, sobre todo, improvisada según la descripción que realizaba PyP del lugar: “Dos masadas, la una del marqués de Tosos y la otra de D. Ramón Sánchez, convertidas en horas en lazaretos, presentaban ante nuestros ojos atónitos, el natural aspecto de corrales, parideras, cuadras y desvanes llenos de polvo, telarañas y otros excesos. Por ningún lado una mala silla coja, ni una mesa, ni una cama. Nuestra cárcel cuarentenaria no podía ser más limpia”. Lo cierto es que el Lazareto acababa de instalarse en este lugar y su director, el prestigiosos médico Aurelio Benito.
En cuanto a la ubicación física del Lazareto, podemos decir que se encontraba cerca del límite de las dos provincias en el término de Albentosa, a mitad de camino entre Fuen del Cepo y la localidad de San Agustín. Una parte de la zona de la Venta se encontraba cruzada por la antigua carretera a Valencia y por el ferrocarril Teruel-Sagunto que atraviesan el Barranco de La Jaquesa o Rambla de La Jaquesa, curso temporal de agua de la cuenca del río Barruezo, afluente del Mijares .
Allí se acomodaron los viajeros como pudieron y pasaron la noche “54 personas no sé cuántas caballerías y 14 carros”, según el relato de. P y P que, sorprendido por la poca higiene del lugar y gracias a la amistad con el doctor Benito, director de El Ferro-Carril, consiguió dormir en una cama al igual que la segunda noche, un privilegio del que no pudieron gozar el resto de los viajeros.
Después de la cuarentena de 48 horas realmente, PyP pudo retomar su viaje hacia Teruel aunque reflexionaba con temor: “No sabemos si aquellos alarmados ciudadanos nos dejarán entrar en la ciudad del Toro”.