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Accem abre una esperanza para los inmigrantes que llegan y para un Teruel necesitado de población Accem abre una esperanza para los inmigrantes que llegan y para un Teruel necesitado de población
Varios inmigrantes acogidos por Accem en su centro de Burbáguena reciben clases de castellano a principios de la semana pasada

Accem abre una esperanza para los inmigrantes que llegan y para un Teruel necesitado de población

La ONG, que gestiona la acogida de refugiados en la provincia, ha convertido sus centros de Burbáguena y la capital en un referente de éxito
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Atumet tiene algo en la mirada que conmueve. A sus 38 años ha pasado por casi todo. Es de Mali, un país africano en guerra donde siguen viviendo su mujer y sus cinco hijos. Está aprendiendo castellano a marchas forzadas porque quiere integrarse rápido en la sociedad española, trabajar y traer a su familia. Llegó hace tres meses a la isla de El Hierro en las Canarias tras una travesía de ocho días en cayuco durante la que murió un amigo en el mar. Es uno de los inmigrantes que están ahora en el centro que la ONG Accem tiene en Burbáguena, desde el que se derivan a otras instalaciones de acogida repartidas por toda España, una de ellas en Teruel capital. En los dos años y medio que esta organización no gubernamental lleva en la provincia, ha abierto una esperanza no solo para quienes llegan de otros países, sino para un territorio necesitado de población para poder seguir vivo; una experiencia que se ha demostrado viable y que es ya referente a nivel estatal.

“En Burbáguena hay un antes y un después de que se instalara el centro de Accem y llegaran los inmigrantes”, explica el alcalde de la localidad, Joaquín Peribáñez. “Con decirte que en las calles del pueblo hay vida, sería el resumen general de todo”, añade orgulloso de un modelo de éxito que considera exportable.

La misma opinión comparte la responsable provincial de Accem en Teruel, Sonia Salcedo, que fue la que impulsó la apertura de este centro en un pueblo con muy pocos habitantes. Las dudas que pudieron surgir al principio con una iniciativa de este tipo, solo equiparable a la de otro centro que tienen en Sigüenza (Guadalajara), municipio mucho más poblado, se disiparon pronto al ver la acogida y repercusión que tenía en Burbáguena y toda la Comarca del Jiloca.

“La integración en un entorno rural es mucho más real que en una ciudad, y la exportaría a otros sitios”, afirma Salcedo con contundencia. “Sí se puede”, añade con una sonrisa de oreja a oreja. Otra sonrisa le cruza el rostro a Levan, uno de los inmigrantes que acaba de llegar al centro de Accem en Burbágena. Es de Georgia y resume la sensación de sus primeros días con la expresión inglesa “beautiful”, tras haber huido de su país. El lugar es como una Torre de Babel, donde se hablan múltiples lenguas pero el idioma común es la sonrisa en los rostros, tras la que se oculta una realidad dolorosa por lo que han pasado y la incertidumbre de lo que vendrá.

“Cualquiera que sale de su país en estas circunstancias es una persona vulnerable”, comenta Salcedo, que recuerda que “todos tenemos sangre roja en las venas y al final los seres humanos nos movemos por sentimientos parecidos”.

“La gente que se ha querido quedar a vivir aquí -añade-, lo ha hecho no solamente porque había un empleo y una vivienda, sino porque el entorno también ofrece posibilidades de otro tipo, como apoyo, ayuda, colaboración, y no se van a sentir solos, porque ha habido familias que han traído después a sus familiares a vivir aquí”.

Servicios

Elena Orús, directora del centro de Burbáguena, aclara que tienen limitaciones que no tendrían en otros sitios por la falta de servicios que hay, y que “las familias se quedan haciendo un esfuerzo importante”, entre otras cosas por los problemas de movilidad en el territorio, así como la falta de servicios para poder conciliar la vida laboral con la familiar.

La integración ha sido total y no han tenido ningún problema en los dos años y medio que lleva abierto el centro, lo mismo que ha pasado con el de acogida que funciona en la capital turolense desde hace justo un año. Una aceptación que ha sido mutua, tanto por parte de quienes viven en los pueblos como de quienes llegan en busca de un futuro digno huyendo de situaciones que nadie querría experimentar.

“El hecho de ser negros, venezolanos, colombianos, peruanos o nicaragüenses no nos hace diferentes, solo tener una realidad distinta nada más, pero al fin y al cabo somos seres humanos y casi todos queremos lo mismo, que nos acojan, nos traten con respeto y nos den una oportunidad”, afirma Salcedo.

La experiencia positiva de Accem con la inmigración, al igual que la de otras ONGs que trabajan con estos desplazados, es el contrapunto de lo que proclaman otros colectivos, minoritarios pero demasiado ruidosos, que desvirtúan la realidad y siembran el caldo de cultivo de la xenofobia y el racismo. Un discurso radical basado en el odio que ha entrado también en los parlamentos a través de la ultraderecha, como se puso de manifiesto recientemente con la iniciativa que presentó Vox en las Cortes de Aragón y que rechazaron por unanimidad el resto de fuerzas políticas, incluso sus socios de Gobierno.
 

El profesor Pablo Guerrero da clases de español a un grupo de migrantes africanos para su inmersión linüística


Estos mensajes corren el peligro de extenderse como un reguero de pólvora, por lo que realidades como la forma en que se está gestionando la inmigración en Teruel con centros como los de Accem, deberían contrarrestar los lugares comunes, falsedades y mentiras que se propagan desde la ultraderecha; algo que está haciendo ya mella también en las instituciones europeas. Salcedo es muy clara al afirmar que de esos inmigrantes va a depender en el futuro en buena parte nuestro estado del bienestar, la sanidad y la educación pública, así como las pensiones, ante la crisis demográfica que vive España y Europa.

Accem es una organización sin ánimo de lucro que trabaja con las personas en situación de vulnerabilidad, con independencia de su credo y orientación, especialmente con los inmigrantes. Se encarga de ayudar a aquellos que al llegar a España solicitan protección internacional como refugiados. Mientras el Estado resuelve su situación administrativa, la ONG los acoge y les da formación y orientación para que puedan integrarse, recibir asistencia social y conseguir los permisos de trabajo y residencia.

La organización lleva décadas trabajando en España. Se creó a mediados del siglo pasado para auxiliar a los migrantes, que en aquellos años 50 y 60 del siglo XX eran los españoles que emigraban a Europa y América. Con el tiempo ampliaron su actividad a todas aquellas personas que están en situación de pobreza y desde hace tres décadas a los refugiados.

Acogen en sus centros a quienes solicitan protección internacional a través del Ministerio del Interior, que es quien se encarga de resolver su petición de refugiado. Mientras, ayudan a tramitar a través del Ministerio de Migraciones sus permisos de trabajo y residencia para que se puedan valer por ellos mismos hasta que se resuelva su situación administrativa, además de ampararlos en los primeros meses al carecer de recursos facilitándoles tanto alojamiento como manutención, y darles las herramientas para que puedan integrarse en la sociedad.

Desde mayo de 2021

Accem llegó a la provincia de Teruel en mayo de 2021, en plena pandemia. Y lo hizo abriendo un centro en una zona rural escasamente poblada. Se instalaron en la antigua congregación de las Hermanas de la Caridad, donde han creado un centro de fase de valoración inicial y derivación de las personas que han solicitado asilo en Interior.

Tiene 82 plazas concertadas con el Ministerio de Migraciones.  La directora del centro y la responsable provincial de Accem explican que allí se les recibe después de que hayan solicitado la protección internacional. Realizan los informes en las dos primeras semanas y hasta que resuelve Interior, que lleva mucho retraso, los acompañan para tramitar su participación en los programas de acogida del Ministerio de Migraciones.

El itinerario puede llevar un máximo de 18 meses, aunque la gran mayoría va pasando a otras situaciones tan pronto tienen capacidad para independizarse al encontrar un empleo y alojamiento, puesto que los permisos de residencia y trabajo llegan antes que la resolución de Interior.

En el centro de valoración suelen pasar una media de cuatro a seis meses. Muchos son familias, y de hecho veinte de los residentes ahora en las instalaciones de Burbáguena son niños con edades que van desde recién nacidos hasta los 15 años. Se les integra en el sistema sanitario y educativo, se les da alojamiento y manutención en las propias instalaciones, y se les acompaña administrativamente, además de dar apoyo psicológico si lo necesitan y formación, tanto para que conozcan el idioma como las costumbres del país y cómo moverse en sociedad.

Todos solicitan participar en el programa de acogida y cuando resuelve sus expedientes el Ministerio de Migraciones, que es quien los aprueba, la Administración central los deriva a otros centros, llamados de acogida, desde los que se les orienta para su integración de una forma más autónoma.

A la gente que pasa por Burbáguena se le puede asignar plaza para el programa de acogida en cualquier provincia de España  en donde haya un concierto. Por lo general, las ONGs trabajan con pisos donde alojan a estas personas, pero Accem abrió hace un año en el barrio de San Blas de la capital turolense un centro en un bloque de viviendas donde tienen alquilados doce pisos en el mismo sitio, de forma que pueden gestionar el programa de una forma más cercana a los usuarios.

El centro de acogida de San Blas tiene una capacidad de 63 plazas y los usuarios viven compartiendo piso o agrupados por familias. Allí trabajan once personas de Accem para orientar a estos inmigrantes y facilitarles su integración, y aparte hay otros diez trabajadores en las oficinas de Teruel capital que se encargan de otro programa, el de autonomía. El mismo está dedicado a todos aquellos a los que finalmente Interior les otorga el estatuto de protección internacional como refugiados, y se les acompaña hasta que pueden ser completamente autónomos.

El rápido crecimiento de Accem en la provincia se ha debido a la coyuntura internacional de los últimos años, ya que las oficinas de Teruel las abrieron en la primavera del año pasado coincidiendo con la crisis humanitaria  por la guerra en Ucrania, cuyos desplazados fueron los primeros con los que trabajaron. Atendieron en Teruel a 48. Además, este otoño han participado en el programa Emergencia Canarias por la llegada masiva de inmigrantes a las costas de las islas.

Accem se ha encargado de gestionar los centros de acogida temporal en albergues de Cella y Albarracín. En el primero llegó a haber 30 personas y en el segundo 20. Poco a poco se han ido reubicando esos inmigrantes, que la mayoría ha pedido protección internacional, y el miércoles de esta semana se dio por cerrada la emergencia con la reubicación de los últimos usuarios que quedaban. Ya no hay ninguno en la provincia.
 

Usuarios africanos y latinoamericanos recién llegados en las dependencias de Accem en Burbáguena


La responsable de Accem en Teruel se muestra satisfecha del funcionamiento de los centros que tienen en la provincia, así como del programa Emergencia Canarias, cuyo objetivo era la misión humanitaria de que nadie se quedase en la calle y así lo han conseguido.

Salcedo destaca la buena acogida que tiene este colectivo en la provincia porque la mayoría consigue trabajo nada más recibir el permiso de la administración, incluso en el centro de valoración inicial antes de entrar a la fase de acogida.

“Casi treinta personas se han quedado en el pueblo y la comarca con trabajo y vivienda”, explica Salcedo, que destaca que para conseguir este éxito hace falta una “relación de entendimiento entre los vecinos y el proyecto”, como así ha sucedido. Ser una zona rural y estar necesitada de la llegada de nuevos pobladores ha contribuido a ello. Se están recuperando hasta oficios que habían desaparecido como el de peluquería gracias a la llegada de estos inmigrantes.

La representante de Accem asegura que los usuarios hacen un gran esfuerzo para integrarse lo más rápidamente posible, tanto aprendiendo el idioma si no lo conocen, como adquiriendo habilidades, tal es el caso de sacarse el carné de conducir.

Aprovechar las oportunidades

“Si les surge la oportunidad la aprovechan y renuncian al programa para vivir de forma independiente”, cuenta la profesional, que afirma que al final la gente no se desvincula del todo y acude a verlos “porque el centro es su familia y somos como su nexo, el arraigo”.

Un día normal en el centro de Burbáguena es muy activo. Los  niños están escolarizados y los adultos asisten a otras clases, ya sea para aprender castellano si no lo hablan, o para conocer cómo moverse en la sociedad española y realizar todo tipo de trámites, así como gestionarse cuando sean totalmente autónomos.

Pablo Guerrero vive en Báguena y es uno de los maestros, y asegura que el aprendizaje es mutuo. “Yo cada día aprendo sin parar por la cantidad de situaciones a las que esta gente ha tenido que hacer frente”, afirma, para recalcar que si esa parte de la sociedad que muestra poca empatía con estas personas “tuviera la oportunidad de verlos, ganaríamos mucho”.

Asisten también a talleres de manualidades, con las que se están decorando puertas en las casas del pueblo, y colaboran con todo tipo de iniciativas, como la limpieza de la plaza antes de que se colocase el árbol de Navidad. El martes pasado, dos de los usuarios habían acudido a casa de un vecino a ayudarle a retirar escombros de su jardín.

Asun Navarro, que es voluntaria del centro y a la que cariñosamente llaman Mamá África, cuenta que hay usuarios que también acuden a la residencia de ancianos de la Cruz Blanca a ayudar sacándolos a pasear en las sillas de ruedas o incluso dándoles terapia, como hizo un matrimonio de médicos de Libia que estuvo allí y tienen ya una nueva vida en Zaragoza con sus permisos de trabajo y residencia.

Navarro, natural de Burbáguena y de 72 años, aunque estuvo viviendo en Andorra porque daba clases en el instituto, manifiesta que colaborar con ellos es “muy gratificante” y que todos los vecinos están encantados. “Hay muy buena relación con la gente del pueblo”, afirma, porque gracias a ellos vuelve a haber “niños en la calle jugando y eso alegra mucho”. Considera que están “muy equivocados” los que tienen una “idea preconcebida” de estas personas, porque dan a la sociedad tanto o más que lo que reciben.

Reciben a todo el mundo con la sonrisa en los labios y dan muestras de afecto a poco que te aproximes a ellos; abrazos incluidos. Cuando les preguntas sobre cómo llegaron a España te lo cuentan como pueden con su nivel de español y el lenguaje universal de la mirada. El semblante de sus rostros cambia al recordar el horror de travesías como la que hizo en cayuco Atumet. Fueron ocho días en el mar, cuatro de ellos sin comer y sin agua. Fue “muy duro, muy duro”, dice. Con otros africanos que ha conocido en Burbáguena cuentan que muchos jóvenes no les dicen a sus familias lo que van a hacer porque no les dejarían partir. “Es a vida o muerte”, concluye Atumet, que confía en que sus conocimientos de electricista y mecánimo le permitan encontrar pronto un trabajo.
 

La actividad no cesa a lo largo de todo el día en el centro de Accem en Burbáguena


Todos elogian el apoyo que les da Accem. La familia nicaragüense formada por Rabin Cáceres y Haydé Torrez, así como sus hijas  Alejandra y Tatiana, aseguran que esta ONG les ha abierto una “muy gran esperanza” para poder rehacer sus vidas. En la Nicaragua del tirano Daniel Ortega fueron perseguidos por no participar en las marchas gubernamentales y tuvieron que malvender su casa para venirse a España, ofrecer un futuro digno a sus hijas “y gozar de la libertad que se puede vivir en este país”.

Reconstruir sus vidas, trabajar y salir adelante para que sus hijas puedan estudiar en la universidad es lo único que pretenden, al igual que Paola Gutiérrez, que con 48 años tuvo que abandonar su Péru natal junto con sus cuatro hijos para huir de su expareja por el acoso y amenazas que sufría.

Un proceso duro

“Es un proceso un poco duro”, reconoce, pero contactar con Accem fue un alivio porque han encontrado con ellos “cobijo, acogida y auxilio”. Asegura que la relación es muy buena, con los trabajadores y con el resto de usuarios. “Este centro es lo mejor que nos ha pasado desde que llegamos a España”, afirma. Una frase pintada en la pared del comedor comunitario del centro, decorado con motivos navideños elaborados por ellos mismos, resume la importancia de los afectos en estas situaciones: “El mejor aliño es el cariño”.

Ese cariño al desconocer el país y la incertidumbre de lo que les aguarda es lo que han recibido del personal de Accem y de los vecinos de Cella y Albarracín los inmigrantes africanos del programa de Emergencia Canarias que se han alojado en albergues durante dos meses.

En el de Cella, el martes todavía quedaban seis jóvenes de Gambia, Senegal y Marruecos, aunque iban a ser reubicados al día siguiente en Zaragoza. Ninguno superaba los 25 años y el idioma ha limitado su movilidad, puesto que solo hablan wolof, una lengua autóctona de sus países, y árabe en el caso de un marroquí. Con los vecinos de Cella se han comunicado a través del idioma universal del fútbol.

Un técnico de apoyo de Accem, Mamadou Hdiaye, les ha auxiliado durante estos dos meses al hablar el mismo idioma por ser originario de Senegal. Para comunicarse con Ilyas, el único marroquí, lo ha hecho armándose de paciencia con la ayuda de una aplicación en el móvil que traducía el árabe.

Mamadou ha sido además un modelo de referencia para ellos porque han visto que siguiendo sus mismos pasos van a poder integrarse. Alien, Ibrahima y los tres Bubacar del grupo, así como el marroquí, insisten en mostrar su preocupación por lo que va a ser de ellos, a la vez que cuentan atropelladamente las causas por las que se fueron de sus países y que se resume en su deseo de tener una vida digna y huir de los peligros que les atenazaban.

En el centro de acogida de Accem en el barrio pedáneo de San Blas los usuarios se muestran ya más tranquilos. Es la última escala del recorrido por los centros de esta ONG en la provincia. Quienes allí viven han conseguido ya permisos de residencia y trabajo y están a la espera de que Interior resuelva sobre su petición de asilo. Disfrutan ya de un mayor grado de autonomía, viven en pisos compartidos y el tiempo que están no es mucho porque el grado de incorporación al mercado laboral es alto, algo que elogian desde Accem fuera de Teruel.

Fase de autonomía

La responsable provincial, Sonia Salcedo, comenta que el grado de inserción laboral en este centro es del cien por cien, es decir, todos encuentran trabajo. “Es una zona que ofrece muchas posibilidades, aquí en Teruel y en el Jiloca”, recalca Salcedo, que valora la implicación de los empresarios y de la sociedad en general. En cambio, la dificultad con que se han encontrado es “la falta de vivienda y una oferta que es carísima”, lo que complica la situación de quienes quieren quedarse. Por eso les hacen seguimiento para apoyarles cuando entran en la fase de autonomía.

Entre las usuarias del centro de San Blas está la venezolana Jeny Ginez, que vive con su hija Milagros y comparte uno de los pisos con otras usuarias. “Nada más por el cariño y atención con que lo reciben a uno, por mucho estrés que tengas te hacen sentir como en tu casa”, cuenta esta mujer que acaba de recibir el permiso de trabajo y residencia y que ya está deseando poder empezar a trabajar. “Ya me he inscrito en la oficina de empleo y lo que quiero es irme moviendo para ganarme la vida”, cuenta Ginez, que como todos quiere rehacer su vida en Teruel después de los malos momentos vividos.
 

Jóvenes de Gambia y Senegal en Cella, hace una semana, auxiliados por Accem en la operación Emergencia Canarias


“La emigración es una fuente de riqueza, un bien en sí mismo”, recalca la responsable del Accem en las oficinas del centro de San Blas, que recalca que no han tenido ningún problema con estas personas y que quienes lanzan mensajes falsos que engañan no tienen razón de ser, aunque admite que en realidad “nunca hemos sentido que en Teruel haya rechazo a la gente migrante”.

“La mayoría de las personas lo que quieren es tener un lugar donde vivir en paz”, afirma Salcedo. Y Teruel es un buen sitio donde hacerlo porque hay hueco para ellos en una provincia que tiene tanta necesidad de nuevos pobladores. La oportunidad es doble, para ellos y para los turolenses, beneficiados igual que ellos de su presencia.

A Burbáguena le está dando vida

“A Burbáguena se le está dando vida y creo que es un ejemplo a tener en cuenta en otros lugares”, afirma el alcalde de la localidad, Joaquín Peribáñez, que considera que con iniciativas de este tipo como la que está impulsando Accem en el territorio “es posible revertir la despoblación”. Ahora bien, recalca que las administraciones con capacidad económica deben ser conscientes de ello y apostar en cuestiones como la vivienda o la movilidad, que son un requisito fundamental para que la gente se pueda asentar.

“No basta con que nos digan que van a tratar de hacer todo lo posible, sino que tienen que intentar hacerlo”, argumenta Peribáñez, que asegura que el pueblo ha duplicado en poco tiempo su población al pasar de 204 a 376 habitantes.

Estos días preparan desde el Ayuntamiento en coordinación con Accem las campanadas de fin de año, y los usuarios del centro han colaborado en la decoración de todo el pueblo con adornos en las puertas que realizan en un taller.

El alcalde pone énfasis en que iniciativas de este tipo requieren de la implicación de otras administraciones para garantizar servicios y que la gente  se instale. “Ver a los niños que vienen a la guardería, los que suben al autobús para ir al colegio, o el movimiento que hay en el pueblo y que no lo había antes, es vida”, afirma.

“Hay que estar aquí para verlo, porque los usuarios están bien y se han encontrado con un magnífico acogimiento por parte de los vecinos”, cuenta Peribáñez. Comenta que antiguos usuarios del centro se han quedado a vivir allí tras conseguir trabajo, “entre veinte y veinticinco personas”, precisa, algunos de los cuales trabajan en la residencia de la Cruz Blanca.

Falta de vivienda

El alcalde insiste en que uno de los mayores problemas que tienen ahora es la falta de vivienda, porque hay personas que se quieren quedar pero no tienen dónde hacerlo. “O nos echan la mano otras administraciones, o será imposible revertir la situación de despoblación de forma real, y este es un ejemplo real, palpable y para contrastar”, recalca, en un Ayuntamiento como el de Burbáguena, con un presupuesto de aproximadamente solo 300.000 euros, que sin financiación externa no puede acometer la rehabilitación de viviendas. A pesar de ello, en los últimos años con la relajación de la regla de gasto han podido acometer alguna actuación en ese sentido.

De igual forma, demanda una serie de servicios públicos porque la población ha crecido y comenta que “capean el temporal” como pueden. “Difícilmente, si no hay una ayuda externa, en localidades como Burbáguena vamos a poder hacerlo”, manifiesta Peribáñez, cuando han “demostrado” que se puede revertir la situación. “Hay un ejemplo a seguir tranquilamente donde se puede decir que apostando es posible cambiar la tendencia, pero hay que apostar y hay que tenerlo claro”, insiste.

“Cuando se dice que se van a hacer inversiones en el medio rural, los que estamos en el territorio lo tenemos que ver, porque todos entendemos de política, pero las cosas hay que hacerlas”, afirma el alcalde, que destaca, por otra parte, aportaciones como la que ha hecho la Fundación Contador al donar bicicletas al centro de Accem para facilitar así la movilidad a los usuarios.