

Cíclopes, monstruos de dos cabezas, dragones y bestias marinas en el Paleontológico de Teruel
Un recorrido por la exposición permanente de la Fundación Dinópolis permite adentrarse en la mitología de los dinosaurios y de los animales extintosEl Museo Aragonés de Paleontología se puede ver de múltiples formas. Es tal la cantidad de materiales que expone, que invita incluso a adentrarse en la mitología de los dinosaurios y de los animales extintos del pasado, así como en la caza de dragones o los mundos fantásticos de la literatura de Julio Verne. Son pocas las referencias directas que se hacen en las vitrinas, aunque hay dos en particular especialmente relevantes: la guerra de los huesos entre los paleontólogos Cope y Marsh en la Sala del Mundo Acuático, y los cíclopes de la antigua Grecia en la Sala de los Mamíferos.
Es otra manera de recorrer este fabuloso museo que alberga Dinópolis, referente de la paleontología aragonesa, puesto que el ser humano siempre ha convivido con los fósiles desde los tiempos pasados aunque no comprendiese lo que eran. Los neandertales ya atesoraban fósiles que utilizaban como ornamentos. A miles de kilómetros, al otro lado del Atlántico, entre los ajuares de los enterramientos mayas en Mesoamérica se han encontrado también fósiles que guardaban como tesoros. Y en la cultura griega clásica y en los países de oriente los huesos fosilizados se machacaban para ingerirlos porque se consideraba que tenían propiedades mágicas.
Iván Narváez e Ioannis Sarris aseguran en el artículo científico El uso de los fósiles en la medicina tradicional, que desde tiempos inmemoriales, “debido a su peculiar morfología, algunos fósiles han sido una gran inspiración para la imaginación humana”.
Explican en esa publicación cómo en la época precientífica la sabiduría popular otorgó “propiedades mágicas y curativas a restos fósiles, basándose tanto en la anatomía del cuerpo humano como en las quimeras de la mente humana”. Un fenómeno, aclaran, que abarca las diferentes culturas que han existido a lo largo de toda la historia de la humanidad.
El paleontólogo José Luis Sanz, padre de Aragosaurus ischiaticus, el saurópodo de Galve que fue el primer nuevo género de dinosaurio definido en España, ha publicado varios libros sobre estas cuestiones, entre ellos Mitología de los dinosaurios. Su más reciente trabajo, titulado Dinosaurios y otros animales, es una aproximación a muchos de estos mitos entremezclados con la historia de la paleontología.
De hecho, en la antesala que da acceso al Museo Aragonés de Paleontología se exhiben varias reconstrucciones de dinosaurios y bestias míticas del cine de todos los tiempos, como Gorgo o Godzilla, que forman parte de la exposición Mitología de los dinosaurios, que diseñó el propio José Luis Sanz a partir de su libro homónimo en la primera década de este siglo.
Los fósiles y los animales del pasado a cuyos esqueletos pertenecieron, han inspirado no solo películas sino obras maestras de la literatura universal como las novelas de Julio Verne, por no hablar de toda la mitología clásica tanto de Occidente como de Oriente.
Al entrar en la Sala del Mundo Acuático del Museo Aragonés de Paleontología, las vitrinas repletas de ammonites de todos los tamaños y procedencias, algunos de grandes dimensiones encontrados en la provincia de Teruel, evocan al protagonista de la novela Veinte mil leguas de viaje submarino, el Nautilus, un submarino que volvería a aparecer en otra de sus obras, La isla misteriosa.
El principio de flotabilidad de este y de todos los submarinos es el mismo que el del molusco cefalópodo llamado Nautilus, que al llenar de gases las cámaras de su caparazón en forma de espiral controla la presión y hace que flote o se hunda. Es el mismo sistema que empleaban los ammonites, extinguidos a finales del Mesozoico, la era de los dinosaurios, a consecuencia del gran cataclismo que supuso el impacto de un meteorito contra la Tierra hace 66 millones de años.
Julio Verne asoma también en esta sala a través de dos reptiles marinos muy icónicos, el plesiosaurio y el ictiosaurio. El primero tenía un cuello y una cola largas en relación con su cuerpo, y el segundo se parecía a un delfín aunque de aspecto más feroz. Los hubo de todos los tamaños, aunque las réplicas que se exhiben en el Museo Aragonés de Paleontología son pequeñas.
Estos son los reptiles marinos que se enfrentan en medio del mar interior del planeta que aparece en Viaje al centro de la Tierra, otra de las obras célebres de Verne. Son los únicos reptiles mesozoicos que aparecen en la novela, puesto que en contra de lo que han hecho las adaptaciones al cine, no aparece en la misma ningún dinosaurio.

Reptiles marinos
Quien acabó haciéndose célebre con estos reptiles, aunque su reconocimiento no ha tenido lugar hasta tiempos más recientes, fue Mary Anning, considerada la primera paleontóloga. Descubrió los primeros esqueletos fosilizados de plesiosaurios y el primero de un ictiosaurio que fue identificado correctamente como un reptil acuático. Algunos de estos especímenes medían más de 7 metros de largo. Los originales de estos fósiles pueden disfrutarse en el Museo de Historia Natural de Londrés expuestos en las paredes de forma vertical.
Otro gran reptil marino del Mesozoico fue Elasmosaurus, cuya longitud podía alcanzar los 14 metros. Es el ejemplar cuya réplica del esqueleto está expuesta suspendida en el aire en la Sala del Mundo Acuático. Se trata del monstruo de dos cabezas, porque cuando se descubrió, la cabeza fue puesta por error en la parte de la cola.
Este fósil, tal como se cuenta en el Museo Aragonés de Paleontología, protagonizó uno de los pasajes más famosos de la llamada guerra de los huesos en la que se enzarzaron los paleontólogos norteamericanos Edward Drinker Cope y Othniel Charles Marsh. Ocurrió en la segunda mitad del siglo XIX cuando la paleontología adquirió una gran popularidad en Estados Unidos y se describieron algunas de las especies de dinosaurios y otros vertebrados del mismo periodo más famosos, como Camarasaurus, Diplodocus, Stegosaurus, Triceratops, Allosaurus y Apatosaurus. Algunas réplicas de estos esqueletos se exhiben en el Museo Aragonés de Paleontología.
Cope y Marsh mantuvieron una gran rivalidad de la que se hacía eco de forma constante la prensa de la época. Michael Crichton, autor de la novela Parque Jurásico que inspiró la saga cinematográfica del mismo nombre, escribió una novela con el telón de fondo de ese enfrentamiento titulada Dientes de dragón.
Cuando Cope descubrió los fósiles de Elasmosaurus y lo definió en 1868, colocó la cabeza al final de la cola por error. Creyó que la larga hilera de vértebras de su cuello era la cola. Dispuso también sus aletas de forma errónea al creer que se propulsaba con esa supuesta larga cola, cuando en realidad era su cuello. Su rival Marsh se percató de que estaba equivocado y le atacó públicamente.
Los enfrentamientos aumentaron y ambos se enfrascaron en la conocida como la guerra de los huesos, en la que no tuvieron escrúpulos para espiarse el uno al otro y protagonizar continuas disputas para conseguir los mejores fósiles.
Es por eso que Elasmosaurus puede verse como el monstruo de las dos cabezas, ya que primero la tuvo en la cola y con posterioridad a la polémica se colocó donde le correspondía, al final de su largo cuello. Otros monstruos marinos en esta sala son las réplicas de los esqueletos de la tortuga gigante Archelon y de la mandíbula de Megalodon, el gran tiburón.
Anacronismos
Son esqueletos que fascinan a los visitantes, a lo que ha ayudado la iluminación y las pantallas que se han colocado para reforzar visualmente estas piezas. Archelon vivió en el Cretácico y llegó a medir cinco metros de largo. Es uno de los monstruos que aparece en la película Hace un millón de años, de 1966. La cinta es célebre por la aparición de Raquel Welch con un bikini prehistórico en un anacronismo imposible, la coexistencia entre humanos y dinosaurios.
En el filme, Archelon, tal como lo llama la tribu, por su nombre científico, asalta el campamento de los hombres primitivos y les ataca. Otra tortuga prehistórica gigante famosa en el cine es Gamera, uno de los kaiju del universo Godzilla.
Para monstruo en esta sala, Megalodón, que se encuentra al final del recorrido con una mandíbula gigante de este gran depredador de los mares que vivió entre hace 20 y 2,6 millones de años, mucho después de que se extinguieran los dinosaurios. Ha protagonizado numerosas películas y vuelve a estar de moda este año al cumplirse el cincuenta aniversario del estreno de Tiburón, de Steven Spielberg, aunque en este filme el escualo protagonista es un tiburón blanco.
A muy pocos kilómetros de Teruel, en la costa de Tarragona, hubo un criadero de megalodones. Se conocen así zonas donde acudían estos grandes escualos para reproducirse.
La Fundación Dinópolis publicó en 2019 el libro Megalodón, un tiburón de sangre caliente, a partir de un trabajo científico que ganó el año anterior el Premio Internacional de Investigación en Paleontología Paleonturología 18, que convoca anualmente esta institución científica turolense.
El libro revela datos increíbles sobre estos monstruos marinos, mientras que el año pasado se convirtió en un éxito de ventas el ensayo de Tim y Emma Flannery Megalodón. La historia del depredador más grande que ha existido. Aparte de la réplica de la mandíbula gigante, en el Museo Aragonés de Paleontología se exhiben varios fósiles de sus dientes y también coprolitos de tiburón.
En Tailandia utilizan los coprolitos (excrementos fosilizados) de tiburón como amuletos, tal como ha estudiado el paleontólogo francés Jean Le Loeuff, que en 2012 habló en Teruel sobre el uso mágico de los fósiles en el X Congreso de la Asociación Europea de Paleontólogos de Vertebrados celebrado en la capital turolense.
La aparición de dientes gigantescos de megalodones enganchados en las redes de pesca, al haber topado con los lechos marinos en los que afloran estos fósiles, contribuyeron a lo largo de los siglos a forjar los mitos de los monstruos marinos hasta que la ciencia puso las cosas en su sitio.
Grifos y dragones
Lo mismo pasó con los dinosaurios. En Asia, el hallazgo de huesos pertenecientes al dinosaurio Protoceratops (el mismo que aparece como una mascota en Jurassic World: Rebirth) dio lugar al mito de los grifos, animales con cuerpo de león, cabeza de águila y alados.
La forma de los huesos de la cabeza y del cuerpo de estos dinosaurios hicieron imaginar la existencia de estos animales mitológicos tan presentes en las civilizaciones babilónica y persa.
El mismo efecto tuvieron en Europa y Asia los dientes fosilizados de gran tamaño o los huesos descomunales de los reptiles mesozoicos cuando todavía no se tenía la más remota idea de lo que habían sido los dinosaurios. El imaginario colectivo creó así la figura de los dragones.
Una lámina del pintor Pascual Berniz, que se encuentra entre los fondos de la Fundación Dinópolis, muestra la figura de San Jorge, patrón de Aragón, lanceando un dragón que en realidad es un dinosaurio.
Los primeros fósiles reconocidos como grandes reptiles mesozoicos, ya que el término dinosaurio se acuñaría todavía años después, se describieron en el Reino Unido hace 200 años. Primero fueron los restos mandibulares del género Megalosaurus en 1824 por William Buckland y un año después los fósiles de Iguanodon a cargo de Gideon Mantell.
En las vitrinas del Museo Aragonés de Paleontología se pueden ver fósiles turolenses de Iguanodon. En la provincia de Teruel se ha descrito una nueva especia, Iguanodon galvensis, y recientemente se presentó en Cabra de Mora la excavación, por parte de la Fundación Dinópolis, del esqueleto de este género más antiguo del registro geológico mundial.
Este hallazgo es un hito al coincidir con el 200 aniversario de la descripción de Iguanodon en el Reino Unido en 1825, el segundo dinosaurio de la historia, que estuvo a cargo de uno de los pioneros de la dinosauriología, Gideon Mantell.
El recorrido por el Museo Aragonés de Paleontología permite conocer fósiles excepcionales de Iguanodon excavados en Teruel, como los de Aliaga y Galve, mientras que en sus vitrinas pueden verse también dientes de gran tamaño de megalosáuridos, al igual que réplicas de icnitas dejadas por estos dinosaurios carnívoros en tierras turolenses.
Las icnitas han conformado también todo un imaginario en épocas precedentes antes de que fuesen asociadas a dinosaurios. En La Rioja, las leyendas las vinculaban con las supuestas huellas del caballo del apóstol Santiago, y en Cabo Espichel, en Portugal, a las pisadas dejadas por la mula que portaba a la Virgen María en una ermita cercana.
En la Sala de los Dinosaurios se muestra también cómo los dinosaurios han colonizado el imaginario colectivo a través del cine, y de qué forma los cazadores de estos gigantes han descubierto ejemplares excepcionales en puntos remotos del planeta. Ese fue el caso del esqueleto de lo que se creía era un ejemplar de Brachiosaurus, que se exhibe en Berlín y cuya réplica se muestra en Teruel, hoy reasignado a Giraffatitan.
La excavación de ese dinosaurio a cargo del Museo Humboldt de Historia Natural de Berlín a principios del siglo XX en Tanzania, en África, se convirtió en toda una aventura épica que costaría la vida al paleontólogo William Cutler, que falleció de malaria. En 2005, una pequeña expedición de la Fundación Dinópolis reencontró el lugar del yacimiento, Tendaguru, hoy devorado por la vegetación, pero en donde hace un siglo un ejército de 500 trabajadores junto a sus familias rescató uno de los esqueletos de dinosaurio más espectaculares que se conocen. Junto a la réplica en Teruel, un vídeo muestra la aventura que fue reencontrar el lugar del yacimiento, tratándose de una especie emparentada con el Gigante Europeo, Turiasaurus riodevensis, que también puede verse en la misma sala.
Expediciones
Las expediciones a principios del siglo XX en busca de animales que se creían que no se habían extinguido como Megatherium fueron constantes. La réplica de este perezoso gigante de las selvas americanas es uno de los esqueletos que se muestran en la Sala de los Mamíferos, junto al fósil original de un Mamut de Siberia, vinculado a otros ejemplares de mastodontes hallados en Teruel. La aparición de cráneos de Mamut, sin sus defensas, en la Grecia antigua es lo que dio lugar a la leyenda de los cíclopes, los míticos humanos gigantes de un solo ojo. El hueco central del cráneo, que corresponde a la trompa de estos animales extintos, se creyó que era la cavidad del ojo de los cíclopes.
No son de extrañar estas creencias en el pasado cuando en Teruel los fósiles de Concud, que también pueden verse en esta sala del museo, se creía que pertenecían a restos de una sangrienta batalla e incluso a la existencia de gigantes en el pasado remoto. Y eso se creyó hasta bien entrado mediados del siglo XIX.