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Dasha Semenova, la ucraniana que escapó de la guerra con su hijo y su perro: Dasha Semenova, la ucraniana que escapó de la guerra con su hijo y su perro:
Dasha Semenova y su hijo, en la estación de Javalambre

Dasha Semenova, la ucraniana que escapó de la guerra con su hijo y su perro: "Siento que debería estar allí y no ser uno de los millones que han escapado"

La imagen de esta mujer escapando del conflicto dio la vuelta al mundo y hoy trabaja en las pistas de Javalambre
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José Luis Rubio

Después de que su foto escapando de Kiev con su hijo de la mano y su perro a la espalda diera la vuelta al mundo, un año después de que Rusia iniciase la invasión de Ucrania, Dasha Semenova  trata de encontrar algo de normalidad en Teruel. Hoy busca un rayo de esperanza en una ciudad de la que repite que es “soleada”. Hoy, no obstante, sigue pensando en la manera en que ella podría ayudar y, aún hoy, reconoce sentir siento sentimiento de culpa por haber escapado de Ucrania los primeros días de la guerra y no haberse quedado a ayudar.

Semenova sonríe al describir su vida tras un año de residir en Teruel como “muy pacífico”. Dasha Semenova habla de Teruel como una ciudad “luminosa” frente a los “nubarrones de Kiev. Así es como me siento, aquí hay más días soleados”, haciendo del preciado cielo turolense una metáfora de su estado de ánimo tras un año de conflicto en su Ucrania natal.

A pesar de que el deporte del voleibol fue uno de los primeros nexos que encontró con la ciudad y también con cierta normalidad tras una atropellada huida de los horrores de la guerra, ahora ha dejado esta disciplina. “Tristemente ya no lo practico. Estuve practicando otros deportes, y aunque todavía tengo el voleibol en la cabeza tuve que dejarlo porque tuve que ir a por mi hijo, que estaba con su padre en Polonia”. Tras este nuevo periplo continental, la joven ucraniana no pudo reengancharse por haber empezado a trabajar.

Después de haber tenido que dejar la práctica del voleibol trató de “recordar todos esos deportes” que le también le gustan y que en su mayoría son individuales. “Está claro que no se me dan bien los deportes de equipo porque lo abandoné”, lamenta.

Trabajo

Actualmente trabaja en la estación de Aramón Javalambre como responsable de uno de los remontes, aunque ésta no fue su primera incursión en el mercado laboral turolense. “Estuve cuatro días pelando membrillos” en una conocida pastelería de la capital, aunque reconoce que no tardó en darse cuenta de que no estaba lista. “El primer día llegué a mi casa llorando. Estaba en shock y me dije que no iba a volver a ir a trabajar allí, pero soy una persona muy responsable y terminé volviendo y los días que me quedaban disfruté mucho. Allí conocí a una chica que me dio el contacto de un entrenador de tenis, Alberto, al que también le gusta correr”. El frenesí deportivo de Dasha ha encontrado en este turolense un compinche para dar rienda suelta a su pasión por la montaña y por la actividad física. “De vez en cuando viene a por mi en Javalambre. Quizá no sea mi mejor amigo, pero he encontrado un buen compañero que está siempre sonriendo”, reconoce Semenova, que entiende que de esta manera se ha introducido un poco más en la vida de la ciudad.

“Llevo un mes trabajando en Aramón Javalambre”, afirma tras una tímida sonrisa. “Estuve esperando más de un mes, desde noviembre, porque hacía demasiado buen tiempo”,  recuerda para tornar serio su semblante y decir que para ella es “como una alegoría porque en Ucrania hace calor y ese ambiente cálido se traslada a todas partes”. En la estación de esquí se encuentra en su medio natural por el amor que reconoce sin medias tintas que le profesa a las montañas. Dasha reconoce que en la caseta desde la que vigila el remonte es feliz. “Puedo refugiarme si hace mucho frío y me gusta cuando llega la gente y me saluda con un ‘hola’”, dice reconociendo que su trabajo le sirve para mejorar su español. “Es una buena práctica, aunque los españoles hablan  muy rápido” y destacó los mensajes que le llegan a través del walkie. “Guau, eso esa sí que es una buena forma de practicar español”, bromea en referencia a la a veces pobre calidad del sonido y a la velocidad de los mensajes. A pesar de que también en esta ocasión la entrevista se produjo en inglés, Semenova se esfuerza por aprender y mejorar su dominio del castellano. “Cuando vives en un país hay que hablar su idioma”, sentencia.

Un año de guerra

Dasha Semenova arruga el gesto para asegurar que un año después de que Rusia iniciase la invasión del territorio ucraniano tiene “sentimientos de dolor. Dolor por todas partes, en el corazón, en el alma, por todas partes”. Semenova asegura sentir una gran empatía por toda la gente que está en su país y que está sufriendo y dice que quiere regresar pero que será otro país porque no cree estar segura de poder volver a la vida que conoció antes de la guerra. “Un año en mucho tiempo sin tu tierra, lejos de los amigos. No es una situación normal y regresar significa recuperar la vida de antes y cuando acabe la guerra todo será diferente. Tendremos que empezar de nuevo”. Ante ella se abre un océano de incertidumbres. “Si regresase mañana no sabría de qué trabajar”, aseguró Semenova, que es profesora de Educación Infantil.

Cada vez mantiene menos contacto con Kiev. “Tengo un grupo de amigos que nos conocimos bailando. Yo descubrí mi pasión por el buggie-buggie en septiembre, seis meses antes de que empezase la guerra. Yo solía comunicarme mucho con ellos pero con el tiempo todo ha cambiado Apenas hablo con algunos amigos que están en el frente para preguntarles si están bien, si están vivos”. Al llegar a este punto de la conversación Dasha se detuvo un instante para tomas aire y tragar saliva antes de continuar. “No me comunico mucho. Si la gente quiere contactar conmigo siempre contesto pero siempre pienso que los demás están ocupados”.
 

Dasha Semenova posa en la estación de Javalambre en la que trabaja después de abandonar su país tras la invasión rusa


“Mi madre y yo somos naturales de una ciudad del Este de Ucrania que actualmente está ocupada por Rusia y donde se han destruido muchas casas y han muerto muchos amigos de mi madre”, explica Dasha a propósito de una comunicación que recibió el miércoles de una amiga de su madre que le escribió a través de Facebook. “Y después de todo eso ella no apoya a los ucranianos y se esfuerza por entender los motivos de Rusia para haber hecho eso, diciendo que los rusos no tuvieron opción”. Semenova se espanta y se pregunta cómo puede decir esas cosas. Y es que ella entiende que este conflicto arrastra desde “hace varios siglos” y que este conflicto  es anterior a la época soviética.

Sentimiento de culpa

El sentimiento de culpa por haber abandonad Ucrania cuando las cosas se pusieron difíciles que expresó Dasha Semenova en marzo de 2022 en la entrevista que mantuvo con DIARIO DE TERUEL no ha remitido sino al contrario. “Siento que tendría que estar ahí. Sé que suena estúpido pero siento que debería estar allí, ser parte de la población, ser uno más. No ser uno de los millones que han escapado”, espeta sin pensarlo dos veces.

Y preguntada por cómo ese sentimiento está extendido entre todos los ucranianos que optaron por alejarse del peligro, Semenova explica que se siente “como si no estuviera haciendo nada por la victoria o, al menos, para que no muera más gente”.

Semenova se sabe a salvo en Teruel pero siente que “no merece esto” y es tajante asegurando que está “aquí por mi hijo. Fue instintivo. Tengo un hijo y tengo un perro, y puede que haya alguien a quien no le parezca importante. Son el motivo de por qué estoy aquí y no en Ucrania. Siento como que es una excusa para m porque siento que no merezco esto. Mi hijo sí lo merece pero yo no”. Además recuerda que muchos ucranianos que huyeron del conflicto en los primeros momentos de la invasión han vuelto a casa “porque se sienten mejor allí”.

Sin embargo, reconoce que “por el momento no voy a regresar, aunque lo tengo siempre en mis pensamientos, cada día. A menudo fantaseo con que cuando termine de trabajar en Javalambre regresaré, pero es más un sueño que una realidad”. A Dasha se le quiebra levemente la voz al recordar que el Kiev tiene su apartamento, su vida y su paz.

Recientemente ha tenido noticias de su casa.  “He encontrado a una mujer que limpiaba en la casa de los padres de un niño con  con el que trabajaba. La familia escapó a Irlanda y esta mujer, a la que conocía poco, se convirtió en mi mejor opción. Le envié las llaves” y tras algunas explicaciones más la emoción colmó sus ojos: “¡Fue un día muy importante para mí! En la nevera había un yogur que estaba bebiendo mi hijo hace más de medio año”. “Había dejado de pensar en el apartamento. Los primeros seis meses pensaba en él todo el rato imaginándome los olores de la comida podrida por el suelo”, reconoce Dasha, que asegura que ahora está tranquila en lo que se refiere a su casa depositando toda su confianza en esta mujer.

“Mi hijo prefiere Teruel a Kiev”

“Mi hijo se entristece en cuanto le hablo del tema. Creo que no quiere pensar en la guerra o en por qué estamos aquí”, reconoce Semenova a propósito de su hijo. El muchacho, de doce años de edad, trata de divertirse  y asegura que ahora prefiere Teruel a Kiev. “A mi me resulta doloroso pero me alegro mucho por él”, afirma Semenova consciente de que para el muchacho Teruel se ha convertido en una opción más cómoda ya que al tratarse de una ciudad pequeña tiene todo más cerca y emplea menos tiempo al día en sus desplazamientos.

El pasado mes de mayo Dasha Semenova viajó a Polonia a recoger a su hijo y su perro, que se habían quedado con su ex marido. “Viajamos de Polonia a Berlín, y de allí a París. Y de nuevo el deporte me ayudó porque  porque justo un chico que vivía en Kiev y con el que había ido a la montaña en alguna ocasión me llamó, casualmente, un día antes de llegar. Fue como un milagro porque nos invitó a su casa unos días hasta que salió el siguiente tren”, explica rememorando unas noches mágicas en la Ciudad de la Luz en las que se reencontró con sus amigos senderistas.

Un conflicto demasiado largo

“El pasado mes de marzo yo estaba en shock. Cuando hablamos hace un año no pude hablar de sentimientos, solo de cronología de los eventos. No sentía nada”, explica Semenova sobre los primeros días tras la invasión. “Era como una pesadilla de la que pensaba que desaparecería cuando despertase”, insiste, mientras recuerda que entonces solo podía pensar en traer a Teruel a su hijo y su perro. “Estaba perdida. Era como un zombi”, dice.

Ahora piensa que la guerra será larga, y lo vincula al apoyo del resto de países. Un respaldo que para ella llega siempre demasiado tarde porque “en la política todo es demasiado lento”.

Asegura que en Ucrania la gente ha aprendido a vivir con la guerra. “La gente identifica los sonidos de los helicópteros y sabe por el ruido el origen de las bombas”, relató.

Así, recuerda una familia a cuyos hijos adoraba y que han sucumbido a la guerra. “Si hubiéramos tenido más protección o más armas quizás hubiéramos podido proteger a nuestra gente”, dice a pesar de reconocerse “absolutamente pacifista”.

Semenova dice que evita ver los informativos de televisión porque, asegura, llora cuando ve imágenes de su país. “Me he vuelto más sensible. También lloro con las imágenes del terremoto de Turquía”.

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