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Enrique Rontomé, notario conservador del Museo del Ejército: “La resistencia de los últimos de Filipinas fue en la época un hecho de admiración internacional” Enrique Rontomé, notario conservador del Museo del Ejército: “La resistencia de los últimos de Filipinas fue en la época un hecho de admiración internacional”
Enrique Rontomé Notario el pasado jueves en el Casino de Teruel donde impartió la conferencia

Enrique Rontomé, notario conservador del Museo del Ejército: “La resistencia de los últimos de Filipinas fue en la época un hecho de admiración internacional”

"Es una historia humana en territorio desconocido de gente que no había salido antes de sus pueblos"
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Enrique Rontomé Notario es conservador del Museo del Ejército y el pasado jueves impartió una conferencia en el Casino de Teruel sobre los héroes de Baler, más conocidos como los últimos de Filipinas.

-¿Quienes fueron realmente los últimos de Filipinas y qué representan en la historia de España?  

-Bueno, realmente los últimos de Filipinas es la denominación que la fuerza que tiene el cine les dio a un grupo de soldados que en su tiempo fueron conocidos ya desde el primer momento por sus contemporáneos como los héroes de Baler.

-¿Lo que hemos visto en las pantallas se desvía mucho de lo que en verdad ocurrió?

-En parte sigue el diario del último oficial superviviente y jefe de destacamento, Saturnino Martín Cerezo, pero también se toma sus licencias históricas como en todas las creaciones cinematográficas.

Fueron un destacamento que se envió a la costa de Baler, en la isla de Luzón en el archipiélago filipino, con una labor de control nada más firmarse una paz con la insurrección filipina, pero por lo alejado del territorio y por la serie de sucesos que se van a dar en el archipiélago con la entrada de los Estados Unidos en guerra, se van a quedar aislados. 

A ese aislamiento se va a sumar la circunstancia de que al mando de ese destacamento hay una serie de oficiales, en primer lugar el capitán Enrique de las Morenas, el segundo teniente Alonso Zayas y el segundo teniente Saturnino Martín Cerezo, que consideran que hasta que no reciban  una orden reglamentaria no tienen por qué abandonar la posición. Han perdido el contacto con Manila con sus oficiales y todos los enviados que mandan los insurrectos filipinos a esa posición para que depongan las armas o bien son oficiales  españoles pero prisioneros de guerra, o bien son filipinos u otra serie de enviados que no son creíbles para los miembros  del destacamento, y se dedican a resistir hasta que llegue alguien que les dé una orden concreta y les diga que tienen que abandonar. Así estuvieron 337 días superviviendo con sus propios medios, sufriendo el ataque y el acoso.

-Resistieron casi un año. 

-Sí y lo hicieron en condiciones terribles y con una enfermedad, que es el beriberi, que es la que causó más bajas que las de combate, que fueron dos realmente.

-¿Hay testimonios directos de lo que pasó?

-La historia se puede conocer perfectamente porque hay dos protagonistas, además de las fuentes filipinas, que dejaron constancia por escrito de ese episodio. El primero es Saturnino Martín Cerezo, el jefe superviviente del destacamento, y luego otro de los frailes que entró en la iglesia por una serie de circunstancias, Félix Minaya, que escribió también su versión de los hechos y que coincide al 95%. 

-Da la impresión de que no hubieran querido matar a los sitiados, porque si no, en once meses hubieran sido abatidos.

-Sí que los quisieron matar. Se hizo un sitio, se asaltó la iglesia varias veces, lo que pasa es que también hay que tener en cuenta que los soldados que había allí era gente que venía de la campaña de los años 1896 y 1897 en Filipinas, y a pesar de su juventud eran soldados veteranos. Además, por una cuestión técnica iban armados con el máuser de 1893 que para la época era el mejor fusil que había en el mundo.

-¿Por qué?

-Era un fusil que tenía un peine de cinco balas, que disparaba sin humo y por tanto les daba una ventaja táctica sobre los filipinos importantísima, aparte de la posición que defendían, la iglesia, que era un edificio de piedra de metro y medio de grosor en cuanto a los muros exteriores. Y esa ventaja táctica además de la experiencia de combate les hizo marcar diferencias con la insurrección filipina, que tenía armamento bastante más inferior. 

-Tenían mucha ventaja entonces los españoles.

-Pero sí fueron asediados, acosados, se intentó quemar la iglesia dos veces e incluso se les hostigó bastante con artillería. En el último momento se trajo un cañón González Hontoria, que es un cañón de tiro rápido, lo que pasa es que los filipinos no sabían manejarlo muy bien, pero realmente estuvieron bastante asediados. 

Hay una anécdota de un barco norteamericano que envía un bote con una tripulación para intentar sacar a los frailes y a los soldados del destacamento, y por una serie de circunstancias son emboscados por los propios filipinos; al teniente Gillmore, que es el jefe de ese pelotón le hacen prisionero y él cuenta en una publicación posterior cómo pasa a unos 800 metros de la iglesia y se sorprende de que pueda haber alguien allí todavía resistiendo porque no hay prácticamente ni un centímetro de lo que queda en pie de los muros que no tenga un impacto de bala o de cañón. 

Sí, fueron bastante asaltados, lo que pasa es que estaban muy bien preparados, la posición se había preparado bastante bien, tenían una superioridad desde el punto de vista militar muy grande a pesar de que había una desproporción numérica importante.

-Forma parte de nuestra historia colonial, que hoy día no es muy bien vista, ¿cómo hay que asimilar esta clase hechos histórico?

-Bueno, yo creo que hay que verlo como una circunstancia propia de su tiempo, es decir, son unos soldados que consideran que su deber es permanecer allí con sus compañeros, y lo hacen hasta sus últimas consecuencias. De hecho, Filipinas lo ha acogido de la misma manera. Un senador ya fallecido a principios de este siglo instauró a iniciativa suya el Día de la Amistad Hispanofilipina el 30 de junio.

-No hay rencor por tanto.

-De hecho no hubo rencor incluso entonces. Saturnino Martín cuenta que cuando firman la capitulación están unos días por el pueblo decidiendo si esperan un vapor para irse a Manila y el propio oficial dice que el jefe de las tropas filipinas les ofreció todo tipo de alimentos, la población les saludaba, y en principio no había ningún rencor. 

-Con la crueldad con la que se hace ahora la guerra, eso sería impensable hoy en día, ¿no?

-Bueno, no sé qué decir. Realmente ahí hay que tener en cuenta que es una guerra después de cuatrocientos años de convivencia, y de alguna manera la población filipina de esa época hispanotagala tenía una cultura muy española. Lo que querían era una independencia, pero culturalmente tenían un poso muy español, y como en ese momento están en guerra con los Estados Unidos, que en principio venía como aliado para liberarlos de la soberanía española y después fueron la potencia colonial que les colonizó, pues las élites filipinas no tenían una mala consideración de España y de los españoles. Además, ellos también entendían que esa circunstancia que se había dado en ese destacamento, cuando ya hacía meses que se había firmado el Tratado de París con el fin de la guerra, era una situación anómala.

Ellos de alguna manera admiraban el valor que habían tenido esos soldados. Fue un hecho de admiración internacional para la época en esa pequeña microhistoria, tanto en España como en Estados Unidos, donde también se conoció el caso, y en la propia Filipinas, en Manila, la capital, sobre todo.

-¿Es algo para recordar sin los prejuicios que ponemos ahora a muchos hechos históricos de nuestras excolonias?

-No esto sino toda la historia de España, porque es historia de España y como todos los países del mundo tiene sus luces y sus sombras, y esta historia de los últimos de Filipinas desde el punto de vista humano a mí me parece interesantísima de cómo el ser humano puede comportarse o tomar una serie de decisiones en circunstancias muy difíciles; al fin y al cabo es una historia humana y con todo lo que ello conlleva en un territorio desconocido para gente que no había salido en su vida de sus poblaciones por término medio.