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Melchor de Alavés, el turolense olvidado que conquistó México con Hernán Cortés en el siglo XVI Melchor de Alavés, el turolense olvidado que conquistó México con Hernán Cortés en el siglo XVI
El Archivo General de Indias conserva el registro de la partida del turolense Melchor de Alavés hacia las Indias. “Melchor de Alavés, natural de Teruel, hijo de Pedro de Alavés y de Constanza Marín, vecinos de Teruel”.

Melchor de Alavés, el turolense olvidado que conquistó México con Hernán Cortés en el siglo XVI

El Archivo General de Indias recoge su partida hacia América en el año 1517
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Pocas gestas como la conquista de México a comienzos del siglo XVI han sido tan trascendentes para la historia de la humanidad. A pesar de sus sombras, que las tiene y muchas, es uno de los hitos determinantes que marcaron el devenir del continente americano. Hace cinco siglos que Hernán Cortés se adentró en tierras mesoamericanas para someter y conquistar a las civilizaciones que existían en esta parte de América y anexionarlas al entonces imperio español de Carlos V. A su lado estuvo un turolense, Melchor de Alavés, injustamente olvidado por sus paisanos y que vivió uno de los pasajes más fascinantes de la conquista de México.

Melchor de Alavés viajó a las Indias en 1517 y apenas dos años después se embarcaba al lado de Cortés en la expedición compuesta por once naves que saliendo de Cuba llegó a las costas del continente con la única misión de explorarlas como habían hecho otras anteriormente, en una de las cuales el turolense ya había participado bajo las órdenes de Juan de Grijalva. Cortés desoyó la orden del gobernador de Cuba Diego Velázquez, de quien dependía, inutilizó las embarcaciones encallándolas, que no quemándolas como cuenta la leyenda popular, y evitó así que nadie pudiera dar marcha atrás.

La presencia de este turolense en la conquista de México había pasado hasta ahora inadvertida por el carácter discreto del propio personaje, que probablemente adquirió su condición de capitán durante la campaña, aunque es una cuestión sobre la que habría que profundizar. Hugh Thomas en sus extensos estudios sobre la conquista había identificado a Alavés con el apellido Alanés, aunque dejaba abierta la posibilidad de que se tratara en realidad de “Alavéz, Alabéz, quizá Alavés”, según dejó escrito en su obra Who’s Who of the Conquistadors & Others Connected with the Conquest of México, publicada en el año 2000. 

En ese trabajo el hispanista y americanista británico ya identificaba al personaje como natural de Teruel, aunque no había trascendido en su ciudad y provincia natal. Posteriores investigaciones sitúan al turolense entre los conquistadores que hicieron posible la expansión del imperio español a comienzos del siglo XVI en lo que se llamará la Nueva España, el actual México, y en cuya fundación participó por tanto.

Los maravillosos fondos documentales del Archivo General de Indias que se conservan en Sevilla arrojan luz sobre el personaje. En los Libros de asientos, a cargo de la Casa de Contratación de las Indias y en los que se recogía toda la información sobre los pasajeros y las licencias de quienes viajaban a América aparece el turolense. Este organismo administrativo creado para controlar todo el tráfico de viajeros y mercancías con el Nuevo Mundo registró la partida de Melchor de Alavés hacia las Indias el 16 de marzo de 1517. En el asiento figura manuscrito el siguiente texto: “Melchor de Alavés, natural de Teruel, hijo de Pedro de Alavés y de Constanza Marín, vecinos de Teruel”.

Otros documentos históricos de hallazgo reciente sitúan al turolense entre quienes conquistaron México, despejando cualquier duda sobre su incorporación a esta gesta. Se trata de una lista de conquistadores con los nombres de quienes el 9 de enero de 1529 eligieron a los procuradores de la Nueva España reunidos en México. Esta nueva relación la dieron a conocer los investigadores María del Carmen Martínez y Bernard Grunberg en el número 56 de la revista Estudios de Historia Novohispana publicado en el año 2017. Además, el hecho de que Alavés acompañara a Cortés desde el inicio de su viaje, en lugar de incorporarse con posterioridad en la expedición de Pánfilo Narváez, lo constata fehacientemente Antonio de Herrera y Tordesillas, Cronista Mayor de Indias en el siglo XVI, pues sitúa al turolense al lado del conquistador a su llegada a Tenochtitlan el 8 de noviembre de 1519. En cuanto a su condición de capitán, da fe de ello su tataranieto, el clérigo e historiador Francisco de Burgoa, en su libro Palestra Historial.

Después de que Hernán Cortés inutilizara las once naves de su expedición en la ensenada de Quiahuiztlan, solo quedaba a los españoles la opción de avanzar hacia el corazón del imperio mexica, dominado por cientos de miles de fieros guerreros cuando los españoles eran poco más de 500 soldados, además de un centenar de marineros y unos doscientos sirvientes indios. No partió de las costas veracruzanas hacia el interior sin antes fundar la primera ciudad española de la que sería la Nueva España, lo que suponía rebelarse contra el gobernador de Cuba. 

El turolense sobrevivió a todas las adversidades a las que tuvieron que hacer frente los conquistadores durante el avance a Tenochtitlan, acabó siendo un capitán de confianza de Cortés, su papel fue determinante en la construcción y traslado de los bergantines que hicieron los españoles tierra adentro para lanzar el último ataque de conquista a la capital mexica, que se encontraba en medio de un gran lago; y después terminó siendo un próspero encomendero en el Valle de Oaxaca, donde uno de sus descendientes impulsó una de las primeras bibliotecas de América.

Celebración del V Centenario

El próximo 8 de noviembre se cumple el V Centenario del encuentro entre el emperador azteca Moctezuma y los españoles comandados por Hernán Cortés a su llegada a Tenochtitlan, la capital de un imperio cuya población se estima que podría rondar los 20 millones de personas, aunque los historiadores discrepan sobre la cifra real que tenía entonces.

Solo la capital del imperio, Tenochtitlan, estaba habitada por 300.000 mexicas en el centro de un lago, en lo que hoy es Ciudad de México, por lo que los conquistadores al verla la compararon con Venecia, aunque exaltándola mucho más por sus canales y elevados edificios, como los palacios y las pirámides, entre las que sobresalía la del Templo Mayor dedicado a dos deidades: Huitzilopochtli, el dios de la guerra, y Tlaloc, el dios de la lluvia. 

La expedición española había partido de la isla de Cuba en febrero de 2019 y tras un primer contacto con poblaciones mayas en la isla de Cozumel, llegaron a las costas de la península de Yucatán en lo que hoy es una de las zonas turísticas más famosas del mundo por su Riviera Maya. Los expedicionarios españoles que les precedieron, al tocar tierra, preguntaron a los indígenas dónde estaban y les respondieron “yucatán”, que en realidad quería decir “no entiendo” en su lengua, pero los conquistadores interpretaron que era así como se llamaban aquel lugar.

Comienza así una aventura que llevó a los españoles a bordear toda la costa peninsular y a adentrarse en el Golfo de México hasta llegar a un enclave que anteriores expediciones habían bautizado con el nombre de San Juan de Ulúa, cerca del cual Cortés fundó la primera ciudad europea de la América continental, la Villa Rica de la Vera Cruz, la actual Veracruz.

Era abril de 1519 y a esas alturas los españoles ya habían guerreado con tribus mayas en Tabasco y el adelantado contaba con los servicios de Malinalli, bautizada como doña Marina y que pasaría a la historia con el nombre de la Malinche. Hablaba náhuatl, la lengua de los aztecas, y maya, puesto que había sido esclava de ellos. Cortés contaba a su vez con los servicios de Jerónimo Aguilar, un náufrago de las primeras expediciones al continente que había sido hecho prisionero y esclavizado por los mayas y que había aprendido su idioma. A través de los dos el conquistador pudo comunicarse con los nativos, con los enviados del emperador y con el propio Moctezuma II cuando por fin estuvieron frente a frente.

Arranca así una gesta que se prolongaría hasta dos años después, en la que Cortés y sus hombres se adentraron en el imperio azteca, guerreando en unos casos y pactando en otros con las diferentes tribus que poblaban ese amplio territorio. El adelantado supo ganarse aliados al observar, con la ayuda de Malinalli, el malestar existente entre los diferentes pueblos del imperio al estar sometidos a la tiranía de los aztecas, además de propagarse la noticia de que era enviado de Quetzalcoatl, un dios de la mitología mexica que había partido hacia el oriente y que una profecía anunciaba que regresaría por allí.

Se valió de eso para avanzar hasta la capital de los mexicas tras conseguir alianzas con pueblos tan importantes como los tlaxcaltecas, guerreros que odiaban a muerte a los aztecas y que estaban sometidos a ellos, o tener encontronazos con otras poblaciones como los cholultecas. Fue en Cholula donde los españoles, alertados de que los indígenas les estaban preparando una emboscada, tomaron la delantera y cometieron una sangrienta masacre, uno de los hechos más oscuros de la conquista de México.

Alianza con los indígenas

Despejado el camino y acompañados por miles de guerreros tlaxcaltecas, totonacas y de otras tribus, los españoles avanzaron hacia Tenochtitlan, a donde llegaron el 8 de noviembre de 1519, fecha de la que se cumple el quinto centenario el próximo viernes. Moctezuma los recibe de forma diplomática y los instala en un palacio al lado del Templo Mayor. Se suceden meses de complicada coexistencia, en la que Cortés quiere someter de manera pacífica a los mexicas, hasta que a uno de sus lugartenientes, el tristemente célebre por su crueldad Pedro de Alvarado, se le va la mano y comete una masacre tras contemplar los sacrificios humanos que los aztecas hacían para satisfacer de sangre a su dios Huitzilopochtli. 

Los conquistadores tienen que huir de la capital azteca y son emboscados a la salida de la ciudad la noche del 30 de junio 1520, sufriendo numerosas bajas y heridos, por lo que ese día pasaría a ser conocido históricamente como la Noche Triste. Cortés y sus hombres se recuperaron tras esta derrota y con la ayuda de sus aliados indígenas que querían liberarse de la opresión de los aztecas, sitiaron Tenochtitlan y la sometieron finalmente, entregándoles la ciudad el emperador Cuauhtémoc el 13 de agosto de 1521 tras un elevado coste en vidas humanas; buena parte de ellas causadas por la viruela, contagiada por los conquistadores y para la que no tenían defensas naturales los nativos.

La impresionante gesta que llevó a la conquista de México ha sido recreada en multitud de novelas y en próximas fechas se estrenarán dos series de televisión, Hernán y Cortés, protagonizadas por Óscar Jaenada y Javier Bardem respectivamente en los papeles del conquistador.

Todos estos hechos históricos fueron vividos en primera persona por el turolense Melchor de Alavés, uno de los capitanes de Hernán Cortés que llegó a las costas de Veracruz con el adelantado y le acompañó durante todo su periplo, sobreviviendo a la Noche Triste y teniendo un papel importante en la conquista definitiva de Tenochtitlan.

El papel del turolense

Las crónicas de la época sitúan al turolense como un hombre de confianza de Cortés. Así se refiere Antonio de Herrera en la Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano, cuando relata un incidente del conquistador con uno de los caciques indígenas llamado Cacamacin, señor de Texcoco, uno de los aliados de Moctezuma. En el relato se explica cómo Cortés encargó esa misión a “personas de confianza”, entre ellas Melchor de Alavés, además de Juan Vázquez de León, Rodrigo Álvarez Chico, Francisco de Morla, Alonso de Ojeda y Hernando de Burgueño.

Sobre la Noche Triste, Hugh Thomas asegura que el turolense llegó a dejar constancia, en la multitud de legajos consultados por el investigador, que “no recordaba a nadie que no hubiera resultado herido”, y después lo sitúa protagonizando uno de los hechos más notables que fueron definitivos en la conquista final de Tenochtitlan, la construcción de 13 bergantines para fletarlos en el lago de Texcoco y facilitar así el asalto a la capital azteca.

Cuando tuvieron que huir, Cortés tomó conciencia de que la manera como estaba hecha la ciudad de los mexicas era una trampa para cualquiera que intentara conquistarla, puesto que los accesos se hacían a través de pasarelas que los nativos podían bloquear, aislando a quienes se encontrasen en ellas sin dejarles salir o entrar y pudiendo atacarlos desde canoas por los flancos. Eso es lo que sucedió la Noche Triste y lo que provocó la muerte de entre 400 y 600 españoles, además de un par de miles de guerreros tlaxcaltecas, sus aliados, aunque en esto los historiadores tampoco se ponen de acuerdo.

Para evitar otra catástrofe así, Cortés mandó construir 13 bergantines con los que asediar por el agua la capital azteca. Los trabajos se inician a más de cien kilómetros del lago, en Tlaxcala al ser aliados de los conquistadores y ser un territorio seguro. Entre ese lugar y Tenochtitlan, numerosas tribus fieles a los mexicas hostigaban a los españoles, por lo que el traslado de las embarcaciones no fue una tarea fácil.

La construcción de los bergantines se inició hacia octubre de 1520 bajo la dirección de Martín López en el río Zahuapan, y después de fletarse y comprobarse su navegabilidad, fueron desmontados y miles de tlaxcaltecas los transportaron a pie hasta Texcoco, a las orillas del lago, donde volvieron a armarse en la primavera del año siguiente.

Transporte de bergantines

Aunque del auxilio militar para el transporte de las embarcaciones se encargó Gonzalo de Sandoval, Hugh Thomas dice que Melchor de Alavés “fue testigo de cuánto trabajo dedicó Martín López a la construcción de los bergantines, y fue uno de los que volvió a Tlaxcala para recuperarlos”.

En mayo de 1521 comienza el asedio a Tenochtitlan, en el que las embarcaciones son determinantes porque permiten a Cortés mover sus cañones por el lago con absoluta libertad, y en agosto el entonces emperador azteca Cuauhtémoc entregará la ciudad.

Otros conquistadores prosiguieron su avance hacia el sur ávidos de oro, puesto que la fundación de la Nueva España fue el primer paso que se dio para la conquista de todo el continente. En cambio, Melchor de Alavés se instaló en el Valle de Oaxaca y gestionó una encomienda en Patlahuistlaguaca, muriendo de muerte natural siendo ya mayor, con más de 65 años.

El americanista francés Bernard Grunberg, autor de un diccionario sobre los conquistadores de la Nueva España, sugiere que debió correr el rumor de que el turolense era de linaje converso, lo que explicaría tal vez su marcha a las Indias. Terminó casándose con la hija de otro conquistador, Juan Rodríguez de Salas, y entre su descendencia hubo destacadas figuras del clero, entre ellas Francisco de Burgoa.

En los dos años que va a durar el V Centenario de la conquista de México se desarrollarán diferentes actos para conmemorar algo que hay quienes creen que no debería celebrarse, pero nos guste o no forma parte de nuestra historia, y un turolense, Melchor de Alavés, fue protagonista indiscutible aunque ensombrecido por otros conquistadores.

Nuevas investigaciones

Aquella gesta hay que verla como lo que fue, sin descontextualizarla de su momento histórico. Ramón Tamames, en su último libro que acaba de aparecer, Hernán Cortés, gigante de la historia, prologado por José Borrell, considera al conquistador, y a quienes le acompañaron, como emprendedores, los empresarios de la época.

En una reciente presentación del libro en Madrid, Tamames lamentó que los españoles no sepamos “apreciar muchas cosas de nuestros antepasados”, y aseguró que “recordar a Cortés no es un ejercicio de nostalgia, sino un aprendizaje de lo que fue un hombre portentoso, realmente un gigante de la historia”. Las mismas palabras podrían aplicarse a Melchor de Alavés y a quienes le acompañaron en su aventura, con la salvedad de que entre las filas también había gente despreciable como Pedro de Alvarado, que podrían equipararse hoy día con los tiburones de los negocios, abusando de ese símil empleado por Tamames. 

Turolenses como Melchor de Alavés, Marcos Ibáñez, Pedro José Fonte, Pedro García Ferrer o Francisco Azorín entre otros muchos, fueron quienes expandieron el nombre de su tierra natal por el inmenso continente americano, desde los dominios de los aztecas hasta el recóndito Estrecho de Magallanes, donde todavía hoy llegan los ecos de una provincia cuyos habitantes no conocen límites ni fronteras en su espíritu de gritar al mundo que Teruel existe.