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Teruel empodera a la mujer con 800 años de retraso Teruel empodera a la mujer con 800 años de retraso
Una mujeres agraviadas se enfrentan a sartenazo limpio con unos soldados. A.G.

Teruel empodera a la mujer con 800 años de retraso

Buena parte de las escenas teatrales paralelas a la Leyenda de los Amantes tienen perspectiva de género
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Si alguna concesión se permiten las Bodas de Isabel con respecto al siglo XIII esta tiene que ver con el papel de la mujer en el medievo. Con la Leyenda de los Amantes no hay adaptación que valga, pero el resto de representaciones teatrales secundarias empoderan a la mujer, a través del sentido del humor y poniendo de manifiesto lo absurda que era una Europa regida por hombres, cuanto más necios más hombres, en todos los ámbitos de la sociedad.

La historia de amor entre Diego e Isabel está basada en el drama de Hartzembusch, una narración clásica del periodo romántico, único de la historia en el que tuvo sentido morir de amor, y cuya influencia sigue irradiada en nuestros presente, sin cuyos elementos característicos no se comprendería.

Entre estos elementos propios del romanticismo se encuentran que la mujer sea un elemento pasivo en el amor, que las bodas en realidad no son de Isabel sino de su padre y el bueno de Azagra, y que por si fuera poco sea responsable de la muerte del auténtico héroe y protagonista de la historia, que no es otro que Diego.

Otro pelo corre con las escenas teatrales tangenciales a la historia de los Amantes, muchas de las cuales tuvieron lugar en los escenarios de la Catedral, el Torico o la Escalinata, y que, dirigidas por Sixto Abril y Alfonso Pablo, tienen como objetivo ambientar la vida medieval de la villa, destacar diferentes aspectos sobre los usos y costumbres de la época y entretener a la heterogénea mezcla de turolenses y turistas que pasean por las calles.

Estas escenas echan mano del sentido del humor y la ironía para empoderar a la mujer en un contexto tan masculino. Tan cuajado de “varones graves, sesudos y juiciosos”, como se subraya irónicamente en Los juicios del amor. En esa escena las amigas de Isabel, atribulada por su matrimonio indeseado, le recuerdan que en la Gascuña, donde el amor es importante como la guerra, la mujer es respetada e incluso tiene potestad para juzgar los asuntos del corazón. En un Santo Tribunal del Amor que ellas improvisar, sacan las miserias de los maridos, que no son pocas, y absuelven a las prostitutas, mujeres despreciadas por todos y por todas hasta que, Elvira, por ser la más vieja de todas, es también la más sabia, y agradece a las meretrices el sacrificio de soportar las tontadas de sus maridos. Y es la propia Elvira quien da en la clave: mientras los hombres luchan y se emborrachan, las mujeres tienen que tomar las decisiones y engañar a sus maridos para que estos crean que son ellos quienes tienen la sartén por el mango.

Para las sartenes las que se escuchan en la escena de La batalla de las mujeres, por la mañana en la Escalinata, junto al campamento donde las huestes cristianas, muchas de ellas procedentes de los vasallos albigenses del difunto Pedro II, descansan extramuros. Lejos de pelear entre ellas, son pura sororidad y se alían para combatir el descaro de uno de los hombres de la villa, que después de dejar preñadas a siete mujeres pretender irse a hacer la guerra y desentenderse de sus responsabilidades. El cura le apoya, y aún argumenta que solo el botín capturado al enemigo podrá financiar la crianza de las siete criaturas que están por llegar, e insta a ellas a que permanezcan en su papel femenino, cocinando, limpiando y haciendo lo que quiera que hagan las mujeres cuando no tienen hombre que atender. Pero ellas no pasan por el aro y, a sartenazo limpio, se enfrentan y derrotan a toda una compañía de fieros guerreros, que ni son tan fieros ni tan guerreros.

En otra divertida escena, la de Los huérfanos de la Madre Frontonia, dos falsas religiosas se buscan la vida vendiendo y revendiendo niños y niñas, para labrar los unos y casarse las otras. Entre las dos sortean las susceptibilidades de otras dos religiosas, estas de veras, y de un damnificado que fue engañado por ellas en Daroca, pero gracias a su ingenio logran escapar y burlar la mazmorra.

En El burdel del Concejo son las prostitutas quienes llevan la batuta. Necesarias pero negadas como Pedro negó a Jesucristo, obligadas a ejercer en los locales oficiales, extramuros para no violentar la estricta e hipócrita moral, donde han de acatar las normas y pagar un alquiler a la autoridad competente -masculina, por supuesto-, las putas deciden que hasta aquí han llegado y que van a empezar a decidir por sí mismas: “Hermanas, revolución, no de haber más solución. ¡La folganza por doquier, es menester ofrecer!”.

Valga esa visión dramatizada de las necesidades de la mujer, silenciada a lo largo de la historia, como desagravio en clave cómica a la pobre Isabel, que en aras de la ortodoxia tiene que seguir soportando año tras año su enlace con Pedro de Azagra. Y aunque sea con ocho siglos de retraso, y quién sabe si solo de escenarios para arriba, sirva también como homenaje a todas las mujeres de la historia, ninguneadas por las crónicas y empoderadas, por fin, en las calles de Teruel.