

Un turolense en China: “La gente ha visto que cualquier sociedad es vulnerable”
Daniel Javier Salvador reconoce que el coronavirus está paralizando todo el país asiáticoEl turolense Daniel Javier Salvador lleva cinco años viviendo en la ciudad china de Shenzhen, en la provincia de Guangdong, una metrópoli de 12,5 millones de habitantes. Allí, como en todo el país, se viven momentos de incertidumbre por culpa de un virus, el coronavirus, que ha desatado las alarmas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que se está extendiendo como la pólvora por todo el mundo.
Daniel, de 30 años, reconoce que hay “miedo” entre la población a lo que pueda pasar al tratarse de un nuevo virus que nadie sabe muy bien cómo se acabará desarrollando, pero también recuerda que la gripe común mata a más personas en todo el mundo: “No me he quedado con la información oficial y he preguntado a amigos biólogos o médicos”, dice desde Shenzhen.
El turolense, que trabaja en la búsqueda y desarrollo de productos que se hacen en China para venderlos después en Europa, explica que la sociedad del país asiático, al contrario que la española, tiende a ser “algo más exagerada y desconfiada”, lo que hace que la alarma social esté siempre encendida.
“Por primera vez desde 2006, cuando se produjo la epidemia de SARS (el Síndrome Agudo Respiratorio, una infección respiratorio más grave que este coronavirus), han visto que cualquier sociedad es vulnerable a cualquier amenaza y que el sistema perfecto no existe”.
Y eso ha llevado, por ejemplo, a la casi paralización del país. De hecho, cuenta que las vacaciones del Año Nuevo chino, que normalmente duran 14 días, se han prolongado casi un mes.
Eso ha provocado graves problemas a gente como Daniel: “Todos estamos trabajando desde nuestras casas y es totalmente imposible comenzar cualquier tipo de producción porque las fábricas están cerradas”.
Las calles de cualquier gran ciudad de China suelen ser un hervidero de gente, pero las cosas han cambiado en las últimas semanas. Se sale lo justo de casa: para ir al supermercado o para pasear rápidamente a las mascotas, lo que ofrece una imagen inédita de las grandes metrópolis del país.
“Ya no se ve a gente haciendo Tai-Chi en los parques y tampoco a los grupos de mujeres mayores bailando en las plazas después de cenar. La gente está encerrada en sus casas por miedo a contagiarse, por miedo al virus. Están muy desinformados”, asegura el turolense.
Eso sí, las cosas empiezan a cambiar porque “la gente necesita trabajar para sacar a sus familias adelante” y cada vez se ven más coches por las calles.
Daniel reconoce que están “un poco hartos” de esta anormalidad que les impide hacer cosas tan sencillas como quedar con unos amigos a tomar algo. “Los bares y restaurantes permanecen cerrados. Incluso tomarte un café en una gran cadena de cafeterías americana es complicado, porque tienes que pedirlo desde la puerta ya que está prohibido entrar dentro”, cuenta.
Daniel recibe casi todos los días mensajes desde España que le preguntan cómo lleva el asunto del coronavirus, pero no siempre puede dar excesivas explicaciones. En China están censuradas plataformas como Google, Whatsapp, Facebook, Instagram o Twitter, así que recurre a otros sistemas que no siempre funcionan: “Ellos solamente tienen la información que les llegan a través de televisión, las radio, los periódicos o internet en España, pero no conocen la realidad que se vive aquí a diario, lo cual les hace estar preocupados. Yo me ocupo cada vez que hablo con ellos en tranquilizarles”.
¿Y cómo está actuando el gobierno chino con lo que está ocurriendo en las últimas semanas? Pues de una manera contundente. “China es un país de fuertes contrastes y el gobierno siempre actúa de forma rápida y tajante”. Cuando saltó la alarma a finales de enero, lo primero que hicieron fue sitiar la ciudad de Wuhan y, en menor medida, la provincia de Hubei.
Y eso que la cuestión no era sencilla, porque el arranque del virus coincidió con el Año Nuevo que provoca 3.000 millones de desplazamientos dentro y fuera del país.
“Para algunos chinos es la única vez que viajan a sus hogares familiares durante el año. Debido a este movimiento, es muy fácil propagar un virus, que por su naturaleza no se puede ver a simple vista, y que tarda hasta 14 días en poder mostrar síntomas”, explica.
Daniel recuerda que el sistema político de China es completamente piramidal. Poco a poco se va cediendo a cada ciudad la competencia de gestionar de forma efectiva la situación: algunas han cerrado la libre circulación de viajeros y visitantes que provengan de alguna de las ciudades y regiones con más infectados, llegando a retenerles unos días para comprobar sus síntomas.
Además, el turolense desvela que “existe un control férreo en las entradas de las metrópolis para conocer de dónde vienen los viajeros. En China hay cámaras en las calles y autopistas que fotografían las matrículas y permiten hacer un seguimiento de dónde ha estado cada vehículo e incluso ahora se está aplicando este mismo sistema a las personas con un reconocimiento facial.
Daniel desvela que en Shenzhen, donde vive, se han montado controles de temperatura en las urbanizaciones y que si recibes un paquete tienes que ir a la puerta principal a recogerlo porque no se permite acceder a los repartidores. En zonas donde no hay urbanizaciones, es el Gobierno quien realiza este control.
Las mascarillas
La aparición del coronavirus ha provocado que las mascarillas se hayan convertido en un artículo de lujo. Cuenta Daniel que el gobierno ha activado un plan urgente de fabricación.
Y como siempre ocurre en estos casos, hay gente dispuesta a hacer negocio. “Personas de nacionalidad china que viven en países como España, Portugal, Francia o Estados Unidos están comprando mascarillas en las farmacias para revenderlas a ciudadanos chinos en China. No por ayudar, sino por hacer negocio. Las mascarillas han pasado de unos 0,1 euros la unidad a más de 1 euro por la escasez”.
Daniel cuenta que las autoridades del país han hecho sencillas recomendaciones a los ciudadanos para evitar el contagio. Ventilar bien la casa, mantenerla limpia y una buena higiene de manos, lavándolas con jabón antiséptico y usando un desinfectante de alcohol después.
También recomiendan usar una mascarilla que tape boca y nariz, evitar lugares con gran concentración de gente, como transporte público, ascensores o centros comerciales y, por supuesto, no tener contacto copn gente que haya estado en Wuhan o alrededores.
Como el virus puede sobrevivir un corto espacio de tiempo sobre las superficies, las puertas o botones del ascensor han sido cubiertos con un plástico que los empleados de las fincas van cambiando cada hora.
Daniel lleva el aislamiento con mucho sentido del humor: “Hace poco que volví de España y tengo en la nevera reservas suficientes de Jamón de Teruel, queso de Albarracín, queso de Tronchón, aceite del Bajo Aragón y otros productos nuestros que me han permitido sobrellevar la escasez de productos en el supermercado y el ‘encierro’ en casa”, bromea, mientras espera que la situación se calme.