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José Luis Rubio
Mecachisenlamar es lo más delicado que se me ocurre cada vez que abro el Whatsapp para ver que alguien me ha mandado un mensaje de audio.

Soy uno de esos bichos raros a los que la paciencia no les da para escuchar una explicación mal dada de más de dos minutos y que prefieren leerla o, por qué no, hablarlo directamente.

No le pillo la gracia a los mensajes de voz, y menos aún cuando se les multiplica la velocidad de reproducción para que, además, suenen como una psicofonía de pitufos del Padre Abraham. Y sí, a veces me paso de clásico, vintage o, directamente, de carca, pero me cuesta creer que mi interlocutor prefiera buscar un lugar con cierta privacidad para grabar un mensaje a escribirlo desde la discreción del teclado.

Y el acabose es ver a personas que se cruzan mensajes de voz. Eso es el novamás. Uno manda un audio, el otro le contesta con otro ... y así durante un buen rato. Me cortocircuita tratar de entender por qué se apuesta por ese cruce de audios enlatados en lugar de llamar por teléfono para interactuar en una conversación. De locos.

Pero claro, la modernidad corre más que las palabras y al súper ordenador que llevamos en el bolsillo le llamamos “teléfono”, cuando apenas lo usamos para llevar el sonido a lo lejos, que es, más o menos, lo que significa en griego “teléfono”. Por eso, entender a quien recibe tus mensajes de audio como “interlocutor” es arriesgado.

Por si fuera poco (ya lo esbozaba más arriba), la solución que se me ofrece al coñazo que supone tener que escuchar un audio es hacerlo multiplicando su velocidad. Las fórmulas 1.5X o 2X se proponen como atajo para esquivar la aversión a los mensajes grabados o, simplemente, la falta de tiempo. Pero la distorsión de la voz le priva del único matiz positivo que pudiera tener : la entonación.

No se qué me parece peor, si no tomarse el tiempo de escribir el mensaje o no dedicarle el rato necesario para escucharlo.

Así que, por favor, no me mandéis audios.