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José Luis Rubio

Tres mujeres resultaron muertas y una cuarta herida en Argentina hace unos días, después de que un individuo lanzara un cóctel molotov en su vivienda hace una semana. Las cuatro compartían una habitación y el corazón en Buenos Aires y su delito era amarse.

La noticia prendió en los noticieros a principios de semana como un fósforo, con mucha chispa en el primer momento pero efímera como su llama. Hoy, muchos de los que sí se enteraron, ya casi no se acuerdan. Otros, no obstante, ni llegaron a saber que ocurrió. Ni siquiera las concentraciones de repulsa de unas decenas de personas del colectivo LGTBIQ+ a las puertas de la embajada de Argentina, poco antes de que el presidente argentino, Javier Milei, iniciara una gira por España, han tenido ni un amplio respaldo ni un seguimiento mediático acorde con lo terrible de la tragedia.

El individuo que lanzó el  artefacto incendiario a la vivienda de las cuatro mujeres ya les había increpado por su orientación sexual.

No llego a comprender por qué que dos personas se quieran, se gusten, se atraigan o  lo que sea pueda molestar tanto a nadie como para llegar a insultar, menospreciar o agredir (de cualquier forma). ¿Dónde está el fallo? ¿Qué me he perdido? ¿Por qué está mal que unas personas se quieran?

Hasta donde yo sé, las personas del colectivo no amenazan a los cis o a los heteros a realizar prácticas homosexuales. Entonces, ¿por qué algunos quieren imponer su gusto binarista a esas personas? ¿Dónde está el respeto? ¿Por qué están mal un beso, una caricia o un “te quiero”?

La polarización ha llegado también a la realidad afectivosexual y si cada vez hay más personas que descubren o reconocen su identidad o sus preferencias, también hay más voces exaltadas reivindicando el cis hetero patriarcado en autobuses naranja. Aunque Antonio Machado vaticinó que “una de las dos Españas ha de helarte el corazón” yo me resisto a quedarme frío. Hace poco escuché una frase que me conmovió: “Lucharé hasta la muerte por defender tus derechos”.