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José Luis Rubio
Entre siete u ocho palmos. Ese es el margen en el que cabe una vida. Esos siete u ocho palmos son, aproximadamente, el equivalente al metro y medio que se ha establecido como la distancia mínima que los coches, motos y camiones deben respetar al adelantar a una bicicleta. Y no lo digo yo, lo dice el artículo 35.4 de la actual Ley de Tráfico.

Sobre el papel parece sencillo, ¿verdad?. Pues aún hay conductores que no lo entienden. Es cierto que cada vez son menos los bárbaros que no solo no reducen la velocidad, como indica la última vuelta de medida de la DGT, para  adelantar a una bici sino que ni siquiera hacen amago de separarse de su trazada, pero aún los hay.

Soy conductor y soy ciclista. Y seguramente, si no fuera lo segundo no hablaría de este asunto. Y como soy ciclista sé lo que pasa encima de la bici cuando se rueda por un arcén que, generalmente, es estrecho o imaginario. Sé el miedo que se siente cuando un camión articulado te adelanta a menos de 50 centímetros, cómo el rebufo de su cabina te bambolea para, por un instante, pensar que vas a acabar debajo de sus ruedas. Sé lo que es encontrarse con un coche de frente que ha decidido que él tenía que adelantar porque de frente solo hay una bici o también sé lo que es que se abra una puerta de un coche aparcado en una calle que no ha visto (o no ha mirado) si venía otro vehículo, por pequeño que sea. Son algunas de muchas historias de terror que se experimentan a lomos de las flacas.

Desde mi sillín la perspectiva es clara: hay conductores a los que solo les vale el cálculo de si su vehículo cabe y que prefieren avasallar la vulnerabilidad del ciclista que pisar una línea continua. Y es que alguno se sorprenderá lo permisivo que es el Código de Circulación a la hora de adelantar a vehículos lentos como cosechadoras o bicicletas.

Y aquí no valen las prisas ni las medias de velocidad. A los dos nos esperan para comer en casa, y si nuestra breve relación termina en accidente no llegaremos a la cita ninguno de los dos.

Un metro y medio. Siete palmos. Una vida.



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