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Bronca Bronca
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Raquel Fuertes

No me gustaría estar en el pellejo de Broncano. Por mucho que te paguen 28 millones en un par de años, no merece la pena la bronca que se ha armado alrededor de un fichaje que, si las cosas fueran como deben ser, no se produciría en la televisión pública.

Ya he visto comparaciones con lo que cuestan masterchefs, cárdenas o noches de fiesta de la televisión pública. La verdad es que se manejan cifras de escándalo (tampoco sé cuáles son correctas y cuáles mera especulación partidista) y que las producciones audiovisuales tienen su precio (les recuerdo que los profesionales de los medios tenemos la costumbre de comer cada día, incluso en vacaciones). Pero, más allá de las cifras inevaluables para los pobres mortales que nos manejamos con mensualidades de cuatro cifras y sin aspiración de alcanzar la quinta, lo que disgusta es el fondo de las cosas. Porque una cosa es que una televisión pública contrate a la Obregón o a la Carrá (cielos, qué mayor soy) del momento para hacer un programa de variedades con tirón popular y audiencia de las de antes y otra es fichar a alguien que se supone que es afín a un partido para intentar hacerle sombra al que lidera una franja horaria en una tele privada que le cae mal al presidente.

Rememorando a Carmen Calvo, hay gente que cree que el dinero público no es de nadie. Pues no se equivoquen: es suyo y es mío. Es de los ciudadanos. De los que les votan y de los que no.

Y cuando uno se ciega en “poner a uno de los míos” a veces no se da cuenta de que comete un tremendo error porque al que pone (ojo, no tengo nada contra Broncano) no es a un profesional de ese canal. Que los jóvenes de hoy no ven la tele convencional a las diez de la noche. A ver quién les va a sacar de su habitación al comedor.  Al final, el predominio del criterio político y las afinidades personales sobre lo profesional sólo lleva a broncas, despilfarro y decisiones que nada tienen que ver con la comunicación. Ni con un servicio público. Y lo pagamos usted y yo, querido lector.