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Cerrar la puerta Cerrar la puerta

Cerrar la puerta

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Raquel Fuertes

La otra tarde disfruté escuchando a una escritora, concretamente Dolores Redondo, diciendo que era feliz. Sin pegas y sin peros. Describía su vida y sentí algo muy parecido a la envidia. Y digo “parecido” porque en toda envidia hay una componente de resquemor y de desear que al otro no le vaya tan bien que yo, la verdad, no tengo. Tampoco es que, para nada, me considere infeliz. Al contrario. Pero ella describía su vida de una forma en la que también a mí me gustaría vivir la mía. Algún día.

Debería hablar quizás entonces de “anhelo”. De ver en otro aquello que a ti te gustaría llegar a ser o vivir algún día. He de tener bien claro que, por mucho que me ponga, en un par de años (lo que me falta para los cincuenta, su edad) no me da tiempo de escribir seis libros (todos, best sellers; uno, premio Planeta). Ni de casualidad. Y luego es que, además tienes que contar una historia interesante y hacerlo bien, O sea, no es escribir por escribir. Que a la gente le tiene que gustar y antes tienes que pasar el filtro editorial para que tu historia se convierta en ese objeto mágico llamado libro.

Como ya he hablado mil veces de mi pragmatismo, vamos a quedarnos con aquello que sí es realizable y que, además, es apto para impacientes. ¿Por ejemplo?

Mantener en una vida en la que casi todo cambia periódicamente excepto tu pareja y amigos. Continuar con esas costumbres de café de mañana, tal vez sola, tal vez no, y cerveza de tarde, nunca sola y no todos los días. Conservar ciertas rutinas, pero ser capaz de adquirir otras que nos permiten no caer en el hastío. Y, lo que más me gustó, aprender a cerrar la puerta.

Encontrar ese momento para uno mismo. Para escribir, para leer, para divagar o para nada. Solo para ti. Para lo que tú necesites en ese momento. Porque si importante es en la vida la (buena) compañía, no hay que dejar de lado la bondad del momento de una buena soledad. Libertad para gastar tu tiempo. ¿Hay algo mejor? Sin duda, una de las formas de riqueza más pura y que nos permite ahondar en ese ser que se refleja cada día en el espejo.