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El ascensor El ascensor

El ascensor

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Raquel Fuertes

Volvía a casa ayer por la tarde bajo la lluvia (sin paraguas) detrás de una señora (con paraguas) que se desplazaba cuidadosamente bajo los soportales para no mojarse (el paraguas). Sé que mi caso no es excepcional y que muchos de ustedes lo habrán experimentado estos días. Esos pequeños gestos me crispan tanto… En medio de mi húmedo y frío sentir, no sé yo por qué, me vino a la cabeza otra señora.

El portero me pidió que si podía subir en el ascensor acompañando a una señora que iba a la notaría (en el tercero) ya que me pillaba de paso (al quinto). En el mínimo trayecto la mujer me contó de su claustrofobia. Y que se le pasaba si iba hablando. Llegamos en un plis y me dispuse a despedirme.

De repente la vi muy mareada, incapaz de seguir las instrucciones entre el mar de puertas y pasillos. Y, claro, la acompañé. En el trayecto y mientras las oficiales se deshacían de los anteriores clientes me lo contó todo: sus miedos (salir sola, ir sola, subir sola) y su tristeza (su hija se había separado y ella iba a por unos papeles). Se debatía entre la coquetería: “¿De verdad me echa 70 años?, pues tengo 80” (82 en su DNI, magnífica) y la incomprensión “¿Por qué se separa? No tiene trabajo, se ha ido lejos. ¿Y los niños? ¿Por qué me manda a mí a estas cosas si no me aclaro?”.

En este momento yo ya tenía el alma en los pies de pura pena. Le intenté explicar que una separación no es el fin del mundo y que era lo mejor cuando las cosas van mal. Que tenía que apoyar a su hija y animarla (no parecía muy dispuesta). Y que a ella le venía bien salir un poco y hacer cosas.

La oficial, por fin, la (nos) atendió. El papelito que venía a recoger ya lo tenían los abogados. Había hecho el viaje (expedición) por nada y solo se llevaba que le hubiera echado menos años. En el viaje de vuelta (claro, bajé con ella) me di cuenta de lo egoísta que había sido su hija. No por el divorcio, obvio, sino por no enterarse bien antes de mandar a su madre a aquel recado que le había costado varios sofocos. Y dos taxis. Así somos. Egoístas.