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El morbo El morbo
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Raquel Fuertes

La culpa es mía por poner la tele a horas extemporáneas (o sea, cualquier hora que no sea la del informativo, y en verano, incluso la del informativo). Antes leí la noticia en prensa digital con el titular “Un español descuartiza en Tailandia…” y horas después ya pasó a ser “el hijo de…”.

Si la noticia en primera instancia ya era un refugio de buitres para salir del bucle de las olas de calor, la filiación del presunto asesino con una familia de actores hizo frotarse las manos a los editores de programas frívolos cuales urracas vislumbrando oro. O absoluta escoria, por mucho que la pulan.

Análisis y contraanálisis alrededor de las informaciones que llegan a cuentagotas y contradictorias. Como no puede ser de otra manera cuando se trata de declaraciones policiales en un país a miles de kilómetros y ante un suceso tan truculento.

Comprendo que en las redacciones de determinados medios se alegrasen al tener garantizada portada y tertulia de varios días. El asunto tiene sangre, sexo, exotismo, riesgo de pena de muerte y familia conocida. Un “todo en uno” difícil de superar para estas semanas de desconexión y asueto cuando pasamos del ERE de Podemos o de Espinosa de los Monteros. O hasta de la formación de Gobierno, si me apuran.

Morbo, detalles escabrosos, homosexualidad, relaciones tóxicas, destinos lejanos y un final entre macabro y ordinario. Jugoso, muy jugoso.

¿Y el respeto? Lástima que olvidemos que detrás hay personas. Reales. De carne y hueso. Desde la víctima hasta el asesino, pasando por sus familias y seres queridos. Dos familias absolutamente devastadas que buscarán que la justicia se presente con su mejor cara. Unos buscando el máximo castigo y otros viendo como otra vida se trunca, quizás de manera irreversible, enfrentándose a un sistema judicial tan distinto al nuestro. Una muerte en diferido.

Sin olvidarnos de la víctima, por su puesto, me pongo en la piel del padre, de la madre de este chico y no puedo ni pensar cuál será su dolor y su impotencia. Sus ganas de rebobinar hasta el minuto anterior de que la vida de su hijo se fuera al traste. Su sentirse en un callejón sin salida para ayudarle después de confesar el asesinato (u homicidio). Mientras, los carroñeros convierten el delito en la serpiente del verano. Viva el morbo. Muera la decencia.