La he visto tantas veces que la reconozco sin necesidad de ver. La intuyo y, lo reconozco, la rehúyo instintivamente, intentando no mirarla de frente porque se te clava y te la llevas encima en forma de dolor de corazón.
Puede pasarte con gente más joven, pero ahí aún ves salidas: cuando quedan décadas por delante muy mal ha de darse todo para no acabar levantando cabeza. Pero cuando la mirada la trae alguien de cuarenta y todos o cincuenta y la madre, la angustia te supera.
Son gente en lo mejor de su vida en muchas facetas: experiencia, pero con capacidad de adaptación a lo nuevo; juicio, pero sin hacer ascos al riesgo; conocimiento, pero con la vanidad justa para reconocer lo que aún no saben; familia, pero con las ataduras justas. En definitiva, el empleado perfecto… si alguien le da una oportunidad.
Un traspiés. Un proyecto que no salió bien. Un ERE a deshoras. Cualquier interrupción en una vida laboral que pudo discurrir con brillantez y sin mácula y que detuvo en el peor momento (si es que alguna vez es bueno) los días de cotización a la Seguridad Social.
Muchos (menos mal) consiguen hacer valer su experiencia, juicio, conocimiento y disponibilidad y convierten esa interrupción en lo que debería ser para todos: un cambio y un volver a empezar que les abre las puertas de la madurez con energías renovadas frente a proyectos que devuelven la ilusión. Sí, esto les acaba pasando a muchos. Incluso algunos que llegaron a descubrir en sí mismos esa mirada.
Hay otros, en cambio, para los que el paréntesis se eterniza. El miedo a que esa precaria provisionalidad se convierta en algo definitivo con forma de prestación no contributiva rondando los 400 euros acaba convirtiéndose en un pánico con el que hay que vivir y dormir.
Vienen, hablan contigo, te miran con esos ojos tristes en los que la dignidad se abre paso para reivindicar todo lo que hay detrás, experiencia y potencial, y te desmontan porque sabes que no puedes hacer nada, que no tienes la varita con la oportunidad que, sin pedírtelo, te están pidiendo. Como la pediste tú tiempo atrás. Y esperas que alguien más vea esos ojos, ese potencial y sí tenga la posibilidad de abrirle una nueva puerta. ¿No has visto nunca esa mirada? Ojalá nunca tengas que verla mirándote al espejo cada mañana. Porque existir, existe.