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Ese minuto Ese minuto
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Raquel Fuertes

Fuiste “Maite” apenas un minuto. Unos segundos de angustia que has movido al cajón del olvido porque no quieres recordar aquellos instantes en los que el diagnóstico apuntaba a la palabra maldita.

Unas pruebas rutinarias a las que te avisaron demasiado tarde sin que sepas por qué. Una atención rápida y eficiente y un “te llamaremos si hay algo raro. Si no, ni te preocupes”. Y no te preocupaste. Hasta que un par de semanas después te llamaron para hacerte volver a toda prisa.

En el camino ibas pensando en todas las excusas de lo que podía haber pasado para que te requirieran con esa premura autoconvenciéndote de que seguro que no era nada. Una imagen mal tomada, un archivo perdido o algún dato incorrecto. Seguro.

Volviste a pasar por la máquina. Con la misma eficiencia por parte de las enfermeras, pero mucho más intranquila. Estaba claro que allí pasaba algo. En la espera aprovechaste para compartir inquietud y nervios con otra mujer en las mismas circunstancias. La situación os hizo empatizar de inmediato evitando así la soledad desesperada de las frías salas de espera. Aunque fue rápido, se te hizo largo. Necesitabas saber qué estaba pasando y si realmente habían encontrado algo sospechoso. Te llamaron la primera.

La doctora empezó a explicarte algo de unas masas que en pruebas anteriores no estaban, de la necesidad de realizar una exploración más exhaustiva en el hospital, algo de una biopsia… Demasiada información en un minuto eterno sobrevolado por la amenaza del cáncer.

Incapaz de digerir todo aquello, una alerta de la única porción fría de tu cerebro te sobresaltó: “Oiga, yo no puedo ser esa porque nunca antes vine por aquí”. “¿Tú no eres Maite?”. Fue así como supiste el nombre de tu compañera de espera y como tu diagnóstico pasó a ser algo rutinario y sin importancia, tal y como te habías prometido en aquel agobiante trayecto.

Entre el alivio y el susto, escuchaste las mil disculpas de la doctora y saliste de la consulta flotando dos centímetros sobre el suelo. Hasta que cruzaste la vista con Maite, que aún esperaba. Sabiendo que para ella ese minuto se iba a eternizar. Aunque con la convicción de que había llegado a tiempo.