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Gestionar la debacle Gestionar la debacle

Gestionar la debacle

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Raquel Fuertes

No es fácil. Un adiós, un despido, una ruptura, una derrota… Ante situaciones que provocan en nosotros una auténtica debacle es difícil reaccionar. Los más fríos son capaces de dar carpetazo, pasar página y empezar de nuevo tras ese cisma que pone la vida patas arriba. Otros se sumen en el dolor y la pena les ahoga entre las propias lágrimas. Los hay que se rebelan frente a la obviedad de que algo ha cambiado y que nada volverá a ser igual y buscan soluciones e, incluso, oportunidades. Pero los más se acogen a la segunda opción y aprenden (o no) a pelear, renquear y sobrevivir entre la tristeza.

Sobrevivir. Esa es la clave. Los hay con madera de supervivientes en cualquier circunstancia. Los hay buenos, miserables, oportunistas, sibilinos, astutos o, simplemente, supervivientes natos. Capaces de adaptarse al cambio en cualquier circunstancia, en situaciones de crisis existencial saben encontrar la única reserva de aire que les permita seguir respirando. Es una cualidad, ciertamente, admirable. Y me imagino que entrará en el campo semántico de la resiliencia, tan de moda en estos últimos años de modas pasajeras.

Cuando nadie era capaz de ver una salida para Pedro Sánchez (esto él ya lo ha vivido) tras la derrota del domingo, el lunes de mañana emergió, impecable y parando hasta la lluvia, con un as bajo la manga. Un órdago por el que muy pocos hubieran apostado y con lo que consiguió al menos un triunfo inmediato: robar las portadas y las conversaciones al adversario. Una convocatoria de elecciones precipitada, suicida, inesperada, con resultado probablemente negativo, pero que le daba ese oxígeno necesario para capear la semana en la que oficialmente se iba a convertir en muerto viviente. No. Un superviviente no puede ser un zombi durante seis meses. Antes que eso, kamikaze.

Osadía nunca le faltó a Sánchez, pero este nuevo giro de guion le evita una lenta agonía que, sin duda, le iba a pasar todavía mayor factura. A él y también a un país que ha pedido cambio a gritos. Quiero decir, a votos.  Mientras hacemos chistes con las vacaciones truncadas y entre los periodistas se tiran de los pelos por ver cómo se organiza el verano en las redacciones, Sánchez sigue tramando y gestiona la debacle intentando, una vez más, sobrevivir.