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Raquel Fuertes

ará casi diez años fui profesora interina durante un curso. No sé si las cosas han cambiado desde entonces (ha sido mi único acercamiento a la función pública en toda mi carrera), pero entonces había dos tipos de plazas para los que no teníamos oposición: las vacantes y las bajas. Con las bajas solo te pagaban los días que sustituías la baja y con la vacante tenías todos los derechos de una persona con plaza, incluidas vacaciones, hasta que empezaba el siguiente curso y volvías a entrar en el bombo.
Si extrapolo esta experiencia (grata, por otra parte) a lo que pasa con nuestros representantes políticos debo pensar que lo que han cogido ellos es una vacante. Un poco rara, pero vacante.  Votamos a finales de abril, un mes después ya estaban los nuevos diputados en sus escaños (imagino que el contador de nóminas se pondría en marcha entonces) y seguimos con un gobierno interino hasta quién sabe cuándo. ¿Quizás 10 de noviembre?
Después de todo lo que vimos la semana pasada quizás lo que nos merezcamos sea un gestor independiente que nos gestione a pesar de nosotros mismos. Décadas despotricando contra el bipartidismo y cuando llega la pluralidad vemos que no somos capaces de ponernos a negociar para una colación, pera dejar avanzar el país o para llegar (esto ya es quimérico) a un pacto nacional en los que se pusieran por delante los intereses de España, dejando atrás esas malditas vanidades, estrategias y conveniencias de partido.
El lamentable espectáculo, coronado por el regateo público, más propio de bazar oriental, en pleno estrado, ha llevado a lo que tenemos hoy: nada. Un montón de políticos a punto de irse de vacaciones sin haber empezado siquiera a trabajar. Odio ponerme populista, pero es que ya solo falta para aumentar la indignación saber que encima están cobrando su interinidad vacua. O sea, lo suyo debía ser, efectivamente, una vacante. La vacante de la desidia y la desesperación de unos españoles que parece que hayamos errado al votar. Creímos darles nuestra representación a gentes con don de negociación y visión de Estado y ahora nos hemos encontrado con que ninguno tiene la altura que esperábamos. Pero no, creo que no nos equivocábamos nosotros. Nos han engañado ellos.