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Raquel Fuertes

Mostrar desacuerdo o animadversión no suele ser plato de gusto. Bueno, excepto para quienes viven enquistados en una mala leche estructural, permanentemente enfadados con el mundo, en estado de crispación constante. Ya sé que me dirán que cada vez son más. Los tiempos no acompañan y, como ya he dicho mil veces, nos está quedando largo esto de vivir en continuas crisis históricas que se suceden sin que en los intermedios nos dé tiempo a relajarnos y a paladear aquello que llaman serenidad.

Pero, aun así, ¿es necesario mantener el ceño fruncido y la mirada torcida? ¿Es preciso atacar siempre al otro? Porque, claro, siempre hay otro. Y como no somos hadas ni elfos sino que todos guardamos nuestros defectillos, quereres y fobias, ni todos caemos bien ni todos son de nuestro agrado.

No pinto un panorama halagüeño. Lo sé: crisis sobre crisis, generaciones con futuro impredecible y continuos motivos para aposentarse en la queja y el descontento no parecen caldo de cultivo adecuado para la educación y las buenas formas. Y menos cuando desacuerdo y animadversión se hacen fuertes en nuestro interior.

Así que sí, puedo entender que la estudiante madrileña aprovechara sus 3 minutos y 22 segundos de gloria para expresar todas las frustraciones de una generación a la que parecía que todo se les venía fácil y que han acabado sufriendo más que la de sus padres (y de lo que les queda no quiero ni hablar). Lo entiendo y hasta lo comparto. Porque tuve su edad y porque hoy tengo hijos cercanos a la suya en los que puedo ver la herencia que dejamos y la incertidumbre en la que sobreviven. Pero, aunque a priori comparta la escasa simpatía por Ayuso, hay formas y momentos para decir las cosas. Y la estudiante erró en la forma de intervenir en ese foro. Debió cuidar más lo que decía, cómo lo decía y no hacer de menos sus propios logros personales. Y, por supuesto, nunca alentar un escrache. Puede pensar sobre el personaje y su gestión lo que su criterio y experiencia le dicten, pero su discurso pudo ser soberbio y quedó venido a menos por no contar con que el insulto y el linchamiento ajeno desacreditan, no legitiman.