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La gota malaya La gota malaya

La gota malaya

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Raquel Fuertes

Lamento empezar rompiendo creencias preestablecidas. Una mínima investigación lleva a concluir que la tortura de dejar caer la gota de agua fría en la frente cada cinco segundos no se denomina “gota malaya”, expresión que surge en dos de cada cinco conversaciones en los últimos tiempos, sino “gota china”. Lamento esta primera pequeña decepción, pero no me parecía adecuado seguir adelante sin compartirlo. En cualquier caso, como el acerbo popular ha convertido la “gota malaya” en la metáfora de esas formas de tortura que, pareciendo una estupidez, van minando nuestra moral y nuestra salud hasta hacernos cantar la Traviata, si el objetivo que se buscaban era la confesión, o hundirnos en la miseria si lo que se buscaba es nuestra desesperación, seguiremos con el gentilicio “malaya” para esta forma alegórica de hacernos chichinas en la que vivimos.

¿Por dónde empiezo? El covid fue, desde luego, un primer punto de inflexión. La reducción de movimientos y libertades fue más una ducha a presión que un goteo. Todo nos vino de golpe y nos vimos como partícipes de la Historia cuando tal vez no éramos capaces ni de defender nuestras historias de diario. El goteo vino después (“desescalada”, ¿se acuerdan?), poco a poco fuimos recuperando libertades y confieso que ya llevo unas semanas dando un par de besos al conocido que me encuentro. Nos hubiéramos reído de semejante proeza hace dos años y pico, pero ahora reconocerán el logro. Pero los goteos no se han quedado ahí. La escalada del precio de la luz se ha convertido en alpinismo de alta montaña que amenaza con cruzar la estratosfera. ¿Pero esto qué es? Del goteo de los primeros días al chorreo actual agudizado por lo último y más cruento. ¿No hemos visto una guerra más que en los libros y en la tele? Pues no se preocupen, tacita a tacita, gotita a gotita, Rusia nos va proporcionando dosis de miedo a un conflicto en las puertas de Europa (y qué pequeñas y cercanas son las puertas cuando median armas nucleares). Y me dejo cosas. Gota a gota, desde hace dos años, desde aquel primer confinamiento, nuestra vida y nuestro mundo (al menos nuestra percepción de él), han ido cambiando hasta desestabilizarnos ante la evidencia de que nada se puede dar por supuesto. Tal vez la gota malaya no acabe matando al torturado. Pero, a este paso, acabamos locos. Gota a gota.