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Lo que mata Lo que mata

Lo que mata

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Raquel Fuertes

¡Cuánto nos gusta la exageración! Somos amigos íntimos de la hipérbole y a la mínima magnificamos nuestros discursos con afirmaciones catastrofistas o que agrandan la realidad hasta límites insospechados. Así, no es difícil que utilicemos frases acabadas en un dramático “me mata” para las cosas más mundanas.

“Uf, este Pepe me tiene frita, es que tiene unos modales que me matan”. “Ay, es llegar el fin de semana y el aburrimiento me mata”. Cuando es lo malo-malo lo que nos sobrevuela, solemos ser más cautos. Así, pocas veces hablaremos de una enfermedad con el “me mata” quizás por el propio miedo a que nos mate de verdad, sin necesidad de exagerar ni un ápice.

Y luego está la soledad. Un tema recurrente de nuestra época pero que en estos días también hemos comprobado que mata más allá del sentido figurado. No quiero ni imaginar la angustia de la mujer que murió inmovilizada, de hambre y sed, después de que su hijo, el único que rompía su soledad, muriera accidentalmente. Nadie le echó de menos a tiempo como para poder poner remedio a la larga tortura que debió vivir la anciana sintiendo que la muerte le iba ganando terreno por momentos, empujada por una soledad absoluta, sin que nada pudiera hacer para intentar salvarse.

Tal vez en algún momento pensara que vivir así no merecía la pena, que para eso mejor irse de este mundo. En medio de una agonía sin esperanza tal vez le dio tiempo a pensar que al final no le mataba la enfermedad sino la soledad. ¡Qué tristeza! Saber que tu hijo, tu vínculo con el mundo, ha muerto. Llorarle y saber que tu destino estaba marcado sin remisión. Cuánto dolor.

Cada vez hay más personas mayores que viven solas. Y no sólo es cuestión de edad: a cualquiera nos puede pasar algo que nos lleve a territorio ignoto (o a desaparecer, elijan según sus creencias) y cada vez cualquier forma de pareja o familia es más infrecuente. En medio de esas soledades habrá muchos que desaparezcan sin que nadie les eche de menos durante días. Y otros muchos se sentirán morir en vida, víctimas de una soledad que, de muchas maneras, realmente, mata.